1Jn 2, 18-21
Hoy nuestra celebración está desde luego influenciada muy fuertemente por la fecha; el año está por terminar, echamos una mirada al camino recorrido, lo triste y lo alegre, lo luminoso y lo oscuro, los logros y los fracasos, todo lo queremos presentar al Señor y, al mismo tiempo, miramos el año nuevo que está a las puertas con esperanza y temores pero confiados en el Señor.
La primera lectura de hoy nos ha hablado del anticristo, más aún, de anticristos. Esto quiere decir, como es obvio, el que está “contra Cristo”, pero más allá de la figura sensacionalista de muchas películas y “profecías”, nos aparece todo lo que en un forma u otra, a todos los que en una forma u otra están en opinión y en acción en contra de la enseñanza de Cristo. “De entre ustedes salieron, pero no eran de los nuestros”. El aspecto más doloroso es que muchos de esos adversario salieron de las filas de los creyentes aún permanecen en ellas todavía.
Quien rechaza a la Iglesia, rechaza a Cristo, en cambio, el cristiano, que ha sido consagrado por una unción del Santo, recibida en el bautismo y en la confirmación, se deja suavemente guiar por el “Espíritu de verdad” que vive y actúa en él.
¿No hemos sentido en nosotros mismos “anticristos”, impulsos, deseos, slogan, ideas, prejuicios, etc., que no son según el Evangelio, que van contra él?
Jn 1, 1-18
Nuestro año termina con este bellísimo prólogo del Evangelio de san Juan en el cual nos dice que el mundo no recibió a Cristo, pero a aquellos que lo recibieron les concedió el llegar a ser hijos de Dios.
Estamos terminando ya otro año. Este hecho nos recuerda que un día se nos acabará el tiempo, pero no la vida. Jesucristo, la Palabra de Dios, nos ha dado la capacidad de convertirnos en Hijos de Dios.
Mañana iniciaremos un nuevo año y con ello se nos abre una nueva oportunidad de dar más espacio a Jesús en nuestra vida, para que nuestra filiación divina crezca y se fortalezca, y también de ser el instrumento, como lo fue san Juan Bautista, para que la luz de Cristo y de su evangelio sea conocida y aceptada por todos.
Démosle más espacio a Cristo en nuestra vida, en nuestros medios de trabajo, en nuestra misma familia; dejemos que el Evangelio impregne todas las áreas de nuestra vida para que podamos gozar de verdadera paz, de auténtico gozo, de felicidad duradera; en fin para que la justicia, tan necesaria sobre todo en nuestra patria, llegue a ser realidad y todos podamos vivir como verdaderos hijos de Dios.