Viernes de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 11, 15-26

El camino de seguir a Jesús no es un camino fácil. Encontramos obstáculos interiores y exteriores que buscan apartarnos de Jesús. El gran obstáculo exterior, según el evangelio de hoy, es el demonio, cuya misión principal es seducirnos, apartarnos de Jesús y obligarnos a caminar por el camino que él nos traza. El demonio es insistente, no se cansa en querer adueñarse de nuestra casa, de nuestro corazón, una y mil veces. Y aunque le hayamos expulsado de nuestro corazón no deja de insistir: “Volveré a la casa de donde salí”, y, si le dejamos, entrará.

Una de las tareas de Jesús es expulsar al demonio de los que están poseídos por él. Busca convencernos de que su camino es mucho mejor que el que nos ofrece el demonio para vivir nuestra vida con alegría, sentido y esperanza. Es el camino del Reino de Dios. “Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros”. Jesús nos pide que dejemos que Dios, nuestro Padre, el que es el Amor, sea nuestro Rey, el que rija y dirija todos nuestros pasos por su propio camino, que es el camino del amor.

Jueves de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 11, 5-13

Lo narrado en el pasaje del Evangelio es completamente actual, ha sido actual en toda la Historia. ¡Cómo nos molesta que nos hagan salir de nuestra comodidad! Hay quien diría si no lo vas a hacer bien, mejor no lo hagas, pero curiosamente el Evangelio dice que, aunque no lo hagas por amistad, lo harás para que no te molesten más. En el fondo se trata de hacer el bien, de ayudar, de dar lo que necesitan los otros, si lo puedes hacer bien y con gusto, mejor.

Sería bueno, incluso necesario, plantearnos la razón que tenemos para hacer las cosas, para actuar. Quien vive como un autómata, por mucho bien que haga, no deja de ser como un robot sin motivación, sin ilusiones, sin metas a las que llegar.

El otro día comentaba con mis alumnos de Secundaria que algunas veces necesitamos que alguien nos diga que no podemos hacer algo para encender en nosotros el deseo de superarnos, a todos nos ha pasado y conseguimos sacar de nosotros lo mejor, aunque no sea la mejor manera, para alcanzar un objetivo sólo por llevar la contraria… pero ¿Por qué lo hacemos? ¿cuál es la verdadera razón de nuestra actuación? ¿Qué o quién nos mueve a vivir de una manera concreta?

¿Te has parado a reflexionar qué o quién te da la energía para vivir? ¿Es necesario salir de nuestra zona de confort y afrontar la realidad o debemos vivir en nuestro corralito dejando la vida pasar sin intentar pasar por la vida?

Miércoles de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 11, 1-4

Esta oración, a pesar de parecer tan simple es la oración más perfecta que existe. Sobre todo porque nos revela que Dios es un Padre y que se comporta como tal. Por ello nos podemos acercar con toda confianza sabiendo que no fallará.

Jesús nos da inmediatamente un consejo en la oración, a saber, «no derrochar palabras, no hacer rumor», «el rumor de carácter mundano, los rumores de la vanidad«. Y advirtió que la «oración no es una cosa mágica, no se hace magia con la oración».

Alguien me dice que cuando uno va a ver a un brujo éste le dice tantas palabras para curarlo. Pero ese es un pagano. A nosotros, Jesús nos enseña que no debemos ir a Él con tantas palabras, porque Él sabe todo. La primera palabra es «Padre», ésta es la clave de la oración. Sin decir, sin sentir esta palabra no se puede rezar.

¿A quién rezo? ¿A Dios Omnipotente? Demasiado lejano. Ah, esto yo no lo siento. Ni siquiera Jesús lo sentía. ¿A quién rezo? ¿Al Dios cósmico? Un poco habitual, en estos días, ¿no?… rezar al Dios cósmico, ¿no? Esta modalidad politeísta que llega con esta cultura «Light»… Tú debes rezar al Padre.

Padre es una palabra fuerte. Tú debes rezar al que te ha generado, al que te ha dado la vida. No a todos: a todos es demasiado anónimo. A ti. A mí. Y también al que te acompaña en tu camino: al que conoce toda tu vida. Todo: aquel que es bueno, aquel que no es tan bueno. Conoce todo.

Si nosotros no comenzamos la oración con esta palabra, no dicha por los labios, sino dicha de corazón, no podemos rezar en cristiano.

Padre es una palabra fuerte pero abre las puertas. En el momento del sacrificio Isaac se da cuenta de que algo no iba, porque faltaba la ovejita, pero se fía de su padre y su preocupación la dejó en el corazón de su padre. «Padre», es la palabra que ha pensado decir aquel hijo que se fue con la herencia y después quería volver a su casa.

Y aquel padre lo ve llegar y sale corriendo a su encuentro, se le tira al cuello, para caer sobre él con amor. Padre, he pecado: es ésta la clave de toda oración, sentirse amados por un Padre.

Todos estos afanes, todas estas preocupaciones que nosotros podemos tener, dejémoselos al Padre: Él sabe de qué cosa tenemos necesidad

De este modo se explica el hecho de Jesús, después de habernos enseñado el Padrenuestro, subraye que si nosotros no perdonamos a los demás, ni siquiera el Padre perdonará nuestras culpas.

