Jueves de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 11, 5-13

Lo narrado en el pasaje del Evangelio es completamente actual, ha sido actual en toda la Historia. ¡Cómo nos molesta que nos hagan salir de nuestra comodidad! Hay quien diría si no lo vas a hacer bien, mejor no lo hagas, pero curiosamente el Evangelio dice que, aunque no lo hagas por amistad, lo harás para que no te molesten más. En el fondo se trata de hacer el bien, de ayudar, de dar lo que necesitan los otros, si lo puedes hacer bien y con gusto, mejor.

Sería bueno, incluso necesario, plantearnos la razón que tenemos para hacer las cosas, para actuar. Quien vive como un autómata, por mucho bien que haga, no deja de ser como un robot sin motivación, sin ilusiones, sin metas a las que llegar.

El otro día comentaba con mis alumnos de Secundaria que algunas veces necesitamos que alguien nos diga que no podemos hacer algo para encender en nosotros el deseo de superarnos, a todos nos ha pasado y conseguimos sacar de nosotros lo mejor, aunque no sea la mejor manera, para alcanzar un objetivo sólo por llevar la contraria… pero ¿Por qué lo hacemos? ¿cuál es la verdadera razón de nuestra actuación? ¿Qué o quién nos mueve a vivir de una manera concreta?

¿Te has parado a reflexionar qué o quién te da la energía para vivir? ¿Es necesario salir de nuestra zona de confort y afrontar la realidad o debemos vivir en nuestro corralito dejando la vida pasar sin intentar pasar por la vida?

Miércoles de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 11, 1-4

Esta oración, a pesar de parecer tan simple es la oración más perfecta que existe. Sobre todo porque nos revela que Dios es un Padre y que se comporta como tal. Por ello nos podemos acercar con toda confianza sabiendo que no fallará.

Jesús nos da inmediatamente un consejo en la oración, a saber, «no derrochar palabras, no hacer rumor», «el rumor de carácter mundano, los rumores de la vanidad«. Y advirtió que la «oración no es una cosa mágica, no se hace magia con la oración».

Alguien me dice que cuando uno va a ver a un brujo éste le dice tantas palabras para curarlo. Pero ese es un pagano. A nosotros, Jesús nos enseña que no debemos ir a Él con tantas palabras, porque Él sabe todo. La primera palabra es «Padre», ésta es la clave de la oración. Sin decir, sin sentir esta palabra no se puede rezar.

¿A quién rezo? ¿A Dios Omnipotente? Demasiado lejano. Ah, esto yo no lo siento. Ni siquiera Jesús lo sentía. ¿A quién rezo? ¿Al Dios cósmico? Un poco habitual, en estos días, ¿no?… rezar al Dios cósmico, ¿no? Esta modalidad politeísta que llega con esta cultura «Light»… Tú debes rezar al Padre.

Padre es una palabra fuerte. Tú debes rezar al que te ha generado, al que te ha dado la vida. No a todos: a todos es demasiado anónimo. A ti. A mí. Y también al que te acompaña en tu camino: al que conoce toda tu vida. Todo: aquel que es bueno, aquel que no es tan bueno. Conoce todo.

Si nosotros no comenzamos la oración con esta palabra, no dicha por los labios, sino dicha de corazón, no podemos rezar en cristiano.

Padre es una palabra fuerte pero abre las puertas. En el momento del sacrificio Isaac se da cuenta de que algo no iba, porque faltaba la ovejita, pero se fía de su padre y su preocupación la dejó en el corazón de su padre. «Padre», es la palabra que ha pensado decir aquel hijo que se fue con la herencia y después quería volver a su casa.

Y aquel padre lo ve llegar y sale corriendo a su encuentro, se le tira al cuello, para caer sobre él con amor. Padre, he pecado: es ésta la clave de toda oración, sentirse amados por un Padre.

Todos estos afanes, todas estas preocupaciones que nosotros podemos tener, dejémoselos al Padre: Él sabe de qué cosa tenemos necesidad

De este modo se explica el hecho de Jesús, después de habernos enseñado el Padrenuestro, subraye que si nosotros no perdonamos a los demás, ni siquiera el Padre perdonará nuestras culpas.

Es tan difícil perdonar a los demás, es verdaderamente difícil, porque nosotros siempre tenemos ese pesar dentro. Pensemos: «Me la hiciste, espera un poco… para volver a darle el favor que me había hecho»…

No se pude rezar con enemigos en el corazón, con hermanos y enemigos en el corazón: no se puede rezar. Esto es difícil: sí, es difícil, no es fácil…

Pero Jesús nos ha prometido al Espíritu Santo: es Él quien nos enseña, desde dentro, del corazón, como decir «Padre» y como decir «Nuestro»

Pidamos hoy al Espíritu Santo que nos enseñe a decir «Padre» y a decir «Nuestro», haciendo la paz con todos nuestros enemigos.

