Jueves de la XXX semana del tiempo ordinario

Rom. 8, 31-35. 37-39; Lc. 13, 31-35

En encuestas recientes, aparece con frecuencia que uno de los sentimientos más comunes que tienen el hombre y mujer actual es el temor. Se teme a perder el trabajo, se teme a la violencia, se teme a la enfermedad. Nos va agarrando como una psicosis del temor que nos paraliza y condiciona. En cambio, las dos lecturas de este día nos animan a una gran seguridad.

San Pablo consuela a los Romanos asegurándoles que si Dios está a nuestro favor quién puede estar en contra nuestra. Si Dios nos ha otorgado a su propio Hijo, ¿quién nos podrá condenar? “¿Qué cosa podrá apartarnos del amor con que nos ama Cristo? ¿Las tribulaciones? ¿Las angustias? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto salimos más que victoriosos, gracias a aquel que nos ha amado” Es una gran seguridad el sabernos amados incondicionalmente por Jesús.

Por otra parte, también el pasaje de San Lucas nos da una gran lección. A Jesús tratan de evitarle que vaya a Jerusalén porque Herodes quiere matarlo, sin embargo, Jesús manifiesta una gran seguridad para con toda libertad seguir actuando a pesar de las amenazas: “seguiré expulsando demonios, haciendo curaciones… terminaré mi obra… tengo que seguir mi camino”. Es la respuesta firme de Jesús. Él no tenía miedo a las amenazas ni lo paralizaban los temores. A pesar de la respuesta ingrata de Jerusalén quiere entregar su vida. Lucha valientemente contra el mal.

Además, utiliza una comparación que a nosotros nos parecería un poco contradictoria: se compara a una gallina que cuida sus pollitos bajo sus alas. La gallina con frecuencia ha sido puesta como símbolo de cobardía, pero ningún animal más valiente y decidido que una gallina para defender sus pollitos. Así se manifiesta también Jesús hablando de Jerusalén, pero con una referencia a cada uno de nosotros. Nos protege y nos defiende bajo sus alas, solamente nos pide que nos dejemos acurrucar y proteger.

Grandes enseñanzas para este día: sabernos amados por Dios, protegidos por las “alas” de Jesús y seguir su ejemplo de valentía y decisión para enfrentar los peligros. Cristo está con nosotros. No nos quedemos lejos de la protección y cuidados de Jesús. No merezcamos también nosotros el reproche doloroso de quien tanto nos ama.

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