Es tan difícil perdonar a los demás, es verdaderamente difícil, porque nosotros siempre tenemos ese pesar dentro. Pensemos: «Me la hiciste, espera un poco… para volver a darle el favor que me había hecho»…

No se pude rezar con enemigos en el corazón, con hermanos y enemigos en el corazón: no se puede rezar. Esto es difícil: sí, es difícil, no es fácil…

Pero Jesús nos ha prometido al Espíritu Santo: es Él quien nos enseña, desde dentro, del corazón, como decir «Padre» y como decir «Nuestro»

Pidamos hoy al Espíritu Santo que nos enseñe a decir «Padre» y a decir «Nuestro», haciendo la paz con todos nuestros enemigos.

Martes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 10, 38-42

¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?

Una queja muy común. Una dicotomía muy frecuente en la existencia del cristiano que aparece como tentación.  Las palabras de Jesús a Marta son la advertencia sobre este peligro. No se trata de dividir las funciones, sino de descubrir cómo se necesitan mutuamente, para ser fieles al seguimiento de Cristo.

La escucha de la Palabra, acogida y contemplada; escrutada y aplicada a la existencia propia y a la misión, refleja la experiencia del mismo Señor. El siempre escuchaba al Padre y nada decía por cuenta propia, pero al mismo tiempo, nadie plasmó mejor el amor en la atención a las urgencias de los hombres.

Escoger la mejor parte, no es otra cosa que poner por obra el “Escucha, Israel” Porque es desde esta escucha como el servicio que el amor procura se desarrolla en la forma adecuada.  Muchas veces repite Jesús “el que tenga oídos para oír, que oiga.” María está oyendo, escuchando, extasiada con la palabra de Jesús. Pero ese entusiasmo no se quedará en sí, sino que se proyectará en la comunión con los otros.

Es lo que se desprende de la definición de Tomás de Aquino: “contemplar y dar lo contemplado”

 Jesús dirá: lo que os digo al oído proclamadlo desde las azoteas. Si María se guarda para sí la palabra escuchada, sería estéril. No en vano al tiempo de ser bautizados cuando se nos hace la señal de la cruz en oído y labios, se alude a la escucha y a la proclamación de la Palabra. María escucha y nos recuerda que escuchar es fundamental para la relación con Dios y para la relación con cada ser humano.

Estamos en una sociedad sedienta de escucha y saturada de aturdimiento ruidoso. No escuchamos y por eso nos desatendemos unos a otros. Somos demasiado Marta y muy poco María. Somos urgidos por el amor de Cristo a aprender de él, que escucha siempre y comunica siempre.

Nunca como ahora los medios enlazan a todo el mundo y estamos al tanto de lo que está aconteciendo y sin embargo, nunca como ahora la soledad y la incomunicación hieren la existencia humana.

Marta y María son las dos dimensiones esenciales de la existencia cristiana, que se convierte en signo para recordar a toda la importancia de escuchar, para comprender y aplicar lo recibido para provecho de toda la humanidad.

¿Qué priorizo yo en mi vida?

¿Cómo conjuntar equilibrada y armoniosamente las dos dimensiones de la existencia cristiana cada día?

Lunes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 10, 25-37

Decir «te amo» no es suficiente, es necesario que este amor se haga manifiesto a través de nuestras acciones y de nuestras actitudes.

El verdadero amor muestra siempre interés por la otra persona y es capaz de comprometer hasta sus propios recursos con el fin de mostrar con claridad su amor.

Jesús, como el buen samaritano, nos abraza, no venda nuestras heridas y nos lleva a la posada que es la Iglesia.

Quien ama siempre tiene tiempo para la otra persona… para la persona amada. Si quieres saber quién te ama de verdad evalúa estos tres elementos: Fíjate quien se interesa por ti; quien es capaz de comprometer su vida con y por ti; y quien hace un pequeño espacio en su agitado día para decirte «Hola ¿cómo estás?» ¿Tendrás tú también estás actitudes para con Dios?

Sábado de la XXVI Semana Ordinaria

Lucas nos narra la alegría que manifiestan los 72 discípulos de Jesús al regresar de su misión evangelizadora. Un entusiasmo por la victoria del mensaje del Reino frente al poder del mundo y del demonio. Sienten que han sido testigos veraces del mensaje de Jesús y dignos de su poder. Y Jesús refuerza esa confianza, no tanto por los acontecimientos vividos, sino por ser testigos elegidos de Dios. También a Jesús estas nuevas le provocan una especial satisfacción que le impulsa a la acción de gracias al Padre.

Es la comunión con el Padre la que actúa en el Hijo y obra la gracia en este mundo por sus enviados. Tenemos la benevolencia del Padre que nos da fuerza y confianza para predicar el mensaje de salvación de Jesús. Un mensaje que hace del mundo un territorio de amor frente a la tiranía del mal, la perversión y la opresión del demonio. Y Jesús dirige su oración al Padre, lleno de gozo, porque revela estas cosas a los pequeños y sencillos y las oculta a los sabios y entendidos. Son los humildes, los confiados, los dispuestos quienes reciben la revelación y la gracia de Dios. Hay que abrir los ojos y el alma a la voluntad de Dios para que su gracia inunde nuestro ser y se trasmita en nuestro entorno. Son los pequeños, los pobres, los que no cuentan apenas en la sociedad los elegidos de Dios. Y todo creyente que entiende este mensaje evangélico ve en ellos la gracia y el poder de Dios. Desde ellos levantamos nuestra oración de acción de gracias como Jesús, para que el Reino se siga realizando en nuestro mundo.

¿Está nuestra vida compartida por este sentimiento de amor de Dios que se manifiesta en la misericordia a los sencillos y necesitados?