Martes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 10, 38-42

¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio?

Una queja muy común. Una dicotomía muy frecuente en la existencia del cristiano que aparece como tentación.  Las palabras de Jesús a Marta son la advertencia sobre este peligro. No se trata de dividir las funciones, sino de descubrir cómo se necesitan mutuamente, para ser fieles al seguimiento de Cristo.

La escucha de la Palabra, acogida y contemplada; escrutada y aplicada a la existencia propia y a la misión, refleja la experiencia del mismo Señor. El siempre escuchaba al Padre y nada decía por cuenta propia, pero al mismo tiempo, nadie plasmó mejor el amor en la atención a las urgencias de los hombres.

Escoger la mejor parte, no es otra cosa que poner por obra el “Escucha, Israel” Porque es desde esta escucha como el servicio que el amor procura se desarrolla en la forma adecuada.  Muchas veces repite Jesús “el que tenga oídos para oír, que oiga.” María está oyendo, escuchando, extasiada con la palabra de Jesús. Pero ese entusiasmo no se quedará en sí, sino que se proyectará en la comunión con los otros.

Es lo que se desprende de la definición de Tomás de Aquino: “contemplar y dar lo contemplado”

 Jesús dirá: lo que os digo al oído proclamadlo desde las azoteas. Si María se guarda para sí la palabra escuchada, sería estéril. No en vano al tiempo de ser bautizados cuando se nos hace la señal de la cruz en oído y labios, se alude a la escucha y a la proclamación de la Palabra. María escucha y nos recuerda que escuchar es fundamental para la relación con Dios y para la relación con cada ser humano.

Estamos en una sociedad sedienta de escucha y saturada de aturdimiento ruidoso. No escuchamos y por eso nos desatendemos unos a otros. Somos demasiado Marta y muy poco María. Somos urgidos por el amor de Cristo a aprender de él, que escucha siempre y comunica siempre.

Nunca como ahora los medios enlazan a todo el mundo y estamos al tanto de lo que está aconteciendo y sin embargo, nunca como ahora la soledad y la incomunicación hieren la existencia humana.

Marta y María son las dos dimensiones esenciales de la existencia cristiana, que se convierte en signo para recordar a toda la importancia de escuchar, para comprender y aplicar lo recibido para provecho de toda la humanidad.

¿Qué priorizo yo en mi vida?

¿Cómo conjuntar equilibrada y armoniosamente las dos dimensiones de la existencia cristiana cada día?

Lunes de la XXVII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 10, 25-37

Decir «te amo» no es suficiente, es necesario que este amor se haga manifiesto a través de nuestras acciones y de nuestras actitudes.

El verdadero amor muestra siempre interés por la otra persona y es capaz de comprometer hasta sus propios recursos con el fin de mostrar con claridad su amor.

Jesús, como el buen samaritano, nos abraza, no venda nuestras heridas y nos lleva a la posada que es la Iglesia.

Quien ama siempre tiene tiempo para la otra persona… para la persona amada. Si quieres saber quién te ama de verdad evalúa estos tres elementos: Fíjate quien se interesa por ti; quien es capaz de comprometer su vida con y por ti; y quien hace un pequeño espacio en su agitado día para decirte «Hola ¿cómo estás?» ¿Tendrás tú también estás actitudes para con Dios?

Sábado de la XXVI Semana Ordinaria

Lucas nos narra la alegría que manifiestan los 72 discípulos de Jesús al regresar de su misión evangelizadora. Un entusiasmo por la victoria del mensaje del Reino frente al poder del mundo y del demonio. Sienten que han sido testigos veraces del mensaje de Jesús y dignos de su poder. Y Jesús refuerza esa confianza, no tanto por los acontecimientos vividos, sino por ser testigos elegidos de Dios. También a Jesús estas nuevas le provocan una especial satisfacción que le impulsa a la acción de gracias al Padre.

