Martes de la IV Semana de Pascua

Jn 10, 22-30

Primero tímidamente, después con una fuerza que rompía las fronteras de los idiomas, comenzaron los discípulos a anunciar el Evangelio a todos los hombres.  La Palabra de Dios no puede encarnarse y atarse a una sola cultura, sino que está abierta a todos los hombres de todas las razas, de todos los pueblos.

Es admirable como aquellos hombres sencillos se enfrentan a la cultura de los sabios dominantes en aquellas regiones y no temen anunciar a Cristo vivo y resucitado, también a los griegos, como nos decía la primera lectura de este día.

La “locura de Jesús” es contagiosa.  A Él lo buscaban y lo atacaban, sin embargo Él no dejaba de manifestase como el único y verdadero Pastor que hace la voluntad de su Padre.  Pues esa misma locura invade a los discípulos sin más armas que la Palabra y su fe, se lanzan a conquistar nuevas fronteras y nuevos horizontes.

En Antioquía se les comienza a llamar cristianos, una designación que lleva en su misma raíz la misión de Jesús: ungido para anunciar la Buena Nueva.  Ahora sus discípulos también son los ungidos y también tienen la misión de llevar la Buena Nueva.

¿Ha perdido fuerza el Evangelio?  ¿Por qué los cristianos de ahora parecemos dormidos y aturdidos?  ¿Por qué no nos lanzamos a anunciar la Buena Nueva a todos los oprimidos, a los que tienen hambre, a los que tienen problemas, a los que viven tristes?

Quizás no hemos experimentado ese gran amor que Cristo Pastor nos tiene a cada uno de nosotros.  Quizás, en medio de tantas voces que nos aturden y distraen, no somos capaces de distinguir la voz de Jesús que nos está llamando y que a cada momento nos ofrece la vida plena.

Necesitamos acercarnos a Jesús y compartir con Él nuestras dolencias y problemas para llenarnos de su vida, de su Palabra, de su fuerza.  Sólo entonces seremos también nosotros capaces de romper barreras, de superar esquemas, de proclamar que Jesús sigue vivo y presente en medio de nosotros.

No podemos estar adormilados y tranquilos, no podemos quedarnos en esa paz frente a las dificultades.  Hoy necesitamos anunciar con fuerzas, con entusiasmo la Palabra del Señor.  Salgamos, anunciemos su Palabra.

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