Sábado de la XVI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 24-30

Hoy consideramos una parábola que es ocasión para referirse a la vida de la comunidad en la que se mezclan, continuamente, el bien y el mal, el Evangelio y el pecado. La actitud lógica sería acabar con esta situación, tal como lo pretenden los criados: «¿Quieres que vayamos a recogerla?» (Mt 13,28). Pero la paciencia de Dios es infinita, espera hasta el último momento —como un padre bueno— la posibilidad del cambio: «Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega» (Mt 13,30).


Una realidad ambigua y mediocre, pero en ella crece el Reino. Se trata de sentirnos llamados a descubrir las señales del Reino de Dios para potenciarlo. Y, por otro lado, no favorecer nada que ayude a contentarnos en la mediocridad. No obstante, el hecho de vivir en una mezcla de bien y mal no debe impedir el avanzar en nuestra vida espiritual; lo contrario sería convertir nuestro trigo en cizaña. «Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?» (Mt 13,27). Es imposible crecer de otro modo, ni podemos buscar el Reino en ningún otro lugar que en esta sociedad en la que estamos. Nuestra tarea será hacer que nazca el Reino de Dios.


El Evangelio nos llama a no dar crédito a los “puros”, a superar los aspectos de puritanismo y de intolerancia que puedan haber en la comunidad cristiana. Fácilmente se dan actitudes de este tipo en todos los colectivos, por sanos que intenten ser. Encarados a un ideal, todos tenemos la tentación de pensar que unos ya lo hemos alcanzado, y que otros están lejos. Jesús constata que todos estamos en camino, absolutamente todos.


Vigilemos para no dejar que el maligno se cuele en nuestras vidas, cosa que ocurre cuando nos acomodamos al mundo. Decía santa Ángela de la Cruz que «no hay que dar oído a las voces del mundo, de que en todas partes se hace esto o aquello; nosotras siempre lo mismo, sin inventar variaciones, y siguiendo la manera de hacer las cosas, que son un tesoro escondido; son las que nos abrirán las puertas del cielo». Que la Santísima Virgen María nos conceda acomodarnos sólo al amor.

Viernes de la XVI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 10-17

Al leer este pasaje, las palabras de Jesús nos podrían hacer pensar: ¿Es que Dios hace diferencias? ¿Es que, como decían algunas herejías, Dios ha elegido a unos para el cielo y a otros para el infierno? La respuesta definitivamente es no.

No es que Dios haya cerrado los ojos y los oídos sino, como el mismo Jesús lo dice: Su corazón se ha hecho insensible, no tienen deseos de convertirse. La realidad que vivimos de comodidad y las exigencias que presenta el evangelio pueden hacer que poco a poco nuestro corazón se vaya haciendo insensible a la palabra de Dios. Hoy en día vemos, como lo dice el Papa, que la realidad del pecado se ha diluido… le hombre se ha hecho insensible a la maldad. Ya no es extraño en nuestra vida el oír sobre el divorcio por lo que para muchos de los jóvenes, ya desde el inicio de su matrimonio está ya en germen, al menos, la posibilidad de divorciarse y volver a comenzar.

Es tanto lo que el mundo nos ha metalizado que el matrimonio cristiano no se diferencia mucho más que el matrimonio civil… no deja de ser un contrato más. El corazón se hace insensible y deja de escuchar la palabra de Dios: «Lo que Dios unió que no lo separe el hombre». Por ello bienaventurados los ojos que ven y los oídos que no se cierran a la palabra de Dios pues en ello está la verdadera felicidad.

Santa María Magdalena

Hace algunos días platicábamos a propósito de la fiesta de este día, de Santa María Magdalena. Uno de los presentes comentó, un poco irónico: “¿La pecadora?”, pero pronto aparecieron otras voces, especialmente femeninas, reclamando: “La primer testigo de la resurrección del Señor”, “la que fue apóstol de los apóstoles”, “la única valiente que acudió al sepulcro después de que mataron al Salvador”, y un sinnúmero de alabanzas más para esta gran mujer.

