Miércoles de la X semana del tiempo ordinario

Mt 5, 17-19 

¿De qué sirve una ley si no se cumple? ¿Para qué mantener leyes que no cuidan la vida? Ahora cada día aparecen nuevas leyes y nuevas formas de evadirlas y violarlas. Pareciera que la ley queda superada. Para Cristo la ley es vida o no tiene sentido.

Es frecuente encontrar entre los grupos Evangélicos personas que se aferran con terquedad a las tradiciones del Antiguo Testamento. Hay también quien lo ignora y lo desprecia como si nunca hubiera pasado.

Cuando reflexionamos con profundidad todo el valor del Antiguo Testamento descubrimos la grandeza de un Dios que acompaña a su pueblo, que lo construye, que está a su lado. Sus profetas hablan en su nombre, buscan la justicia, lo enderezan cuando se desvía. Hay una riqueza y valor grandes en toda la historia y vivencia del Antiguo Testamento. Dios nos habla en la revelación dirigida al pueblo de Israel.

Sin embargo es como pequeña e incompleta cuando la comparamos con el Verbo que se hace carne y viene no tanto a hablarnos sino a mostrarnos y a darnos a conocer la profundidad de un Dios Trino y Uno.

Quien quiera quedar anclado en el Antiguo Testamento tendrá muchos valores, pero no tendrá la plenitud. Sin embargo el Antiguo Testamento explica, ayuda y encamina para entender mejor la revelación plena del Nuevo Testamento. Cristo no viene a quitar ni anular. No puede desconocer a los profetas ni la ley. Al contrario les da plenitud. Es el más grande de los profetas porque es el que puede hablar con mayor verdad el misterio de Dios.

Es el único y verdadero sacerdote, es el más grande legislador, el verdadero rey. Su vida, su palabra, sus enseñanzas traen al hombre plenitud.

Cada una de las expresiones tienen ahora un sentido pleno: el amor, el servicio, el perdón, la reconciliación, la manifestación de la Trinidad, el sentido de la vida que en ella tiene su origen y su fin. Cristo nos da plenitud.

¿Cómo nos hemos acercado a Jesús? ¿Con qué actitud y profundidad leemos, meditamos y vivimos las verdades enunciadas en el Antiguo Testamento? ¿Qué muestras de plenitud damos en nuestra vida al haber conocido a Jesús?

SAN BERNABÉ

El mandado de Jesús es claro: «Id, predicad, haced discípulos». Pero, ¿qué significa de verdad evangelizar? Hoy, que la Iglesia celebra la fiesta del apóstol Bernabé, podríamos decir que la evangelización tiene como tres dimensiones fundamentales: el anuncio, el servicio y la gratuidad.

Partiendo de las lecturas de la misa de hoy queda claro que el Espíritu Santo es el auténtico protagonista del anuncio, y que no se trata de una simple prédica o de la trasmisión de unas ideas, sino que es un movimiento dinámico capaz de cambiar los corazones gracias a la labor del Espíritu. Hemos visto planes pastorales bien hechos, perfectos, pero que no eran instrumentos de evangelización, porque simplemente estaban enfocados en sí mismos, incapaces de cambiar los corazones. No es una actitud “empresarial” la que Jesús nos manda hacer, no. Es con el Espíritu Santo. Dice la primera lectura: «Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la misión a que los he llamado». ¡Ese es el valor! La verdadera valentía de la evangelización no es una terquedad humana. No. Es el Espíritu quien te da el valor y te lleva adelante.

La segunda dimensión de la evangelización es la del servicio, ofrecido hasta en las cosas pequeñas. Nos dice el Evangelio: «Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios». Es equivocada la presunción de querer ser servidos después de haber hecho carrera, en la Iglesia o en la sociedad: “trepar” en la Iglesia es señal de que no se sabe qué es la evangelización: «el que manda debe ser como el que sirve», advierte el Señor en otro momento. Nosotros podemos anunciar cosas buenas, pero sin servicio no sería anuncio; lo parece, pero no lo es. Porque el Espíritu no solo te lleva adelante para proclamar las verdades del Señor y la vida del Señor, sino que te lleva también a los hermanos y hermanas para servirles. ¡El servicio! También en las cosas pequeñas. Es malo encontrar evangelizadores que se dejan servir y viven para dejarse servir. ¡Qué feo! ¡Se creen los príncipes de la evangelización!

Finalmente, la gratuidad, porque nadie puede redimirse gracias a sus propios méritos. «Lo que habéis recibido gratis –nos recuerda el Señor–, dadlo gratis». Todos hemos sido salvados gratuitamente por Jesucristo y, por tanto, debemos dar gratuitamente.

Así pues, los agentes pastorales de la evangelización deben aprender esto: su vida debe ser gratuita, para el servicio, para el anuncio, y llevados por el Espíritu. Su propia pobreza les empuja a abrirse al Espíritu.

