Jn 1, 29-34
Hay una fábula que dice que los huevos de un águila fueron a dar a un gallinero. Empollados por una gallina nacieron las pequeñas águilas creyéndose polluelos. Caminaron, se alimentaron y trataron de cantar como las propias gallinas. El día que con espanto vieron a un águila volar por las alturas, solamente suspiraron y continuaron su vida como gallinas, olvidándose que estaban llamadas a surcar los espacios.
Las lecturas de este día quisieran que nosotros cristianos dejáramos de vivir acorralados, con miedo y con vida de gallina. Las lecturas nos recuerdan nuestro origen, nuestro linaje y nuestra misión.
La primera carta de san Juan no se cansa de repetirnos que hemos nacido de Dios, que no solamente nos llamamos hijos de Dios, sino que en verdad lo somos, aunque el mundo no lo reconoce porque tampoco lo ha reconocido a Él. Y san Juan aún nos lleva más lejos al afirmar: “ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado como seremos al fin, cuando Él se manifieste, vamos a ser semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”
Así san Juan nos lanza a dejar el corral de gallinas, a recordar nuestra dignidad de águilas y abrir nuestras alas con los riegos de la aventura y lanzarnos a surcar los espacios.
Desde las alturas el mundo se ve diferente, desde nuestra dignidad de hijos de Dios, el mundo aparece distinto. Si seguimos pegados al suelo, con la cabeza agachada, con la mirada clavada en tierra, no descubriremos nuestra verdadera identidad y nuestra verdadera dignidad.
En el mismo evangelio san Juan nos presenta a Jesús y su personalidad. La descubre en el bautismo en el río Jordán, cuando desde los cielos abiertos, Juan el Bautista ve posarse al Espíritu sobre Jesús y da testimonio de que Éste es el Hijo de Dios.
Jesús, Hijo de Dios, viene a hacernos partícipes de la misma dignidad. Hoy reconociéndonos hijos de Dios, levantemos nuestra mirada, emprendamos nuevos vuelos y vivamos nuestro día como valentía, dignidad y amor de acuerdo a nuestro linaje.
Recuerda: eres valioso, eres hijo de Dios. Vive siempre, en todo momento, en toda circunstancia como hijo de Dios.