Es cierto, los cuatro evangelistas nos dan testimonio, aunque de manera distinta, de que ella fue la primera en ver a Jesús resucitado, ya sea a solas como nos lo narra el evangelio de San Juan, ya sea en compañía de otros discípulos como nos lo narran los otros evangelios.

¿Por qué tiene que recordarse siempre lo negativo y no lo positivo de una persona? Si, como algunos piensan, fue una gran pecadora, supo expiar su pecado manteniéndose firme junto la cruz mientras todos los discípulos huían y sólo se mantenían cerca de Jesús su Madre, San Juan y algunas mujeres.

El gran privilegio que recibe de ser testigo de la resurrección en un proceso que todo discípulo debe recorrer, nos enseña que si bien somos pecadores, gracias al gran amor de Jesús resucitado estamos llamados a ser testigos de la vida.

Magdalena todavía debe superar la prueba de lograr distinguir al Señor bajo las apariencias de un hortelano. Así en lo pequeño y cotidiano se esconde la señal del Resucitado. Nosotros también, al igual que la Magdalena, estamos llamados a experimentar el gran amor de Jesús que es capaz de sacarnos de la oscuridad de nuestro pecado y transformarnos en testigos de su resurrección.

Debemos también aprender que a Jesús vivo y resucitado se le descubre con frecuencia en el rostro sencillo y cercano de quien vive a nuestro lado. Ahí tenemos que descubrirlos e iniciar el testimonio de anunciarlo como vivo.

Con María Magdalena hoy debemos correr a anunciar a tantos discípulos que se encuentran encerrados, temerosos y apocados, que el Señor está resucitado. También a nosotros nos corresponde esa alegría y ese honor: ser testigos de resurrección después de haber sido liberados del pecado.

Miércoles de la XVI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 1-9

Nuestro mundo necesita sembradores de Palabra, sembradores de esperanza, sembradores de paz. Pero ¿Tiene sentido sembrar la palabra cuando una parte muy importante no tendrá oportunidad de dar fruto?

La parábola del sembrador tiene muchos aspectos interesantísimos que enseñarnos. En primer lugar, es la forma tan didáctica de enseñar de Jesús. No habla desde las nubes, sino en la realidad que vive y sufre su pueblo. Seguramente hoy nos predicaría Jesús de acuerdo a las circunstancias y a los condicionamientos de cada uno de nosotros. Pero lo más importante es este optimismo, terquedad dirían algunos, para seguir sembrando esperanza y amor.

Ningún campesino que se precie de ciertos conocimientos se sentiría orgulloso de sembrar al estilo que presenta Jesús: es absurdo sembrar en los caminos, entre piedras, entre espinas y que solamente una cuarta parte de la semilla caiga en terreno fértil. Pero es más absurdo hacer distinciones, a priori, sobre quién es tierra fértil y a quién consideramos tierra que no tiene oportunidad de recibir la semilla. Sí, los que van de camino con desilusión y con prisas necesitan la semilla de la esperanza.
Es cierto que tienen más dificultad para aceptarla, pero Jesús está dispuesto a hacerse caminante para que puedan recobrar las ilusiones.
Es cierto que hay quienes tienen el corazón de piedra y se endurecen ante cualquier propuesta, pero también es cierto que Jesús dijo a todos esos que tienen el corazón lleno de penas que se acerquen a él que es manso y humilde de corazón para que puedan llevar sus cargas.

De verdad es difícil acercarse a quien se torna esquivo y agresivo, pero Jesús tiene palabras de vida eterna y puede curar todas las heridas.

Jesús no es un sembrador conformista, sino que lanza su Palabra a todos los corazones y lo hace con ilusión y encuentra frutos donde menos se espera. También siembra en la tierra fértil, lo hace con el mismo cariño que en todas las tierras. Allí encuentra muy diferentes respuestas y sus granos dan diferentes cantidades de frutos.

Hoy recibimos con apertura de corazón la simiente esperanzadora que siembra en nosotros Jesús. ¿Daremos algún fruto?

Martes de la XVI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 12,46-50

En este breve texto del Evangelista San Mateo, breve pero sustancioso, hay tres personajes centrales, Jesús, la Madre y los Hermanos.

