Miércoles de la XX semana del tiempo ordinario

Jueces 9,6-15; Mt 20,1-16

Cuando escuchamos las duras controversias y los pleitos de los partidos y de los políticos en su lucha por el poder, no podemos menos que interrogarnos la causa de tanto interés. Todo mundo afirma querer servir y tener los mejores proyectos para terminar con las graves carencias que aquejan a nuestro pueblo. Sin embargo, cuando llegan al poder parece que olvidan todas sus promesas y tan sólo buscan medrar en provecho propio.

En la primera lectura, del libro de los jueces, aparece una parábola donde se satiriza tanto al pueblo que quiere un rey, como a la zarza que es la única que acepta el encargo. El olivo no está dispuesto a renunciar a su aceite para presumir por encima de los árboles. La higuera no quiere renunciar a sus sabrosos frutos. Solamente la zarza acepta ser rey de los árboles.

Quienes pueden aportar algo valioso renuncian a ser reyes. Quien no tiene nada, lo acepta. Así, la zarza pide a los árboles vayan a descansar bajo su sombra y los pincha y los hiere con sus espinas. Imagen de lo que no debe ser una autoridad: no abusar, ni estar sobre el pueblo. No lastimar ni ser injusta. No aprovecharse del puesto.

Israel quería un rey para ser como los demás pueblos, pero se olvidaba que ellos tenían el mejor rey: el Señor. Los jueces, los profetas y los caudillos que surgían, debían tener como referencia a Dios, único dueño.

Hoy también se necesita esta referencia. Hemos perdido la brújula y el poder se ejerce en beneficio de unos cuantos y se daña al pueblo. Se buscan los intereses partidistas, económicos o personales y se descuida el bien común.

Miremos estos ejemplos. Quienes tengan autoridad, así sea mínima, busquen el bien de los demás y no los desquites, caprichos y beneficio personal. Recordemos que el único rey es el Señor y miremos si hacia Él dirigimos nuestros pasos y nuestros afanes.

¿Cómo sientes este día la presencia de Dios, rey y señor, en tu vida?

El Papa Francisco nos ha insistido en que dentro de la Iglesia debemos ser servidores no administradores, pero esto mismo lo podemos decir de la familia, de la sociedad y de todos los grupos sociales.

Martes de la XX semana del tiempo ordinario

Jueces 6,11-24a; Mt 19,23-30

Hay personajes en la Biblia que parecería que están hablando en nuestros tiempos. Hoy en la primera lectura nos encontramos a Gedeón que, al recibir el saludo del Ángel del Señor, “El Señor está contigo valiente guerrero”, da una respuesta que a muchos de nosotros nos gustaría hacer: “Perdón, Señor mío. Si el Señor está con nosotros, ¿por qué han caído sobre nosotros tantas desgracias? ¿Dónde están aquellos prodigios de los que nos hablaban nuestros padres?… Ahora, en cambio, el Señor nos ha abandonado y nos ha entregado”.

Palabras duras y de desconsuelo, que sin embargo muchos tenemos ahora a flor de piel, cuando vemos las desgracias que se han dejado caer sobre nuestro pueblo. Y nos dan ganas de enumerar una a una todas las tragedias que estamos sufriendo: la crisis económica, la violencia, la sequía, los torrenciales aguacero e inundaciones, los accidentes, y un muy largo etcétera que nos llevaría a más quejas y sollozos.

Me gusta mucho la respuesta que le da el ángel porque nos la da también a nosotros: “Usa la fuerza que tienes, para salvar a Israel. Yo soy el que te envía”. Aunque el Señor es poderoso, se confía a las pobres fuerzas de Gedeón para salvar a su pueblo. Aunque el Señor es poderoso se confía también hoy a nuestras pobres fuerzas para hacer salir de estas situaciones angustiosas a nuestro pueblo. Pero nos pide que tengamos en cuenta que “Él es el que envía”.

