Martes de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 23-30

Este pasaje, es continuación del que empezamos ayer, nos podría dar la impresión de que Jesús tiene algo contra los ricos. Sin embargo nada más lejano que esto. La Escritura es testigo de que el mismo Jesús tenía entre sus seguidores amigos (algunos eran incluso discípulos) muy ricos. José de Arimatea quien le regaló la tumba y Nicodemo que le llevó los perfumes (que eran muy caros) para la sepultura… Esto sin contar al mismo Mateo y a Zaqueo, quien solo dio la mitad de sus bienes y del que Jesús dijo: «Ahora ha llegado la salvación a esta casa».

Lo que impide que un hombre pueda disfrutar del Reino es la esclavitud, la falta de libertad sobre los bienes (o sobre cualquier cosa… incluso nuestros propios pensamientos). Cuando el hombre se aferra a los bienes, como el joven del pasaje, no es libre pues es esclavo de lo que posee.

Jesús nos quiere libres… el Reino es para la gente libre, para aquellos que como Nicodemo, José de Arimatea y tantos más, son capaces de tener sin retener. De aquellos que reconocen que los bienes creados son de y para todos; que la acaparación solamente empobrece y esclaviza.

Ante esto, ¿qué tan libre eres con respecto a tus bienes… pues de esto depende que puedas disfrutar la vida del Reino?

Lunes de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 16-22

A la pregunta que le hace este joven a Jesús sobre qué cosa es necesaria para alcanzar al vida eterna (que puede ser traducida como: «entrar en el Reino» esto es: para ser feliz), él le responde: «cumple los mandamientos». No le pide otra cosa. Es decir lo mínimo que necesitamos para que nuestra vida se desarrolle dentro del Reino es ser fieles a nuestros compromisos bautismales.

Hoy en día, como seguramente lo fue en tiempos de este Joven, la gente no es feliz, pues no vive de acuerdo, ni siquiera a estos simples principios establecidos por Dios y que tienen como objeto advertirnos de todo aquello que es dañino para nuestra vida. La ley, podríamos compararla al aviso que le da la mamá al niño para que no se coma el pastel caliente, que aunque se presenta muy sabroso, sabe bien que le hará mal, lo enfermará del estómago. Dios nos ha instruido sobro todo aquello que nos destruye y nos roba la felicidad, por eso Jesús le dice: «Cumple la ley». Si queremos que nuestra vida tenga las características del Reino, que se desarrolle en la alegría y la paz de Dios, que pueda ser plenamente feliz, debemos empezar por cumplir los mandamientos. ¿Por qué no haces hoy una pequeña revisión de cómo estás viviendo esta enseñanza de Jesús? Pregúntate si en realidad estás buscando vivir los mandamientos?

Sábado de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 13-15

Cuando veía a San Juan Pablo II rodeado de niños, besándoles y bendiciéndoles me imagino a Jesús en la escena que hoy nos presenta San Mateo en su Evangelio.

Los niños tienen una manera especial de captar lo religioso. Incluso nos sorprende ver con qué fervor rezan o se detienen ante una imagen de la Virgen. Es porque tienen un espíritu sencillo.

Es responsabilidad de los padres el cultivar los aspectos religiosos en los niños, igual que se les enseña a hablar o a leer. Captan muy bien lo que hacen los mayores, y si les ven rezando, yendo a Misa o explicándoles algún detalle de nuestra fe, lo asimilan con gran facilidad. Hay que aprovecharlo y no esperar a que sean adultos, porque el racionalismo propio de esa edad les impedirá acercarse a la fe.

Jesús también quiere que los niños le conozcan, y hay tantas maneras de hacerlo…

Viernes de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 19, 3-12

Con frecuencia, y a últimas fechas mucho más, me preguntan si la Iglesia no es demasiado inflexible al sostener que el matrimonio sea indivisible y si no estaría mejor tener matrimonios durante un periodo de tiempo, cinco o diez años, o bien no ser tan estrictos y permitir el divorcio con causas verdaderamente graves.

Las disoluciones o declaraciones de nulidad de algunos políticos o artistas famosos, vienen a desconcertar más todavía, y disminuyen el poco aprecio… en que va cayendo la fidelidad matrimonial. Es cierto que hay situaciones verdaderamente extremas en que parece que lo mejor es divorciarse, o donde se viven situaciones de injusticia y se carga la cruz, sólo porque lo manda la Iglesia o porque no quieren causar escándalo a los hijos. Así, se convive sin tener un verdadero amor.