En la cultura hebrea la palabra hermano se aplicaba para designar un rango muy extenso de familiares y parientes.

A la advertencia que le hicieron a Jesús de que su madre y sus hermanos querían hablar con Él y a su pregunta de ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Jesús señala con la mano a sus discípulos. Las respuestas de Jesús siempre sorprenden, en este relato resalta especialmente el valor de la madre y de la familia.

Jesús va por los caminos de la fe, por este motivo elogia siempre lo más grande de María, la fiel por excelencia escuchando la Palabra de Dios y poniéndola en práctica. También extiende esta maternidad de orden espiritual a la Humanidad cuando desde lo alto de la cruz dice al discípulo amado “Ahí tienes a tu madre”. María acogió al discípulo, y a nosotros que por el Bautismo formamos parte de la gran familia cristiana.

Las Fraternidades laicales de Santo Domingo, la rama laical de la Orden de Predicadores, la forman hombres y mujeres miembros de la Iglesia Católica movidos por el Espíritu Santo a vivir su fe según el espíritu y el carisma de Santo Domingo de Guzmán, basados en la oración, el estudio y la predicación.

María cumplió siempre la voluntad del Padre y fue persona muy importante en la misión de Cristo. Los laicos de la Orden de Predicadores y los de otras órdenes religiosas, al igual que hicieron María y los discípulos, son piezas clave, para continuar en el mundo actual esta misión de nuestro hermano mayor, Cristo, ya que encajan perfectamente en el parentesco, por las palabras que dijo Jesús, “El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. ¿Cómo reacciono cuando surgen obstáculos para conseguir una meta en la vida? Tal como llevo a la práctica la misión encomendada por Jesús, ¿Él me llamaría hermano/a?

Lunes de la XVI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 12,38-42

En el evangelio de hoy los escribas y fariseos continúan pidiendo a Jesús ver más signos para creer, subrayando de este modo su falta de fe. Ellos han sido testigos de la curación de un endemoniado ciego y mudo, pero esto no les basta porque sus corazones son de piedra, se niegan a convertirse porque consideran que sus obras son buenas. Aunque las palabras de Jesús no dejan lugar a dudas, un corazón malo y obstinado, del tesoro saca cosas malas. Así no hay manera de que los dirigentes religiosos comprendan las palabras ni la actuación de Jesús. Ellos piden un signo en el que no creen para tentar a Jesús y la repuesta del Maestro no deja de ser paradójica. En primer lugar, les llama generación malvada y pervertida, en sentido social y religioso, por su apego a este mundo y por no actuar según Dios; seguidamente, rechaza la señal que le piden por otra. Ese signo es el de Jonás, es decir su muerte y su resurrección, verdadero signo de la identidad de Jesús.

El Maestro a continuación explica lo ocurrido con Jonás en su predicación a los ninivitas. Estos escucharon al profeta y se convirtieron, sin embargo, los contemporáneos a Jesús ni lo escuchan y, en consecuencia, no se convierten. Del mismo modo la reina de Saba escuchó a Salomón el sabio, porque confiaba en su sabiduría mientras esta generación no ha creído en Jesús.

El evangelista ha presentado al Señor como auténtico profeta y sabio, mayor que Jonás y Salomón. Profeta de juicio para una generación que se niega a creer ante la exigencia y la verdad de su proyecto del Reino, mientras abre la puerta a la esperanza para los gentiles y para todo ser humano que despierta su corazón y su entendimiento al camino de Jesús. También Mateo identifica a Jesús como sabio, experto en el conocimiento de la vida y de las experiencias humanas, que ofrece a los hombres y mujeres de su tiempo la palabra de Dios para iluminar cada paso del sendero.

En muchas ocasiones, pedimos al Señor signos para creer y nos olvidamos de pedirle la fe para seguir creciendo en ella, no por lo que se nos muestra sino por lo que Jesús nos hace vivir. ¿Seguimos pidiendo signos para creer?

Sábado de la XV Semana del Tiempo Ordinario

Mt 12, 14-21

Los primeros discípulos tal vez tuvieron la impresión de que Jesús, como cualquier otro Rabbi, deseaba alcanzar fama y poder. Disputó con los cultos y los calló, las muchedumbres lo siguieron y demostró tener poderes increíbles.