Quizás nosotros tengamos la tentación de Gedeón que se dice el más pequeño, de una de las familias más humildes y pide señales. A él le son concedidas. Nosotros tengamos la fe suficiente para saber que Dios está con nosotros, pero también tengamos el optimismo y la generosidad necesarias para saber que se requiere poner todo lo que somos y todo lo que tenemos para lograrlo.

No ganamos nada con más quejas y lamentos, se necesita trabajar honradamente y luchar contra toda injusticia y mentira. No tengamos miedo, “el Señor es el que nos envía”.

Contrastante con esta lectura se nos presenta el pasaje evangélico donde Jesús reprocha la confianza puesta en los bienes materiales que hacen al hombre engreído y tan ampuloso que no puede entrar en el Reino de los cielos. ¿Dónde ponemos nosotros nuestra confianza?

Lunes de la XX semana del tiempo ordinario

Jueces 2,11-19. Mt 19,16-22

Cuando observo a los jóvenes embelesados por los adelantos de la ciencia y de la técnica; cuando persiguen sin dudar los modelos musicales, de bailes y de moda; cuando chicos y grandes se van alejando de las costumbres religiosas y se asimilan a nuevos estereotipos que ofrecen otras culturas, no puedo menos de recordar e imaginar el espectáculo que nos ofrece la primera lectura.

En el libro de los jueces, el pueblo de Israel se enfrenta a situaciones completamente nuevas, debe conquistar la tierra prometida, pero al mismo tiempo debe mantenerse fiel a Dios. La tarea no es fácil: se trata de encontrar el propio espacio, de custodiar y ahondar la propia identidad, proporcionándole un rostro significativo; pero al mismo tiempo convivir con otros pueblos, con sus ritos y tradiciones, con sus cultos tan sugestivos, sus instituciones… y todo tiene un atractivo para un pueblo nómada, vagabundo y con un solo Dios. Y caen en la tentación.

El libro de los Jueces es un continuo movimiento de alejamiento, pecado, infidelidad, conversión y ayuda divina a través de estos personajes que quieren reconducir al pueblo a su amor original. Descalabros y momentos sublimes, van de la mano.

Mi cuestionamiento es ¿por dónde vamos nosotros? La fascinación de las nuevas culturas nos puede llevar, al igual que a los israelitas, a infidelidades, nuevos ídolos y a olvidarnos de Dios. ¿Suscita también hoy el Señor nuevos “jueces” que reconduzcan al pueblo al amor primero? ¿Cómo pueden los jóvenes conservar una gran identidad y una fidelidad a su Dios, a su patria, a su tierra, a su gente, si parecen desarraigados y sometidos por una cultura de oropel? Es una gran tarea que a todos debe cuestionarnos.

Los jóvenes necesitan valores de referencia que los sostengan en el momento de la lucha, del fracaso y del triunfo. Y el más grande valor, y el mejor sostén es ese amor que Dios nos tiene. Buscamos poner en el corazón de cada joven las palabras que Dios dice a cada uno de los jueces: “No tengas miedo, yo estoy contigo”.

Viernes de la XIX semana del tiempo ordinario

Mt 19,3-12

Con frecuencia, y a últimas fechas mucho más, me preguntan si la Iglesia no es demasiado inflexible al sostener que el matrimonio sea indivisible y si no estaría mejor tener matrimonios durante un periodo de tiempo, cinco o diez años, o bien no ser tan estrictos y permitir el divorcio con causas verdaderamente graves.

Las disoluciones o declaraciones de nulidad de algunos políticos o artistas famosos, vienen a desconcertar más todavía, y disminuyen el poco aprecio en que va cayendo la fidelidad matrimonial. Es cierto que hay situaciones verdaderamente extremas en que parece que lo mejor es divorciarse, o donde se viven situaciones de injusticia y se carga la cruz, sólo porque lo manda la Iglesia o porque no quieren causar escándalo a los hijos. Así, se convive sin tener un verdadero amor.

Creo nos hemos fijado mucho más en las consecuencias que en las causas. Es cierto no se debería llegar nunca a esta situación. Pero hemos entrado en la época de lo desechable y se ha perdido el aprecio por lo auténtico y lo verdadero. También nos ha influenciado notablemente en nuestras relaciones personales.

