Esta fiesta que hoy celebramos, la fiesta de la Asunción, es una de las grandes fiestas de María. Hoy celebramos, que Dios Padre, que escogió a María para ser madre de su Hijo, quiso también que ella participara como su Hijo de la resurrección, de la vida gloriosa con Él para siempre.
Esta fiesta reafirma nuestra esperanza cristiana. María asunta al cielo es la primera creyente, la primera cristiana que participa de la resurrección, de la gloria de Dios; ella es el anticipo de nuestra resurrección, es el signo de esperanza para nosotros, que esperamos también un día ser resucitados por Dios y participar del gozo que Cristo nos ha prometido, vivir con Dios nuestro Padre para siempre.
Cada una de las lecturas que hemos proclamado, tienen una gran enseñanza para el cristiano que lucha y quiere ser fiel. Y cada una de las lecturas tiene también un rasgo que podemos aplicar a María, como nuestra madre a quien queremos imitar.
A muchos lectores les llena de terror el pensar en los signos del Apocalipsis, y muchos escritores y sectas alarmistas se han aprovechado de estos signos para infundir miedo. El pasaje que hoy nos ofrece el libro del Apocalipsis nos presenta dos imágenes: por una parte una mujer radiante y llena de sol que está a punto de dar a luz; por la otra, la bestia de siete cabezas y diez cuernos que está dispuesta a devorar al hijo que está punto de nacer.
Si miramos a través de estos signos, que podrían parecernos aterradores, descubriremos la lucha que libraban las primeras comunidades cristianas, que débiles y pequeñas, trataban de evangelizar y cristianizar el mundo. Estos primeros cristianos se oponían a un monstruo que con múltiples cabezas y cuernos de poder económico, político, social y hasta religioso, estaba dispuesto a destruir a la Iglesia naciente.
El libro de Apocalipsis trata de dar esperanza y seguridad a los cristianos confiando no en sus propias fuerzas, sino en la fuerza de Jesús, a quien se le da todo el poder.
Muchas generaciones han visto en esta imagen de la mujer, una referencia a María: la pequeña que en manos del Todopoderoso, dio a luz al que sería el salvador del mundo. Estas mismas imágenes nos deben llevar también a nosotros a descubrir las nuevas cabezas que tiene el mal, denunciar sus cuernos de poder, pero también a fortalecer nuestra esperanza en el triunfo, no personal ni individualista, sino uniéndonos a Jesús resucitado. Así María, en este día de su Asunción, se convierte para cada uno de nosotros en una fuerza que nos alienta en la lucha contra toda clase de mal y que nos llena de confianza sabiendo en quién hemos puesto toda nuestra fe.
San Pablo, en su Carta a los Corintios, proclama la razón de nuestra esperanza: “Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.” María aceptó el riesgo de llevar a Jesús en sus entrañas, es la primera favorecida con la resurrección y quien se convierte en el testigo más creíble del Señor.
Hoy, con María, estamos llamados nosotros a seguir a Cristo a obedecer su Palabra para que cuando termine nuestra lucha en la tierra podamos resucitar para alcanzar el cielo.
San Lucas nos ha presentado el Magníficat.
María se sabe pequeña pero en manos de “El que todo lo puede”; se sabe humillada y servidora pero portadora de vida; se sabe con dolor pero con una alegría que hace que su espíritu se llene de gozo y que su alma glorifique al Señor. Así también nosotros sus hijos, debemos parecernos a María. Hemos de reconocernos pecadores y sumergidos en un mar borrascoso, pero con una estrella que nos guía hasta Jesús. No debemos sucumbir a las pruebas y a la tormenta, porque tenemos nuestra ayuda en Dios y Él es nuestro auxilio. Igual que María, nuestra esperanza la debemos poner en la presencia del Señor en medio de nosotros. Pero igual que María tendremos que proclamarnos servidores, pequeños y acoger en nuestro corazón la fuerza de su Palabra.
Es cierto que hay graves dificultades, al igual que en las primeras comunidades, pero hoy María anima nuestra esperanza y nuestro compromiso para transformar este mundo, para convertir en realidad el deseo de Jesús: un lugar de fraternidad, donde todos tengamos un puesto en la mesa que nos ha preparado Dios.
Que hoy María, al despertar en nosotros el deseo de la alabanza y la acción de gracias, nos conceda descubrir la presencia de Dios en medio de nosotros. Si sabemos a dónde vamos no podemos perder el rumbo. Con María, en su Asunción, se despierta nuestra esperanza. También nosotros queremos parecernos a nuestra Madre.