1 Jn 2, 13-17
Estamos llegando ya al fin del año civil y esto nos pone en una circunstancia especial de escucha de la palabra de Dios.
El fragmento de la carta de san Juan que acabamos de escuchar, tiene una curiosa forma de expresión. Podríamos decir que tiene una «dirección» triple: primero, al conjunto de los cristianos, «hijitos»; luego, a los mayores, los «padres», y por últimos a los de edad menor, los «jóvenes». Recordemos las recomendaciones que nos hace san Juan:
1.-A todos: «han sido perdonados sus pecados»; «conocen al Padre». Cristo es el enviado del Padre: «quien me ve, ve al Padre». La vida del Padre que se nos comunica en Cristo como toda vida hay que ambientarla, alimentarla y defenderla.
2.-A los mayores les repite lo mismo en forma distinta: «porque conocen al que existe desde el principio». Es de nuevo una referencia directa al Padre, pero centrada en Cristo: «en el principio existía la Palabra», «y la Palabra era Dios», «la Palabra se hizo carne….»
3.-A los jóvenes: «porque son fuertes y la Palabra de Dios permanece en ustedes y han vencido al demonio».
La recomendación que nos hace es que seamos fuertes, que la Palabra de Dios permanezca en nosotros y que venzamos al demonio.
El mundo de que nos habló Juan tiene el sentido del mal, de los que voluntariamente han rechazado a Cristo, de los que nos separa de Cristo.
Pero tiene que ser objeto de nuestra lucha, de nuestra oración, hacia el que tenemos que proyectar la luz de Cristo: «tanto amó Dios al mundo que le dio a su propio Hijo».
Lc 2, 36-40
En el evangelio nos apareció Ana para completar el número de dos testigos necesarios para la comprobación de un caso. Profetisa iluminada por Dios, sabía hacer ver las cosas, las personas y los acontecimientos desde la perspectiva de Dios.
En la frase final: «el Niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con Él», hay un abismo de misterio: el Dios eterno, sabiduría pura, fuerza fundamental, por amor se
ha hecho hombre y, como todo hombre, tiene que crecer, tiene que aprender.
Que cada uno de nosotros, en nuestra propia vocación, sepamos anunciar con palabras, pero sobre todo con nuestra vida, la salvación que Cristo nos ha traído.