La mayoría de las parejas que yo he tratado personalmente y se han divorciado, no han sido felices posteriormente. O solamente uno de ellos goza cierta estabilidad emocional con su nueva pareja. Y en todos los casos, creo que se ha desistido demasiado pronto y después se han arrepentido. Por otro lado han quedado las secuelas que deja un divorcio en los hijos.

Creo que falta a las parejas una mayor decisión para luchar por su amor, por cuidarlo, por entender lo que significa el verdadero amor. Saber que no sólo es pasión, atracción y sexo, sino que implica toda la persona íntegra y que juntos deben buscar el diálogo, la comprensión y el verdadero cariño.

Creo que no se debe caer en situaciones de injusticia dentro del matrimonio, pero también creo que ha faltado mayor decisión y cuidado en las parejas.

Hoy pidamos al Señor por todos los matrimonios y las parejas de nuestras comunidades, que descubran el verdadero amor y que se mantengan en él.

La Asunción de la Virgen María

Esta fiesta que hoy celebramos, la fiesta de la Asunción, es una de las grandes fiestas de María. Hoy celebramos, que Dios Padre, que escogió a María para ser madre de su Hijo, quiso también que ella participara como su Hijo de la resurrección, de la vida gloriosa con Él para siempre.

Esta fiesta reafirma nuestra esperanza cristiana. María asunta al cielo es la primera creyente, la primera cristiana que participa de la resurrección, de la gloria de Dios; ella es el anticipo de nuestra resurrección, es el signo de esperanza para nosotros, que esperamos también un día ser resucitados por Dios y participar del gozo que Cristo nos ha prometido, vivir con Dios nuestro Padre para siempre.

Cada una de las lecturas que hemos proclamado, tienen una gran enseñanza para el cristiano que lucha y quiere ser fiel. Y cada una de las lecturas tiene también un rasgo que podemos aplicar a María, como nuestra madre a quien queremos imitar.

A muchos lectores les llena de terror el pensar en los signos del Apocalipsis, y muchos escritores y sectas alarmistas se han aprovechado de estos signos para infundir miedo. El pasaje que hoy nos ofrece el libro del Apocalipsis nos presenta dos imágenes: por una parte una mujer radiante  y llena de sol  que está a punto de dar a luz; por la otra, la bestia de siete cabezas y diez cuernos que está dispuesta a devorar al hijo que está punto de nacer.

Si miramos a través de estos signos, que podrían parecernos aterradores, descubriremos la lucha que libraban las primeras comunidades cristianas, que débiles y pequeñas, trataban de evangelizar y cristianizar el mundo. Estos primeros cristianos se oponían a un monstruo que con múltiples cabezas y cuernos de poder económico, político, social y hasta religioso, estaba dispuesto a destruir a la Iglesia naciente.

El libro de Apocalipsis trata de dar esperanza y seguridad a los cristianos confiando no en sus propias fuerzas, sino en la fuerza de Jesús, a quien se le da todo el poder.

Muchas generaciones han visto en esta imagen de la mujer, una referencia a María: la pequeña que en manos del Todopoderoso, dio a luz al que sería el salvador del mundo. Estas mismas imágenes nos deben llevar también a nosotros a descubrir las nuevas cabezas que tiene el mal, denunciar sus cuernos de poder, pero también a fortalecer nuestra esperanza en el triunfo, no personal ni individualista, sino uniéndonos a Jesús resucitado. Así María, en este día de su Asunción, se convierte para cada uno de nosotros en una fuerza que nos alienta en la lucha contra toda clase de mal y que nos llena de confianza sabiendo en quién hemos puesto toda nuestra fe.

San Pablo, en su Carta a los Corintios, proclama la razón de nuestra esperanza: Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. María aceptó el riesgo de llevar a Jesús en sus entrañas, es la primera favorecida con la resurrección y  quien se convierte en el testigo más creíble del Señor.

Hoy, con María, estamos llamados nosotros a seguir a Cristo a obedecer su Palabra para que cuando termine nuestra lucha en la tierra podamos resucitar para alcanzar el cielo.