Es la comunión con el Padre la que actúa en el Hijo y obra la gracia en este mundo por sus enviados. Tenemos la benevolencia del Padre que nos da fuerza y confianza para predicar el mensaje de salvación de Jesús. Un mensaje que hace del mundo un territorio de amor frente a la tiranía del mal, la perversión y la opresión del demonio. Y Jesús dirige su oración al Padre, lleno de gozo, porque revela estas cosas a los pequeños y sencillos y las oculta a los sabios y entendidos. Son los humildes, los confiados, los dispuestos quienes reciben la revelación y la gracia de Dios. Hay que abrir los ojos y el alma a la voluntad de Dios para que su gracia inunde nuestro ser y se trasmita en nuestro entorno. Son los pequeños, los pobres, los que no cuentan apenas en la sociedad los elegidos de Dios. Y todo creyente que entiende este mensaje evangélico ve en ellos la gracia y el poder de Dios. Desde ellos levantamos nuestra oración de acción de gracias como Jesús, para que el Reino se siga realizando en nuestro mundo.

¿Está nuestra vida compartida por este sentimiento de amor de Dios que se manifiesta en la misericordia a los sencillos y necesitados?

SANTOS ARCÁNGELES MIGUEL, GABRIEL Y RAFAEL

¿Quién como Dios?

Es el significado del nombre de San Miguel Arcángel a quién la Iglesia celebra hoy, día en que se veneraban a todos los ángeles.

Es una verdad de fe que hay que creer con fe sobrenatural que Dios creó unos seres espirituales a los que llamamos ángeles. “En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles.”

La existencia de los ángeles no es un cuento piadoso para quitarles el miedo a los niños, sino que es un dogma de fe, atestiguado por la Escritura y la Tradición y propuesto por la Iglesia en su magisterio y liturgia para ser creído y celebrado.

Por estar dotados de inteligencia y voluntad, los santos ángeles tuvieron que pasar la prueba de la libertad. ¿En qué consistió? En aceptar o rechazar el fin para el que Dios los había creado: alabarlo, obedecerlo y ser felices con él en el cielo siendo colaboradores de Dios en su designio salvífico con los hombres.

Muchos de aquellos ángeles movidos de orgullo se rebelaron contra Dios porque no estaban dispuestos a servir a los hombres -seres inferiores-.

¡Cómo se ha repetido esta escena a lo largo de la historia! Adán y Eva, Caín y Abel, tú y yo cada vez que optamos por el pecado, por seguir nuestros propios gustos e inclinaciones, en definitiva, por no querer realizar aquello para lo que Dios nos ha creado: amarlo, conocerlo y servirlo. La diferencia de la prueba de los ángeles y la nuestra es que su decisión fue tomada fuera del tiempo y del espacio teniendo un carácter eterno y definitivo. Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. «No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte»

Nosotros, seres limitados al espacio y al tiempo –por su gran misericordia- podemos corregir nuestra opción y rectificar nuestras rebeldías. Es este un motivo para dar gracias al Señor por ser tan bueno con nosotros, por darnos infinitas ocasiones para convertirnos y volvernos a él.

¿Quién como Dios?

Con estas palabras, San Miguel con todos los ángeles que decidieron servir a Dios entablaron una lucha arrojando a Satanás y a los demás ángeles caídos –los demonios- al infierno. Desde entonces los demonios intentan asociara los hombres a su rebelión, pero su poder no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura (…) Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños —de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física—en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero «nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman».

No hemos de tener miedo, pues Jesucristo ya ha vencido a Satanás. Contamos con su protección, con la de su Madre Santísima y con la de los ángeles y todos los santos. Por este motivo, la Iglesia acude a la intercesión de los santos ángeles con las diferentes fiestas dedicadas a ellos.

¿En qué puede ayudarnos San Miguel? 

En primer lugar, acudimos a San Miguel para que nos ayude contra los ataques e insidias del Maligno. La Iglesia lo invoca en cantidad de oraciones y también nosotros podemos invocarlo recitando: Arcángel San Miguel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contrala perversidad y las asechanzas del demonio. Reprímalo, Dios, pedimos suplicantes. Y tú príncipe de las milicias celestiales, lanza al infierno a Satanás y a todos los espíritus inmundos que vaga por el mundo para la perdición de las almas. 

En segundo lugar, San Miguel nos puede alcanzar la humildad porque venció la soberbia de Satanás y la de todos los que con él se rebelaron. El significado de su nombre “Quién como Dios” ha de invitarnos a caer en la cuenta de quiénes somos nosotros –criaturas limitadas y pobres- y quiénes Dios –nuestro Creador y dueño-. Sólo desde la humildad de reconocernos dependientes totalmente de Dios, podremos vencer el pecado y avanzar en el camino de la santidad.

También podemos acudir a San Miguel para que purifique nuestra oración de todo egoísmo e interés mezquino y la corrija de toda deficiencia haciéndola así agradable a Dios; porque él es el ángel encargado de ofrecer a Dios nuestras oraciones.