Después asumió comportamientos muy peculiares como entrar de improviso en las ciudades, retirarse 40 días al desierto para orar solo, mandó a uno que curó que no lo dijera a nadie. Tal vez fue el momento cuando empezaron las dudas de Judas Iscariote, que vio en Cristo a un caudillo liberador de Israel.

Pero, a pesar de nuestras humanas ambiciones de fama, éxito y honor no era eso lo que Él buscaba. Los verdaderos actos de la obra de Jesús no pudieron quedar desconocidos por mucho tiempo.

Él prefirió no usar su poder de Creador para presentarse ante los hombres como un super-humano. Habría sido excepcionalmente potente.

En cambio prefirió seguir la el camino más difícil, de mayor sacrificio, para que el hombre pudiese descubrir y elegir solo la Verdad sin imposiciones. Ha elegido ser el Buen Pastor.

¿Y quiénes somos nosotros, criaturas, para decirle al Creador cómo tiene que comportarse con su creación? Ahora que hemos intuido cuál es su modo de obrar, iniciemos en nuestra vida los cambios necesarios para actuar como Cristo nos pide.

Viernes de la XV Semana del Tiempo Ordinario

Mt 12, 1-8

¿Cuántas veces nos hemos estrellado contra el muro de una incomprensión basada en leyes? No se puede hacer algo porque está escrito en la ley o porque la ley no lo permite. Hemos llegado hasta la estupidez de no poder hacer trámites educativos o legales porque al haberse perdido un documento, “la persona no existe”.

Hoy como ayer, leyes que fueron puestas para cuidado de la dignidad y el respeto de las personas se pueden convertir en esclavitudes y desprecios de la persona.

Jesús pone el dedo en la llaga en un mundo en que la legislación farisaica ha convertido la Torá (la ley) en cadenas que atan y dominan al pueblo. Jesús no está en contra de la Torá o del reposo sabático, sino en contra de las ataduras que con esta ley se han impuesto sobre las personas. Nunca podrá ponerse ni la ley, ni las normas, ni los códigos morales por encima de las personas. Existen para ayudar a hacer una vida más digna, para proteger su dignidad, para dar oportunidad de relacionarse con Dios.

Parecería que la religión y las leyes han caído en manos de personas que las usan para su propio provecho. Actualmente también tenemos estos peligros y podemos manipular las leyes y las normas a favor de los poderosos. Baste pensar en los fuertes intereses que se mueven detrás de cada una de las leyes, aún las más sagradas, que no dudan en pasar por encima de la vida y la dignidad de los pueblos y las personas.

“Misericordia quiero y no sacrificios”, nos recuerda Jesús aludiendo al profeta. Misericordia quiere decir hacer el corazón pequeño para ponerlo junto al otro. Misericordia es signo de fraternidad y comprensión. Serían los principios que deberían guiar a toda persona en sus decisiones y proyectos.

También las autoridades y los gobiernos deberían poner en primer lugar la dignidad y el respeto de los pueblos, de las comunidades y de las personas, antes que sus intereses partidistas, comerciales o políticos.

¿Qué nos sugieren a nosotros estas palabras de Jesús? ¿También nos olvidamos de las personas por cumplir las reglas?

Jueves de la XV Semana del Tiempo Ordinario

Mt 11, 28-30

Continuamos con la reflexión de la profunda experiencia de Dios que impulsó a Moisés a guiar al pueblo hacia su liberación en el libro del Éxodo.

Entre las objeciones que pone Moisés a Dios para no aceptar la misión, ponía como principal su indignidad y pequeñez, pero cuando Dios le responde que quien actuará será Él mismo, que en todo momento estará con él, Moisés se atreve a preguntar el nombre de Dios.

