Hoy es la fiesta de san José obrero, patrón de los trabajadores, pero hoy no es el día de todos «los trabajadores», sólo de aquellos que trabajan honradamente. Por supuesto no es el día de todos esos corruptos que no trabajan, pero que viven a cuerpo de reyes.
La Iglesia, al presentarnos hoy a San José como modelo, no se limita a valorar una forma de trabajo, sino la dignidad y el valor de todo trabajo humano honrado. El hombre colabora con Dios en la creación del mundo.
Las condiciones que rodean al trabajo han hecho que algunos lo consideren como un castigo, o que se convierta, por la malicia del corazón humano cuando se aleja de Dios, en una mera mercancía o en «instrumento de opresión», de tal manera que en ocasiones se hace difícil comprender su grandeza y su dignidad. Otras veces el trabajo se considera como un medio exclusivo de ganar dinero, que se presenta como fin único, o como manifestación de vanidad, de egoísmo, olvidando el trabajo en sí mismo, como obra divina, porque es colaboración con Dios y ofrenda a El, donde se ejercen las virtudes humanas.
Durante mucho tiempo se despreció el trabajo material como medio de ganarse la vida, considerándolo como algo sin valor. Y con frecuencia observamos cómo la sociedad materialista de hoy divide a los hombres «por lo que ganan». Es hora que lo cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unos trabajos más dignos que otros. Todos los trabajos tienen la misma dignidad.
Esto es lo que nos recuerda la fiesta de hoy, al proponernos como modelo y patrono a San José, un hombre que vivió de su oficio, al que debemos recurrir con frecuencia para que no se degrade ni se desdibuje la tarea que tenemos entre manos, es decir, nuestro trabajo.
Con la memoria de San José Obrero la Iglesia propone a los cristianos y al mundo una visión completa, serena nueva y positiva del trabajo humano.
Muchas personas consideran el trabajo como algo frío, una ocasión de abuso, de dominio y de explotación del hombre por el hombre. Esta visión lleva a que el trabajador intente «el menor esfuerzo por la máxima recompensa», que el patrón obtenga «la mayor ganancia con la mínima inversión», lo cual deriva en salarios de hambre, falta de asistencia al trabajador, irresponsabilidad del trabajador, y el trabajo se considere como una rutina.
La Biblia nos propone una visión alegre y humanista del trabajo. Más allá del carácter fatigoso del trabajo, el trabajo debemos de considerarlo como una manera de colaborar con Dios en la creación de este mundo, perfeccionamiento de la persona y plenitud del hombre. El trabajo no es ni un castigo ni una ofensa para el hombre. Por el trabajo, el hombre transforma el mundo e imita a Dios. Por el trabajo, el hombre se encuentra consigo mismo y puede ser una ocasión para amar al prójimo.
Lejos de ser el trabajo opresión, maldición y condenación, el trabajo es el medio y requisito para llegar al «descanso de Dios».