Creo nos hemos fijado mucho más en las consecuencias que en las causas. Es cierto no se debería llegar nunca a esta situación. Pero hemos entrado en la época de lo desechable y se ha perdido el aprecio por lo auténtico y lo verdadero. También nos ha influenciado notablemente en nuestras relaciones personales.

La mayoría de las parejas que yo he tratado personalmente y se han divorciado, no han sido felices posteriormente. O solamente uno de ellos goza cierta estabilidad emocional con su nueva pareja. Y en todos los casos, creo que se ha desistido demasiado pronto y después se han arrepentido. Por otro lado han quedado las secuelas que deja un divorcio en los hijos.

Creo que falta a las parejas una mayor decisión para luchar por su amor, por cuidarlo, por entender lo que significa el verdadero amor. Saber que no sólo es pasión, atracción y sexo, sino que implica toda la persona íntegra y que juntos deben buscar el diálogo, la comprensión y el verdadero cariño.

Creo que no se debe caer en situaciones de injusticia dentro del matrimonio, pero también creo que ha faltado mayor decisión y cuidado en las parejas.

Hoy pidamos al Señor por todos los matrimonios y las parejas de nuestras comunidades, que descubran el verdadero amor y que se mantengan en él.

Jueves de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 18, 21—19; 1

Muchas veces se piensa que perdonar es un sentimiento, sin embargo la realidad es que es un acto de la voluntad.

Las ofensas recibidas, crean un sentimiento el cual, generalmente, queda fuera de nuestro control. Este sentimiento generara actitudes como respuesta a la herida. Por ejemplo, no sentiremos deseos de saludar o de convivir, incluso pueden nacer el deseo de venganza.

En este ejemplo que nos pone Jesús vemos que lo importante fue la actitud, que es un acto de la voluntad. El Rey quiso perdonar y perdonó, es decir lo dejó libre. El otro por el contrario dio rienda suelta a sus sentimientos y actuó equivocadamente encerrando en la cárcel a su compañero.

El perdón es una decisión que nos lleva, aun en contra del sentimiento (deuda) que permanece en nosotros, a cambiar nuestra actitud hacia la persona que nos ha ofendido. La reacción humana es la de actuar negativamente hacia la persona que nos ofendió, la gracia, que apoya nuestra decisión, nos lleva a actuar de una manera sobrehumana y a mostrar una actitud positiva (que puede empezar con una sonrisa). Si no dejas que el sentimiento crezca (reforzándolo con tus actitudes) las gracias de Dios y tu esfuerzo cotidiano harán que pronto desaparezca incluso el sentimiento causado por la ofensa.

Miércoles de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 18, 15-20

Las situaciones que más nos hacen sufrir en la vida con frecuencia van relacionadas con las personas con las que convivimos ya sea en la familia, en el trabajo, en la escuela o en los grupos sociales en que nos encontramos. Al ser cada uno de nosotros diferentes, chocamos con los hermanos y van surgiendo situaciones conflictivas provocadas por el carácter o por las diferentes formas de ver la vida. Lo más triste es que aquello que más nos debería unir, la convivencia diaria, se va convirtiendo en un peso muy difícil de soportar. Es curioso, que muchas veces no nos demos cuenta de todo el dolor que provocamos a los demás, y vienen los silencios y las descalificaciones.

Cristo hoy nos propone un camino lógico, natural, que nos puede llevar a solucionar muchos de nuestros problemas. El primer paso es dialogar abiertamente con quien ha cometido una falta. Es común encontrar que todos los vecinos conocen los agravios de la pareja, pero ¡el involucrado no se ha dado cuenta! En toda relación se requiere el diálogo.

El reconocer estas situaciones muchas veces es el primer paso para cambiar. La solución no es aguantarse, reprimirse y frustrarse frente a las dificultades, sino buscar soluciones.

¡Cuántas rupturas se hubieran evitado con tan sólo decir la verdad y hablar abiertamente!