¿Quién es este Dios que escucha el llanto del pueblo, que mira su dolor y que ahora le envía a buscar su liberación? Moisés quiere saber su nombre. Y Dios da un nombre que más que una definición es una manifestación de todo lo que hace Dios por su pueblo. El Dios de sus padres, que está metido en su historia, da ahora un nombre a Moisés: “Yo-soy” es su nombre. No es una definición metafísica, sino una descripción del gran amor y compromiso de Dios con su pueblo. No es un descubrimiento de la esencia de Dios sino una manifestación de su gran amor lo que nos da este nuevo nombre: “Yo soy el Dios que está y estaré contigo en todo momento para salvarte”, revelando así la presencia, la ayuda, el amor del Dios que se ha comprometido con la salvación y la liberación de su pueblo.

Es cierto, es el mismo Dios de los patriarcas, pero con este nuevo nombre no sólo renueva las promesas sino se hace cercano, comprometido y actor en la liberación de su pueblo. Los dolores y sufrimientos del pueblo no lo van a conducir a la muerte ni al exterminio, porque hoy Dios manifiesta que sus promesas no han quedado en el olvido, que se dará continuidad a su proyecto de fidelidad a su pueblo, que ya daba por perdidas las promesas de una nueva tierra.

Es una nueva y sorprendente revelación de Dios que está cerca de los suyos, que no acepta que sean tratados como esclavos y que les dará la salvación, la libertad y la oportunidad de constituirse como un verdadero pueblo.

Al escuchar las esclavitudes de nuestros días, al percibir el desaliento, no podemos menos de volver nuestros rostros hacia este Dios que se hace tan cercano y que comparte nuestros dolores.

También nosotros elevamos nuestros gemidos y alzamos nuestras voces y también nosotros descubrimos hoy muy cercano a nosotros a este Dios que es “Dios con nosotros”. A este Dios que en la persona de Jesús se hace tangible, cercano y nos sigue invitando: “Vengan a mí, los que están fatigados y agobiados”.

Miércoles de la XV Semana del Tiempo Ordinario

Mt 11, 25-27

Quisiera este día referirme a la primera lectura tomada del Éxodo pues nos presenta esa impresionante teofanía de Dios ante Moisés. Es una síntesis de la forma de actuar de Dios con respecto al hombre y un modelo del acercamiento y compromiso del hombre con Dios.

Dios busca a Moisés que está lejano y ajeno a su pueblo. A él, que por temores y dificultades se distancia de su gente y vive una existencia pacífica, se le revela. Dios toma la iniciativa, Dios no se olvida del que está lejos ni tampoco del que sufre.

La zarza ardiente representa la presencia de Dios. Moisés para poder acercarse debe quitarse las sandalias. Desnudo, sin protecciones, tal como el hombre es, será la única forma de presentarse ante Dios. Nosotros con frecuencia nos hemos “protegido” y queremos acercarnos a Dios con un caparazón que impide dejar entrar en nosotros la Palabra y el Amor de Dios.

Además, Dios se manifiesta cercano a su pueblo que sufre. Ha llegado hasta sus oídos el clamor dolorido de su pueblo. Ha visto su sufrimiento y no puede quedar impasible, por eso promete liberarlos. Pero la forma concreta de esta liberación pasará a través de la persona de Moisés. Sí, Dios libera, pero pide a Moisés que sea él quien lleve a cabo los actos propios de la liberación: su presencia ante el faraón, su convencimiento del pueblo, la conducción en el desierto y los cuidados propios de una escapada.

Hoy también Dios se hace presente y también escucha y mira los dolores y sufrimientos de sus hijos pequeños que se encuentran en situaciones de esclavitud. Hoy también nos pide descalzarnos para ser sensibles a su presencia y también para ser sensibles al dolor del oprimido.

No podemos permanecer alejados e indiferentes frente a estas situaciones dolorosas de injusticias, de corrupción y de violencia.

También hoy Dios promete su liberación, pero igualmente nos lanza a nosotros a ser manos, ojos, palabras e instrumento de Dios.

Moisés puso muchos pretextos para no aceptar esa misión y a cada nueva negativa y objeción, Dios respondía con una solución que básicamente era su presencia en todo momento. También hoy nos asegura su presencia en medio de nosotros

¿Cuáles serán nuestros pretextos? También hoy Dios se nos manifiesta y nos dice que nuestro pueblo está sufriendo y que sus clamores llegan al cielo ¿Nos quedaremos indiferentes?