Viernes de la VII semana de Pascua, 7 de Junio de 2019

Jn 21, 15-19 

Hay preguntas que sólo nos atrevemos a hacer a quien le tenemos mucha confianza, no andamos preguntando a todo el mundo si nos quiere, y cuando este amor implica más consecuencias, lo pensamos en serio.

Hay tareas que requieren un verdadero amor para poder encomendarlas. Hoy encontramos a Jesús preguntando a Pedro, después de la resurrección, si de verdad lo ama. No es difícil de imaginar todo lo que Pedro recordaría con esta pregunta, sus impulsos atrevidos al tratar de convencer al Señor de que escogiera otro camino diferente a la cruz; sus afirmaciones tajantes de que aunque todo el mundo lo abandonara él no lo haría, y sobre todo sus negaciones en aquellos momentos precisos de dificultad y abandono.

Por eso se toma su tiempo y sus precauciones para responder. Ha entendido Pedro que no es fácil afirmar el amor cuando se es tan débil, ha comprendido que el amor de Jesús es mucho más exigente que simples palabras. Y ahora responde con humildad, pero también con seguridad: “Sí, Señor, Tú sabes que te quiero”. Ya no es la seguridad arrogante, sino la confianza en la amistad y compresión del Maestro. Sólo cuando ya se ha confiado a la amistad del Señor, Jesús le puede confiar: “Apacienta mis ovejas”

La pregunta se dirige hoy a cada uno de nosotros. La dice Jesús desde su entrega en la cruz y desde el triunfo de su resurrección: “¿Me amas?” Es pregunta personal y no admite condiciones ni tampoco evasiones. Es pregunta directa de quien sabemos que nos ama. ¿Qué le respondemos a Jesús? ¿Estamos seguros que lo amamos? Quizás también tememos nosotros equivocarnos y negarlo en los momentos más importantes de la vida. Quizás tememos no seguir sus mandamientos, sino nuestros propios gustos.

Con todas estas limitaciones, debemos responder a Jesús cómo y cuánto es nuestro amor. Con toda humildad y con toda verdad respondamos que nuestro amor es pequeño, pero que Él sabe que lo amamos. Reconozcamos nuestras limitaciones e imperfecciones, pero tengamos la seguridad de su amor. Él sí nos ama.

Al dar nuestra respuesta, también nos encomienda la misma tarea que a Pedro: cuidar y apacentar, dar vida y dar la vida.

¿Qué respondemos este día a esa pregunta insistente de Jesús: me amas?

Jueves de la VII semana de Pascua, 6 de Junio de 2019

Jn 17, 20-26

¿Qué pide el Señor al Padre?: La unidad de la Iglesia: que la Iglesia sea una, que no haya divisiones, que no haya altercados. Para esto es necesaria la oración del Señor, porque la unidad en la Iglesia no es fácil.

He aquí la referencia a muchos que dicen estar en la Iglesia, pero están dentro sólo con un pie, mientras el otro queda fuera.

Para esta gente la Iglesia no es la casa propia. Se trata de personas que viven como arrendatarios, un poco aquí, un poco allá. Es más, hay algunos grupos que alquilan la Iglesia, pero no la consideran su casa. Entre estos, hay tres categorías:

1.- Los uniformistas

Son los que quieren que todos sean iguales en la Iglesia. Su estilo es uniformar todo: todos iguales. Están presentes desde el inicio, es decir, desde que el Espíritu Santo quiso hacer entrar en la Iglesia a los paganos…

Son cristianos rígidos, porque no tienen la libertad que da el Espíritu Santo. Y confunden lo que Jesús predicó en el Evangelio y su doctrina de igualdad, mientras que Jesús nunca quiso que su Iglesia fuera rígida.

Estos, por lo tanto, a causa de su actitud no entran en la Iglesia. Se dicen cristianos, se dicen católicos, pero su actitud rígida les aleja de la Iglesia.

2.- Los alternativistas

Estos son los que piensan: «Yo entro en la Iglesia, pero con esta idea, con esta ideología». Ponen condiciones y así su pertenencia a la Iglesia es parcial.

También ellos tienen un pie fuera de la Iglesia; alquilan la Iglesia pero no la sienten propia; y también ellos están presentes desde el inicio de la predicación evangélica, como testimonian los gnósticos, que el apóstol Juan ataca muy fuerte: «Somos… sí, sí… somos católicos, pero con estas ideas».

Estas personas buscan una alternativa, porque no comparten el sentir común de la Iglesia.

3.- Los ventajistas o especuladores

Son los que buscan ventajas. Ellos van a la Iglesia, pero para ventaja personal y acaban haciendo negocios en la Iglesia.