Los siguientes pasos: llamar testigos, no acusadores, sino personas que puedan aportar y ayudar. Personas de confianza tanto para el agresor como para el ofendido pueden aportar verdaderas soluciones. Y sólo después de estos pasos, ponerlo frente a la comunidad o frente a la autoridad, sólo cuando no ha querido la corrección, sólo cuando hay verdadero pecado grave… Pero no debemos olvidar, que en el fondo de todo este procedimiento Jesús presupone una base fundamental: que hay amor, que hay buena voluntad y que se busca parecerse a nuestro Padre Dios que nos ha perdonado.

¿Tienes algún resentimiento o problema? ¿Qué solución le has buscado? ¿Está de acuerdo en lo que quiere Jesús? ¿Qué te dice respecto a tus problemas?

San Lorenzo, diácono y mártir

Jn 12, 24-26

La Caridad es uno de los pilares del cristiano. El mismo Jesús a lo largo de los Evangelios nos lo dice varias veces. Y en esta ocasión San Pablo nos lo recuerda. Y también nos recomienda que seamos generosos en nuestra entrega porque… «el que siembra con mezquindad, con mezquindad cosechará».

El auxilio al que lo necesita, la atención al hermano, el estar atento para socorrer al que sufre, esa es nuestra siembra. Dios nuestro Padre nos da la semilla, pone en nuestras manos todo lo necesario pero depende de nosotros como lo administremos. Debemos ser generosos en extremo, porque en el dar está la felicidad. Y alegres de corazón, con la certeza de que hacemos la voluntad de nuestro Padre.

El que tiene mucho que ofrecer y lo guarda para sí no puede ser feliz. Su corazón será un corazón triste, sombrío y eso trascenderá a su alrededor. Tenemos que ser conscientes de que somos «la sal de la tierra», la «levadura» que Dios reparte en el mundo para que su Palabra crezca y fructifique. Y no hay que ser santo, ni teólogo, ni un gran pensador: en la sencillez, en el amor al prójimo, está la clave. Seamos como los primeros cristianos «que lo compartían todo». Pongamos nuestro grano de trigo en el surco para que al amanecer de un nuevo día surja una espiga rica en fruto. Practiquemos la Caridad como Amor a nuestros hermanos.

Morir para dar fruto abundante como el grano de trigo. Despreciar las glorias del mundo para alcanzar la vida eterna. Abandonarnos en manos del Dios con la confianza del niño que está en los brazos de su madre. Entregarnos sin pensar en las consecuencias. Tener Fe ciega en el Señor. Estas son algunas de las claves que nos da Cristo en este hermoso pasaje del Evangelio. A veces pensamos demasiado, nos preocupamos sin deber, no tenemos la suficiente confianza en nuestro Padre del Cielo.

Somos humanos y titubeamos, es natural. Pero no debemos dejarnos llevar por nuestros miedos, debemos fijar la vista en el Madero de la Cruz, ver el ejemplo de entrega absoluta que nos da Jesús y seguir sus pasos. En el Evangelio de hoy Jesús, una vez más, nos marca el camino a seguir. Debemos estar dispuestos a ello, como lo estuvieron los Apóstoles y tantos santos a lo largo de la Historia de la Iglesia.

Hoy recordamos a San Lorenzo, mártir por no renunciar a Cristo ni bajo las más terribles amenazas y torturas. Su corazón permaneció fiel a la Palabra y su recompensa fue la Gloria del Cielo. En plena persecución de los cristianos en la Roma del siglo III supo dar testimonio de fe, de amor a Jesús, de fidelidad al Evangelio y hoy, casi 18 siglos después, le seguimos recordando como ejemplo de entrega y sacrificio. Él fue como el grano que cae en la tierra, muere y da fruto abundante. Sirva su ejemplo para todos nosotros y que su memoria nos anime a ser fieles seguidores de Cristo Jesús.

Lunes de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 17, 22-27

Este breve pasaje nos ilustra cómo el cristiano está obligado a cumplir con las obligaciones puestas por el Estado, de la misma manera que Jesús lo hizo y enseño a sus discípulos a realizarlo.

Y es que, aun viviendo en el Reino, estamos sujetos a la vida social, a la vida civil, y es precisamente ahí en donde, con nuestro testimonio, podemos construir una sociedad más justa, más humana y más libre.

