Sábado de la IV Semana Ordinaria

Mc 6, 30-34

El evangelio nos invita a dejar nuestras preocupaciones para centrarnos en Jesús de Nazaret, descansar a solas con El, para escuchar en nuestro interior sus palabras y consejos. A veces tenemos demasiados ruidos que nos impiden escuchar a Dios. Nos invita a una intimidad con El, siempre dispuesto a escucharnos. Los Apóstoles tenían grandes deseos de contarle a Jesús todo lo que habían hecho y enseñado, por eso el Señor les dijo: “Venid vosotros solos a descansar un poco a un sitio tranquilo”. Porque como eran tantos los que les seguían no tenían tiempo ni para comer.

Ellos se marcharon, pero como la figura de Jesús atraía a la muchedumbre, cuando se dieron cuenta de que se marchaba, fueron corriendo y se les adelantaron.

Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima, porque como dice Marcos, eran como ovejas sin pastor. Entonces Jesús dejando el descanso con sus íntimos, los discípulos, que tanto deseaba, los dejó, y se puso a enseñarles con calma

¿Deseamos nosotros estar a solas con Jesús? Pruébalo y veras que bien se está.

Viernes de la IV Semana Ordinaria

Mc 6, 14-29

Estamos ante un pasaje evangélico en los que la gente se pregunta por la identidad de Jesús: “Es un profeta como los antiguos”, “es Elías”, y la escena se centra en Herodes, que siente curiosidad por Jesús, y del que afirma que es Juan Bautista, a quien él había mandado decapitar, y que ha resucitado. El pasaje de Marcos a continuación narra la historia de la muerte de Juan Bautista.

Quiero centrarme en la parte en que el rey Herodes hace una promesa a la hija de Herodías, seducido por su baile: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”. Nos podemos fijar en los personajes. Por un lado, está un rey embriagado, sin capacidad de discernir, incapacitado para pensar sobre decisiones fundamentales de la vida, sobre todo cuando está en juego la vida de un profeta. Por otro lado, está la hija, que pide la orientación de su madre Herodías, y que se deja manipular por la ira y venganza de su madre. Por último, está Herodías, que se muestra implacable porque ve la oportunidad de vengarse del profeta. El texto dice que aborrecía a Juan el Bautista y quería quitarlo de en medio.

Embriaguez, incapacidad, desorientación, manipulación y venganza dieron por aniquilada la vida de un profeta. No siempre es la verdad profética lo que genera vida. No siempre es la estabilidad, el bienestar o el poder lo que garantiza los derechos y la justicia. En ocasiones median otros intereses políticos, personales, culturales o religiosos que ciegan nuestra vida. ¿Cuál es la verdad profética que lanzaremos a los hombres de hoy cuando son estas actitudes las que se fomentan en nuestra cultura? ¿Cuál es la esperanza frente a la aniquilación? ¿Cuál nuestra sed de justicia frente al abuso de poder? ¿Cuál es la verdad que pronunciamos frente a la manipulación? ¿A quién dirigirnos que no nos encamine a la venganza de sus intereses? ¿Cuál es la historia de las personas que aborreces? ¿Cuál fue la verdad que cuestionó tu vida?

Cristo es nuestro horizonte y la respuesta a todas las preguntas. Su fama puede extenderse en nuestra vida. Su identidad responde al amor, a la verdad, a la justicia, a la fraternidad, a la lealtad para con el Padre, a una historia de fidelidad a Dios y a los hombres. Una historia de sacrificio, una historia de perdón.

A veces la verdad no es bien acogida. Una llamada al cambio y a la conversión no siempre tiene una respuesta positiva de las personas. Siempre puede haber resistencias tanto al cambio como al amor que se nos brinda. Cuando no respondemos a la llamada de la fe y no consideramos la verdad de nuestra vida, puede ser motivo para desatar actitudes que van de la erosión de la misma vida a la nulidad de la estabilidad.

La Presentación del Señor

Lc 2, 22-40

En la fiesta de la Presentación del Señor, la primera reflexión está relacionada con las personas que han consagrado sus vidas al servicio de Dios, ya que hoy se celebra la Jornada de la Vida Consagrada. Son unos mensajeros que brindan su mano, acogen y acompañan sin pedir nada a cambio. Son luz para cuantas personas se cruzan con ellos y que van despistadas caminando en medio de la oscuridad de la vida. Se sienten solidarios.

La segunda la encontramos en la lectura de Malaquías, “Yo envío a mi mensajero para que prepare el camino ante mí”. ¿Quién es este misterioso mensajero que precede al Señor preparando su camino? Algunos pensaban que era Elías. En tiempo de Jesús todavía lo estaban esperando y hubo quienes creyeron que ese mensajero anunciado, ese nuevo Elías, era el mismo Jesús.

Ante la pregunta que hizo Jesús a sus discípulos sobre: ¿quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Unos contestaron que Juan el Bautista, otros que Elías; otros que Jeremías o uno de los profetas. Y sigue preguntando Jesús: y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro fue el único que contestó “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.

Pero Jesús aplicó esta profecía a Juan el Bautista. “He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará tu camino por delante de ti”. Y no hay que esperar a nadie más. Jesús es el Señor que ha venido. Él ha entrado en el templo para restaurar el verdadero culto.