San Lucas nos ha presentado el Magníficat.

María se sabe pequeña pero en manos de “El que todo lo puede”; se sabe humillada y servidora pero portadora de vida; se sabe con dolor pero con una alegría que hace que su espíritu se llene de gozo y que su alma glorifique al Señor. Así también nosotros sus hijos, debemos parecernos a María. Hemos de reconocernos pecadores y sumergidos en un mar borrascoso, pero con una estrella que nos guía hasta Jesús. No debemos sucumbir a las pruebas y a la tormenta, porque tenemos nuestra ayuda en Dios y Él es nuestro auxilio. Igual que María, nuestra esperanza la debemos poner en la presencia del Señor en medio de nosotros. Pero igual que María tendremos que proclamarnos servidores, pequeños y acoger en nuestro corazón la fuerza de su Palabra.

Es cierto que hay graves dificultades, al igual que en las primeras comunidades, pero hoy María anima nuestra esperanza y nuestro compromiso para transformar este mundo, para convertir en realidad el deseo de Jesús: un lugar de fraternidad, donde todos tengamos un puesto en la mesa que nos ha preparado Dios.

Que hoy María, al despertar en nosotros el deseo de la alabanza y la acción de gracias, nos conceda descubrir la presencia de Dios en medio de nosotros. Si sabemos a dónde vamos no podemos perder el rumbo. Con María, en su Asunción, se despierta nuestra esperanza. También nosotros queremos parecernos a nuestra Madre.

Miércoles de la XIX semana del tiempo ordinario

Mt 18, 15-20Mt 18, 15-20

Las situaciones que más nos hacen sufrir en la vida con frecuencia van relacionadas con las personas con las que convivimos ya sea en la familia, en el trabajo, en la escuela o en los grupos sociales en que nos encontramos. Al ser cada uno de nosotros diferentes, chocamos con los hermanos y van surgiendo situaciones conflictivas provocadas por el carácter o por las diferentes formas de ver la vida. Lo más triste es que aquello que más nos debería unir, la convivencia diaria, se va convirtiendo en un peso muy difícil de soportar. Es curioso, que muchas veces no nos demos cuenta de todo el dolor que provocamos a los demás, y vienen los silencios y las descalificaciones.

Cristo hoy nos propone un camino lógico, natural, que nos puede llevar a solucionar muchos de nuestros problemas. El primer paso es dialogar abiertamente con quien ha cometido una falta. Es común encontrar que todos los vecinos conocen los agravios de la pareja, pero ¡el involucrado no se ha dado cuenta! En toda relación se requiere el diálogo.

El reconocer estas situaciones muchas veces es el primer paso para cambiar. La solución no es aguantarse, reprimirse y frustrarse frente a las dificultades, sino buscar soluciones.

¡Cuántas rupturas se hubieran evitado con tan sólo decir la verdad y hablar abiertamente!

Los siguientes pasos: llamar testigos, no acusadores, sino personas que puedan aportar y ayudar. Personas de confianza tanto para el agresor como para el ofendido pueden aportar verdaderas soluciones. Y sólo después de estos pasos, ponerlo frente a la comunidad o frente a la autoridad, sólo cuando no ha querido la corrección, sólo cuando hay verdadero pecado grave… Pero no debemos olvidar, que en el fondo de todo este procedimiento Jesús presupone una base fundamental: que hay amor, que hay buena voluntad y que se busca parecerse a nuestro Padre Dios que nos ha perdonado.

¿Tienes algún resentimiento o problema? ¿Qué solución le has buscado? ¿Está de acuerdo en lo que quiere Jesús? ¿Qué te dice respecto a tus problemas?

Martes de la XIX semana del tiempo ordinario

Mt 18, 1-5.10.12-14 

Dos grandes enseñanzas nos vienen de este pasaje de la Escritura. El primero nos ayuda a entender que la grandeza del hombre, contrariamente a lo que el mundo nos diría, no está en ser el más importante (de la oficina, de la escuela, de la ciudad… del mundo), sino en el vivir con sencillez la vida, como lo hace un niño.