Es mediante nuestras acciones como vamos transformando el orden social, por lo que el pago de nuestros impuestos, el acudir a las urnas a votar en tiempos de elección, el pertenecer a organizaciones y partidos políticos y de servicio no solo es un derecho sino una verdadera obligación de cada cristiano.

No pertenecemos a este mundo, pero vivimos en él y tenemos la encomienda recibida de Jesús de transformarlo. Seamos responsables en todo lo que concierne a la vida civil, política y social de nuestro país, hagamos de él (cada uno de acuerdo al don que Dios le ha dado) un lugar en donde el amor y la paz sean una verdadera realidad.

Sábado de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 17, 14-20

Se puso de rodillas. ¿Te imaginas a un padre de familia, desesperado, poniéndose de rodillas delante de alguien que aparentemente es un hombre como los demás? ¿Qué le movió a hacerlo? El amor a su hijo.


Primero lo había intentado con los discípulos, pero ellos no pudieron curar al chico de los ataques de epilepsia. Luego ve al Señor, se acerca y cae de rodillas ante Él. No tiene ninguna vergüenza. No le importa lo que digan de él.

Únicamente busca el bien de aquel a quien ama. Jesús, conociendo el amor que brotaba del corazón de ese hombre, curó al hijo.


Por su parte, los discípulos no entendían en qué habían fallado. Jesús les respondió que les faltaba fe. No dice que no tienen fe, sino que aún es muy pequeña.


La fe, aunque es un don de Dios, debe crecer y fortalecerse con nuestra colaboración. Es como ir a un gimnasio: al levantar las pesas una y otra vez, nuestros músculos se desarrollan. La fe también debe ejercitarse, ponerse a prueba, alimentarse. Si nos conformamos con la fe que teníamos a los diez años, cuando hicimos la primera comunión, es lógico que nuestro “músculo” espiritual esté raquítico.

Necesitamos una fe adulta, resistente, alimentada con las lecturas adecuadas, con la oración diaria, con los sacramentos y con todo aquello que nos ayude a fortalecerla.

La Transfiguración del Señor

Mc 9, 2-10

Dicen los entendidos que el cuerpo de una persona cambia constantemente y que en pocos años casi todos sus componentes son nuevos. Claro hay algunos elementos que nunca cambian. Sin embargo, este cambio del cuerpo nos puede hacer pensar en la transformación que interiormente debemos tener.

Si con el paso de los años nos vamos transformando física, emocional y espiritualmente, tendremos que tener muy en cuenta lo que en este día nos ofrece el Señor Jesús.

Sus discípulos no acaban de entender la gran misión que tienen, mucho menos pueden entender que Cristo les empiece a hablar de sacrificios, de sufrimiento y de muerte.

Para alentarlos, Cristo toma a tres de ellos, los lleva aparte y sube al monte con ellos. Entonces se transfigura en su presencia. Vestidura blanca, rostro resplandeciente y Moisés y Elías conversando con Él. Todo tiene su gran símbolo y para los discípulos es una belleza que nunca podrían imaginar. Además, los dos grandes “personajes” del pueblo de Israel vienen a dar testimonio de Jesús. Por eso, Pedro puede exclamar: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí” y propone hacer tres tiendas, olvidándose por completo de hacer una para ellos.

Pero falta lo mejor: la voz del Padre que dice: “Este es mi Hijo, mi escogido; escuchadlo”. Así a los testimonios del resplandor y de los personajes se añade la voz del Padre, pero con una clara indicación, escuchar a Jesús. Es la clave para superar las dificultades en su seguimiento, es la fortaleza para continuar en su camino.

La transfiguración da aliento a los apóstoles para poder seguir a Jesús. También nosotros debemos mirar a Jesús y escuchar su palabra. Si lo contemplamos en lo que hace, en lo que dice, en su muerte, pero sobre todo en su resurrección, encontraremos motivos de esperanza para continuar en el camino.

La contemplación de Jesús nos debe alentar y abrir los ojos para poder también nosotros transformarnos y transformar nuestro mundo. Pero no podemos quedarnos en contemplación. Jesús baja con sus discípulos del monte y les habla de su muerte y resurrección, que también nosotros, junto con Cristo caminemos en la vida diaria hacia la muerte y resurrección del Señor.

¿Qué cosas debemos transformar? ¿Cómo nos alienta Jesús? ¿Cómo sentimos sus palabras: “Yo estoy contigo”?