El salmo que precede a la lectura es un canto que parece recordar la entrada del arca de la alianza en el santuario de Jerusalén. Una procesión entusiasta acompaña el arca. El Señor, aunque invisible, está presente en ella. Los participantes proclaman el dominio de Dios sobre todo el mundo. Al acercarse al templo se apodera de ellos un profundo respeto hacia la santidad de Dios.

Jesús es el Señor de la Gloria, viene a nosotros: se hace hombre; Jesús, santo e inocente sin mancha, entra en Jerusalén. Salgamos a su encuentro. El que tenga limpio el corazón verá a Dios y el que ame a su hermano está en la luz y Dios está con él.

Luz para alumbrar a las naciones

Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, Jesús es llevado al templo por sus padres para someterse al cumplimiento de la ley de Moisés. En el Evangelio San Lucas da a este hecho una especial importancia. Estamos en la primera manifestación grandiosa de Jesús.

El ambiente está bien preparado, un escenario solemne: el templo santo. Unos personajes justos y ancianos, envejecidos en la espera del cumplimiento de la promesa de Dios: Simeón y Ana, prototipos del pueblo de Israel, fiel a su Señor.

La tensión acumulada durante tantos años de espera comienza a desatarse. Por eso Simeón empieza a cantar: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz: porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel.”

En este canto de Simeón, San Lucas sigue completando las características de la salvación que anuncia. “La salvación de Dios es universal”. La salvación es luz que da sentido a la vida. El Niño es la Luz en brazos de Simeón. La salvación es gloria para Israel, presencia de Dios en medio de su pueblo.

Al entrar el Niño en el templo, aparece de nuevo la gloria de Yahvé habitando en su casa. Jesús es la presencia nueva y definitiva de Dios en medio de su pueblo. Está presente como Salvador. El Niño acaba de recibir un nombre, Jesús, es decir «Salvador».

Comienza una larga historia de alegrías y de decepciones que llega hasta nuestros días. No cabe la postura de brazos cruzados ante Jesús. La salvación que trae no se impone ni se hereda. Se acoge, libre y personalmente o se rechaza.

¡Para cuántos, todavía hoy, sigue siendo Jesús un escándalo, una bandera discutida, un signo por el que los hombres lucharán entre sí!  Es el misterio de Dios que aparece en Cristo y en sus condiciones de vida.

Este Evangelio ilumina a la familia como primera experiencia de la Iglesia y toda nuestra vida de creyente. Se nos presenta la verdadera felicidad, el Encuentro definitivo con Dios.

Como persona y como cristiano ¿Hay luz en mi vida o camino a oscuras?

¿Cuál ha sido mi Encuentro definitivo con Dios? ¿Soy feliz de haberlo encontrado? ¿Por qué? Como cristiano ¿Qué objetivo tengo para el año? 

Miércoles de la IV Semana Ordinaria

Mc 6, 1-6

En nuestra iglesia, con frecuencia, parece cumplirse cabalmente el proverbio que hoy nos ofrece Jesús. Rehusamos aceptar a un profeta de nuestro propio pueblo, cuesta trabajo aceptar a los hermanos, aún en los más sencillos servicios.

Es difícil aceptar como ministro extraordinario de la comunión a quien conocemos de toda la vida, pues si es cierto que reconocemos sus cualidades, también conocemos sus defectos. En nuestros grupos preferimos a la religiosa o al sacerdote que a un vecino nuestro aunque esté bien preparado.

Así, imaginemos a Jesús que se ha encarnado plenamente en su pueblo, que lo conocen como hijo del carpintero y han convivido con Él todo el tiempo. Es cierto que en un primer momento causa admiración y todos se pregunta cómo es posible tanta autoridad. Les llama la atención el origen de sus palabras, la sabiduría que posee y los milagros que realiza. Pero todo esto contrasta con la familiaridad que los nazarenos creían tener con Él, dado que conocían a sus padres y hermanos. Quienes en el evangelio se describe como los hermanos de Jesús, de acuerdo como se usaba la palabra hermano en el pueblo de Israel, son sus parientes y paisanos de Nazaret.

Para los que se relacionan con Jesús, tanto en los tiempos de la primera comunidad, como para nuestra comunidad, resulta inquietante, hasta incomprensible la humanidad de Jesús: tan cercano, tan de casa, tan de la familia lo hemos sentido que podemos quedarnos sin fe, sin conocerlo y sin aceptar su amor.

Hoy tenemos que dejarnos tocar por este Jesús tan cercano y tan nuestro pero que quiere profundizar nuestra relación.

Quizás, también a nosotros nos pase que toda la vida hemos vivido en un ambiente de familiaridad con el Evangelio y ya no nos cause sorpresa y si no nos toca, y si no llega al corazón, entonces Jesús tampoco podrá hacer milagros en medio de nosotros.

Te invito a que este día, en las personas, en los acontecimientos y en el mismo Evangelio te dejes encontrar por Jesús y lo encuentres como algo novedoso, diferente, inquietante, para que también en ti haga milagros.

Jesús está cerca de ti.