El niño no se afana por estas ideas de nosotros los adultos. Su mundo infantil está lleno de pequeñas cosas, de sencillez, de mansedumbre y de inocencia.

El segundo, y que quizás hoy tiene una importancia capital, es el cuidado que debemos tener con los niños, sobre todo en su formación. Nuestros niños crecen hoy expuestos a muchos y graves peligros en su formación.

La televisión, los vídeo juegos, la falta de atención de muchos padres, que bajo la premisa del trabajo de ambos los dejan crecer sin mucha tutela, hacen que nuestros pequeños pierdan rápidamente la inocencia… los hacemos adultos en unos cuantos años. Y lo más grave es que se hacen adultos con criterios muchas veces contrarios al evangelio.

Su mundo hoy está formado por monstruos espaciales, armas, guerras, mujeres que distan mucho de ser el ideal femenino y una gran violencia. Es necesario que tomemos con seriedad lo que hoy nos dice Jesús: «El Padre no quiere que ninguno de estos niños se pierda».

La pregunta que surge es, y tú ¿qué vas a hacer?

Viernes de la XVIII semana del tiempo ordinario

Deut 4,32-40; Mt 16,24-28

Hay momentos difíciles en la vida, en que nos sentimos perdidos y olvidados. Igual le pasaba al pueblo de Israel y en esos momentos difíciles, para levantar al pueblo y hacerlo caminar, el Señor le recordaba todos los prodigios realizados a su favor.  

Así encontramos en este día el libro del Deuteronomio que Moisés le recuerda al pueblo todas las muestras de amor que ha tenido con su pueblo, desde el inicio de la creación con cuánto amor lo creó, cómo lo formó como pueblo y el cuidado que tuvo con él a cada paso. Le recuerda que “Él amó a sus padres” y le pide: “Reconoce, pues, y graba en tu corazón que el Señor es el Dios del cielo y de la tierra y que no hay otro”.  

Recordar los portentos del Señor, contemplar y sentir su amor, no es solamente quedarse en el pasado, sino es fortalecer el presente y sentirse ilusionado por el futuro.  

Hay en nuestros días una tendencia al pesimismo y la crisis económica y social ha derivado también en una crisis de esperanza y en una crisis de valores. Nos invade un sentimiento de impotencia que puede llevarnos a consecuencias fatales.  

Hay quienes optan por el suicidio, las drogas o el alcohol, con tal de huir de la realidad. Pero si miramos con atención nuestra vida, nuestra persona, nuestros acontecimientos, no será difícil descubrir la mano de Dios que nos acompaña.  

Un día me dio una gran lección una jovencita ciega. Buscando ser gentil, me imagino que toqué algunas de sus fibras y le hice sentir que por ser ciega, estaría en desventaja frente a muchas de sus compañeras. Me respondió: “Es cierto, soy ciega, pero el Señor ha regalado una sensibilidad muy especial para los sonidos, para el tacto, para la ubicación y muchos otros regalos que vosotros no apreciais y descuidais. No me siento acomplejada. El Señor me ha dado la luz del corazón”.  

Hoy mi invitación será a reconocer los grandes dones del Señor y antes que estar renegando o discutiendo por lo poco que tenemos, reconozcamos sus regalos. Digámosle con mucha confianza: “Gracias, Señor, porque te has hecho presente en mi vida” y traigamos a nuestra mente cada uno de los detalles con los que Dios nos muestra que nos ama.

Jueves de la XVIII semana del tiempo ordinario

Mt 16,13-23

Hoy celebramos a Santo Domingo un santo que insistió en la predicación y en retornar al mandato de Jesús que envía a sus discípulos confiando solamente en la providencia. Hoy se hace más actual por la constante insistencia del Papa Francisco en vivir este mandamiento con una actitud humilde y valiente frente a las acusaciones contra la vida religiosa y consagrada. Reconoce que la primera falta es de los consagrados y nos invita a la conversión diaria hacia el Evangelio. Sabe que hay maldad en el seno de la Iglesia, aunque también es cierto que los medios de comunicación nos arrojan a la cara cada escándalo que logran descubrir en alguno de los sacerdotes.