Por último, San Miguel es también el ángel encargado de introducirnos ante el tribunal de Dios. En las misas de difuntos se pide que “el abanderado de los ángeles, San Miguel, conduzca a las almas a la luz santa”. Acudamos a él, para que en el momento de nuestra muerte, seamos llevados por él y sea nuestro defensor ante la justicia divina. ¡Hagámonos sus amigos!

¿Quién como Dios?

Queridos hermanos: celebrar a San Miguel ha de invitarnos en definitiva a tomar una decisión: ¿de qué lado quiero estar? ¿Con aquellos que dijeron–no serviré o con aquellos que se reconocieron criaturas y adoraron a Dios?

Pidamos a Nuestra Señora, la Virgen María, Reina de los ángeles que nos ayude a amar, conocer y servir a Dios para gozarle junto con Ella, los ángeles y los santos en la felicidad eterna del cielo.

Miércoles de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9, 57-62

Todo él es súplica, un continuo acudir al Señor de la vida, un clamor silencioso ante tanta prueba exterior y desazón interior. Son muchas las preguntas que no encuentran respuesta inmediata. Lo importante es mantenerse fiel de la mañana a la tarde, con la oscuridad de la noche por el medio. Él sigue ahí, aunque cueste percibirlo…

Sígueme

Las exigencias del Reino están en juego. No hay disculpas que valgan. La invitación de Jesús a seguirle exige una respuesta sin titubeos (aunque casi siempre titubeamos), pero Él es rotundo y pide una respuesta/actitud contundente. Son frases cortantes dichas de camino. Jesús no se para a dar explicaciones ni a pedirlas. Ya lo ha hecho previamente muchas veces. Ahora se trata de responder a su invitación a seguirle. ¡Sígueme! Es un imperativo sin dulcificaciones ni componendas. Él ya conoce de sobra las disculpas para retrasar el seguimiento. Es éste un evangelio que podríamos llamar “evangelio vocacional” o evangelio para no mirar por el espejo retrovisor y decidirse a avanzar. No hay que volver la vista atrás. Hay que confiar en el arado y en el surco/huella que traza en la vida personal.

No reduzcamos este evangelio a las llamadas sacerdotales o de vida religiosa; sería reducirlo en exceso. Es una llamada/invitación a cada uno para ser discípulos suyos. Como dice un amigo, experto en llamadas claras, sin sordina, y en respuestas escuetas: “La vocación es como un itinerario con señales de pista. Cada señal lleva a la señal siguiente, sin saber el término definitivo. Más que un conocimiento del futuro, es una correspondencia amorosa, es una amistad”. Pensemos unos instantes esta definición tan clara y que podemos completar con esta otra aparentemente más alambicada: “No se sigue porque se deja; se deja porque se sigue”. El reino/presencia de Dios es así, parece contradictorio, pero no lo es. Aunque, la verdad, cuesta entenderlo. Y más aún, aceptarlo.

Martes de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9, 51-56

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Jesús va de camino con sus discípulos a Jerusalén. Así comienza el Evangelio de hoy, tomado de San Lucas, que quiere decir que se acerca el momento de la pasión y de la cruz, ante el que Jesús hace dos cosas: toma la firme decisión de ponerse en camino, aceptando la voluntad del Padre y yendo adelante, y luego, eso mismo se lo anuncia a sus discípulos.


Jesús solo una vez se permitió pedir al Padre que alejara un poco esa cruz: Padre –en el Huerto de los Olivos–, si es posible, aparta de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad sino la tuya. Obediente; lo que el Padre quiera. Decidido y obediente, y nada más. Y así, hasta el final. El Señor entra en paciencia.  Es un ejemplo de camino: no solo morir sufriendo en la cruz, sino caminar con paciencia.


Pero ante esa decisión, ante el camino hacia Jerusalén y hacia la cruz, los discípulos no siguen a su Maestro. Lo cuentan varias páginas de los Evangelios. Unas veces, los discípulos no entienden lo que quería decir el Señor, o no querían entender, porque tenían miedo; otras veces escondían la verdad o se distraían, haciendo cosas alienantes; o bien, como se lee en el Evangelio de hoy, buscaban una excusa –¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?–, para no pensar en lo que le espera al Señor. 


Y Jesús se queda solo. No se siente acompañado en esta decisión, porque ninguno entendía el misterio de Jesús. ¡La soledad de Jesús en el camino a Jerusalén: solo! Y eso, hasta el final. Pensemos luego en el abandono de los discípulos, en la traición de Pedro… ¡Solo! El Evangelio nos dice que solamente se le apareció un ángel del cielo para confortarlo en el Huerto de los Olivos. Solo esa compañía. ¡Solo! Vale la pena tomarse un poco de tiempo para pensar en Jesús, que tanto nos amó, que caminó solo hacia la cruz con la incomprensión de los suyos.