Son especuladores, presentes también ellos desde los inicios: como Simón el mago, Ananías y Safira, que se aprovechaban de la Iglesia para su beneficio…

Muchos personajes de este tipo se encuentren regularmente en las comunidades parroquiales o diocesanas, en las congregaciones religiosas, ocultándose bajo las apariencias.

Miércoles de la VII semana de Pascua, 5 de junio de 2019

Jn 17, 11-19

Un grupo de padres de familia se cuestionaba seriamente sobre la forma de proteger y de cuidar a sus hijos. Cuando escuchan todas las situaciones de los adolescentes y de los jóvenes, las formas de pensar, los graves peligros a que se exponen no pueden dejar de pensar en los propios hijos y se hacen esa terrible pregunta: “¿También mis hijos piensan y viven así? ¿Cómo puedo protegerlos?” Y hay quienes optan por negar todo permiso y casi tenerlos secuestrados en casa, pero esto no es suficiente ni garantiza inmunidad.

Jesús, en la oración de su despedida, parece también preocupado por sus discípulos y por todo lo que pueda pasar con ellos. Reconoce que el mundo, en el sentido que lo dice San Juan, es peligroso y contaminante y que quien no se ajusta a sus valores se hace objeto de su odio. Y quiere preservar a sus discípulos de esa contaminación pero está seguro que no los preservará del odio porque a Él mismo lo han odiado. Y da caminos para protegerlos de esos peligros: lo primero es encomendarlos en su oración al Padre.

Tanto los ama que quiere hacerles sentir la presencia y la protección continua del Padre. Les asegura que el Padre los ama y los invita a permanecer en unión con el Padre y con los hermanos.

La unión dará fuerza a los cristianos ante los problemas del mundo, la unión dará fuerza a la familia, la unión dará seguridad y apoyo a los hermanos. No es la unión que se hace agresión contra los demás, sino la unión que se abre a la posibilidad del encuentro de los hermanos. No es la unión que se cierra y se oculta, sino la que da apertura y vida. Es la unión y seguridad que tienen los hermanos que se aman y que sienten la presencia del otro aun en los peligros del mundo.

En la oración que Jesús hace a su Padre nos ofrece otras pistas para protegerse de los peligros: “santifícalos en la verdad”. Santificación y verdad, son dos caminos que aseguran la preservación en medio del mundo.

La santificación entendida como vivencia del amor del Padre, y la verdad que manifiesta lo que vivimos y tenemos en nuestro corazón. La oración de Jesús nos ofrece pistas para padres preocupados pero también para discípulos que vivimos en el mundo.

Martes de la VII semana de Pascua, 4 de Junio de 2019

Jn 17, 1-11 

Cuando vemos las estadísticas y comprobamos la cantidad de jóvenes que inician sus estudios, sobre todo de universidad, y los pocos que a veces logran concluirlos. Hoy hay muchos nini (ni trabajan, ni estudian) Pero todavía la situación, se vuelve más tristes cuando este fenómeno lo podemos comprobar casi en todos los aspectos de la vida, en el trabajo, en los propósitos, en la familia, en el matrimonio.

Se inicia con grandes proyectos, se sueña, se idealiza y cuando aparecen las dificultades, empezamos a abandonar lo que habíamos propuesto.

Las lecturas de hoy nos invitan a mirar a Pablo en sus últimos días y a Jesús al final de su misión. Pablo se despide de los presbíteros de la comunidad de Éfeso, haciendo una evaluación de su trabajo apostólico en medio de ellos y manifestando con orgullo su actuación: siempre a favor del Evangelio. “No he escatimado nada que fuera útil para anunciaros el Evangelio”. Una conciencia clara de lo que ha sido su misión, pero también una firme decisión ante el oscuro porvenir que se le presenta. Sin embargo está firme y afirma: “quiero llegar al fin de mi carrera y cumplir con el encargo que recibí del Señor Jesús”

Jesús, en la última cena, también puede afirmar con toda seguridad: “Padre, ha llegado la hora, Yo te he glorificado sobre la tierra y he acabado la obra que me encomendaste”. Y vaya que si la ha cumplido y con creces. Ha comunicado y vivido las palabras que le había encomendado el Padre y ahora puede afirmar que ha cumplido su misión.

Y nosotros, ¿cómo hemos cumplido nuestra misión? ¿La hemos dejado a la mitad? ¿Vamos dejando tareas a medias, palabras a medias y misiones a medias?

El Evangelio exige una entrega total y una evidencia constante, no es para vivirse un día sí y otro no; no es para darse vacaciones y olvidarse del evangelio; no es un traje que hoy nos ponemos y mañana nos quitamos. Vivir el Evangelio es una constante en la vida del discípulo.

Necesitamos hoy revisar nuestra fidelidad y nuestra constancia a nuestra misión.