El evangelio de este día nos aporta una explicación a esta situación tan compleja. Pedro confiesa que Jesús es el Mesías. Se hace portavoz de los discípulos y expone en breve síntesis todo lo que significa Jesús para el discípulo y para la humanidad. Pero inmediatamente después aparece el rechazo fuerte a la mentalidad de Pedro que se opone al sufrimiento y a la crucifixión de Jesús. Confesión y alabanza; rechazo y condena; aparecen muy unidos en este pasaje, como si quisiera enseñarnos la realidad de cada sacerdote y de cada discípulo de Jesús.

Podremos estar prontos a confesar lo que es Jesús para nuestra vida, podremos hacer profesiones de fe, pero siempre deberemos estar en lucha, constante y diaria, contra las propias inclinaciones y la propia mentalidad.

Nuestra confesión se tendrá que hacer realidad en la entrega incondicional por los valores del Reino. Nuestra lucha será constante entre nuestros ideales y la fragilidad humana.

Cada cristiano tendrá esta lucha sin cuartel y cada persona consagrada, cada sacerdote la tendrá también. No podremos excusar a quienes se amparan en la religión para llevar una vida doble, pero tampoco acusar a tantos sacerdotes y personas consagradas que viven con entusiasmo y entrega su vocación y ministerio.

Que hoy nuestra oración se haga más fervorosa por nuevos y mejores sacerdotes y los apoyemos y animemos en su misión. Santo Domingo dé nuevos impulsos a la vida sacerdotal y consagrada. Una palabra de aliento, de felicitación y mi oración para todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos.

Miércoles de la XVIII semana del tiempo ordinario

Num 13, 1-2.25-14, 1. 26-29. 34-35; Mt 15, 21-28

Frente a las situaciones difíciles y frente a los graves problemas no hay peor solución que no hacer nada. Es cierto que muchas veces el miedo o el temor al fracaso nos impiden tomar decisiones, sin embargo, esperar pasivamente a que las cosas sucedan es la peor elección. Atreverse es una de las características del hombre y de la mujer de fe. Nada de pasividades, nada de indiferencias, nada de conformismos.

Hoy tenemos dos lecturas que contrastan las actitudes de sus protagonistas. La primera lectura nos muestra al pueblo de Israel enviando una avanzada para informarse de la situación de la tierra prometida, tan largamente soñada. Los enviados encuentran que es realidad, que son buenísimas las tierras, que son muy apetecibles los frutos, pero, claro que hay dificultades: habitantes gigantescos y ciudades amuralladas. Y su atención se centra en las dificultades y los problemas, más que en la promesa y la asistencia del Señor.

A pesar de las amonestaciones de Moisés, a pesar de que ya han visto muchos prodigios, puede más su temor y el miedo al fracaso y optan por la peor de las elecciones: no entrar en la tierra prometida. En su elección llevan el castigo y se quedan vagando por el desierto durante cuarenta años. ¿No es parecido a lo que nos sucede a nosotros? ¿Cuántas decisiones aplazadas por miedo al compromiso o al fracaso? Y entonces quedamos indefinidamente vagando en la mediocridad.

¡Qué diferente la mujer del evangelio! Lleva todas las de perder, es mujer, que ya es una gran desventaja, además es extrajera y encuentra el rechazo ¡del mismo Jesús! Sin embargo, insiste una y otra vez, no se desalienta, lo que busca vale la pena todos los sacrificios. Y no teme el fracaso ni el ridículo. Recibe entonces no sólo lo que ella esperaba, sino algo más: el reconocimiento del mismo Jesús.

Dos ejemplos contrastantes. Por eso el Papa afirma que prefiere una Iglesia accidentada por lanzarse a predicar el evangelio que una Iglesia que pierde su aroma encerrada en sí misma.

Hoy nos toca actuar a nosotros, no tengamos miedo a los gigantes de nuestra imaginación, sepamos con mucha certeza lo que nos dice el Señor: “Yo estoy contigo”