Pensar, ver, agradecer a Jesús, obediente y valiente, y tener una charla con él. ¿Cuántas veces intento hacer muchas cosas, pero no te miro a Ti, que hiciste todo eso por mí, que entraste en paciencia –el hombre paciente, Dios paciente–, que con tanta paciencia perdonas mis pecados, mis fracasos? Y hablar así con Jesús. Él siempre está decidido a seguir adelante, a dar la cara, y, por eso, darle las gracias. Tomemos hoy un poco de tiempo, pocos minutos –cinco, diez, quince– delante del Crucificado quizá, o con la imaginación ver a Jesús caminar decididamente hacia Jerusalén, y pedirle la gracia de tener la valentía de seguirle de cerca.

Lunes de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9, 46-50

San Lucas en este texto del evangelio nos habla de humanidad y no de grandezas.

Jesucristo llevaba mucho tiempo instruyendo a sus discípulos con sus enseñanzas, pero ellos tenían la mente tan cerrada que no comprendían lo que el Maestro quería decirles. Un día los discípulos iban discutiendo quién sería el más importante entre ellos. Jesús adivinando lo que pensaban, cogió un niño y lo puso a su lado y les dijo: “El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado”. El más pequeño de vosotros es el más importante.

Lección de humanidad y sencillez, pero aun así ellos siguen ciegos para no comprender qué quería decirles el Maestro, porque Juan le dice: “Maestro hemos visto a uno echando demonios en tu nombre y se lo hemos impedido porque no era de los nuestros”, y Jesús le contestó: “no se lo impidáis, el que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.

Los discípulos creían que solamente ellos podían hacer esos milagros porque estaban con Jesús, pero no era así, no comprendían que el que tiene verdadera fe en Dios, puede mover montañas.

A todos nos van más las grandezas de este mundo que la humanidad, ¿Por qué es así?, ¿acaso hemos visto rasgos de grandeza en la vida de la Virgen? No. Ella, ¿qué contestó al Ángel Gabriel?: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Imitémosla.      

¿Estaríamos nosotros dispuestos a dar la vida por Jesucristo?

Sábado de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9, 43-45

Un pasaje muy breve el que este sábado nos proclama la Iglesia. Jesús anuncia a sus amigos lo que le va a ocurrir… “el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres”, y ellos tenían miedo a preguntarle.

¿Y nosotros? ¿Tenemos miedo a preguntarle y preguntarnos cuando lo entregamos?

Hoy la Iglesia nos invita a reflexionar sobre los miedos que nos impiden avanzar. Nos invita a pararnos a pensar cuántas veces, cómo y cuándo entregamos a Jesús, traicionamos a Jesús.

El miedo forma parte de la condición humana, y nos hace actuar como no querríamos. El miedo nos paraliza, nos hace dejar de ser nosotros mismos, pues, uno puede tener convicciones fuertes y profundas, pero llega un momento en el que se encuentra acorralado, acusado, coaccionado… y el miedo puede llegar a traicionar esas convicciones fuertes y profundas.

También, cuando tenemos que dar testimonio de nuestra fe, podemos sentirnos amenazados por el miedo al ridículo, por la vergüenza, por el miedo al qué dirán, por el miedo a ser señalado con el dedo… y en esos momentos, si bien no negamos, el miedo puede hacer que callemos, que no profesemos públicamente nuestras convicciones, nuestra fe.

En estas circunstancias Jesús nos dice: sed valientes, no tengáis miedo, porque yo os ayudo; mi gracia, mi fuerza, mi amistad está a vuestro lado siempre.

Si no superamos nuestros miedos no podremos vivir plenamente, y una forma de poder vivir plenamente nuestra vida es parándonos a ver qué actitudes y situaciones nos bloquean y nos paralizan.

Mirar a Dios cara a cara, ponernos en sus manos, pedirle que nos ilumine, que nos haga ver nuestra discapacidad, y pedirle valor para cambiar lo que haya que cambiar, eso es lo que en estos momentos podemos y debemos hacer para superar nuestros miedos.

Señor, en este día haz que todo en mí sea nuevo: nuevas esperanzas, nuevas ganas de vivir, nuevas ilusiones, nuevos deseos… y que esto me acerque un poco más a ti. Abre mis ojos, mis labios y mi corazón para poder acoger tu Palabra, y que ésta sea alimento para mi alma y para mi vida.