Jn 17, 1-11
Cuando vemos las estadísticas y comprobamos la cantidad de jóvenes que inician sus estudios, sobre todo de universidad, y los pocos que a veces logran concluirlos. Hoy hay muchos nini (ni trabajan, ni estudian) Pero todavía la situación, se vuelve más tristes cuando este fenómeno lo podemos comprobar casi en todos los aspectos de la vida, en el trabajo, en los propósitos, en la familia, en el matrimonio.
Se inicia con grandes proyectos, se sueña, se idealiza y cuando aparecen las dificultades, empezamos a abandonar lo que habíamos propuesto.
Las lecturas de hoy nos invitan a mirar a Pablo en sus últimos días y a Jesús al final de su misión. Pablo se despide de los presbíteros de la comunidad de Éfeso, haciendo una evaluación de su trabajo apostólico en medio de ellos y manifestando con orgullo su actuación: siempre a favor del Evangelio. “No he escatimado nada que fuera útil para anunciaros el Evangelio”. Una conciencia clara de lo que ha sido su misión, pero también una firme decisión ante el oscuro porvenir que se le presenta. Sin embargo está firme y afirma: “quiero llegar al fin de mi carrera y cumplir con el encargo que recibí del Señor Jesús”
Jesús, en la última cena, también puede afirmar con toda seguridad: “Padre, ha llegado la hora, Yo te he glorificado sobre la tierra y he acabado la obra que me encomendaste”. Y vaya que si la ha cumplido y con creces. Ha comunicado y vivido las palabras que le había encomendado el Padre y ahora puede afirmar que ha cumplido su misión.
Y nosotros, ¿cómo hemos cumplido nuestra misión? ¿La hemos dejado a la mitad? ¿Vamos dejando tareas a medias, palabras a medias y misiones a medias?
El Evangelio exige una entrega total y una evidencia constante, no es para vivirse un día sí y otro no; no es para darse vacaciones y olvidarse del evangelio; no es un traje que hoy nos ponemos y mañana nos quitamos. Vivir el Evangelio es una constante en la vida del discípulo.
Necesitamos hoy revisar nuestra fidelidad y nuestra constancia a nuestra misión.