Homilía para el miércoles 10 de Abril de 2019

Jn 8, 31-42 

Hoy la libertad está de moda. Libertad de expresión, de opinión, libertad de experimentación científica, de prensa, lucha por la libertad… Sin embargo, paradójicamente, también nuestra libertad nos puede hacer esclavos. Todo el que comete pecado es un esclavo. La libertad es lo contrario de la esclavitud. ¿Cómo es posible que en nuestro mundo en el cual gozamos de tantas libertades podamos ser esclavos? Nos hemos olvidado de una palabra que es inseparable de la libertad: la verdad. Conocerán la verdad y la verdad los hará libres.

Desgraciadamente hemos separado muchas veces la libertad de la verdad. Sin embargo, no puede existir auténtica libertad si está desligada de la verdad pues son dos eslabones de una cadena que no se pueden separar. Y de aquí surge la gran pregunta ¿qué es la verdad? Jesús nos dice que Él es la verdad y que si nos mantenemos en su Palabra podremos conocer la verdad y ser libres.

Dios no es una verdad más, sino que es la verdad absoluta, es el único que tiene una libertad absoluta. La libertad del hombre es un riesgo. Con la gracia de Dios, la libertad del hombre puede ser encaminada a la verdad, al bien y a la felicidad. Por el contrario, si buscamos una libertad lejos de la verdad, que es Cristo, nos haremos esclavos de nuestras propias pasiones y de nuestros pecados.

Al final del pasaje evangélico, Jesucristo nos invita a una coherencia de vida. Si nuestras obras no reflejan la verdad no podemos decir que realmente somos libres. Si nuestra vida se desarrolla en el campo de la mentira no podemos decir que somos coherentes con lo que Cristo nos ha enseñado. Si queremos ser hijos de Dios debemos actuar con la verdad, si no seremos hijos del padre de la mentira.

Dios viene a librarnos del pecado. Preparemos en esta cuaresma un corazón sincero que nos ayude a recibir las gracias que Dios viene a traernos. Seamos humildes para dejar a un lado la mentira y el pecado, para convertirnos con la ayuda de Dios a una vida libre apoyada en la verdad de Cristo.

Homilía para el martes 9 de Abril de 2019

Jn 8, 21-30 

Cristo nos desvela el secreto de su éxito. Es sencillo, basta cumplir la voluntad de Dios. Eso es todo. Nos lo dice clarísimo: “Yo hago siempre lo que a Él le agrada”. Esto podría ser el resumen de la vida de Jesús.

No hay que ser ingenuos y creer que ya todo está resuelto. El camino de la voluntad de Dios, en algunos momentos, es duro. No todo es coser y cantar. Pero en nuestro peregrinar por la voluntad de Dios no vamos solos. Podrá haber situaciones oscuras, ásperas, pero Dios no nos faltará. El secreto es no desviarse del camino, ni a derecha ni a izquierda. Aparecerán atajos tentadores, guías espontáneos que intentarán llevarnos por otros senderos. Pero el camino ya está decidido.

En este camino, la cruz es el punto de referencia. Es un faro en nuestro peregrinar. El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz cada día y sígame. Ciertamente debemos estar atentos a seguir el camino verdadero. Por eso Jesús nos dejó a su Iglesia, para guiarnos por el sendero de la voluntad de Dios. Ellos son los verdaderos guías que nos podrán señalar el sendero de salvación. Basta ser sinceros en la entrega y una vez claro el camino, seguir sin desviarse.

Pensemos cuantas cosas pasarían en nuestra vida, en nuestros enfermos si nosotros tuviéramos la fe del Centurión, y viéramos en la hostia a «Yo Soy», al mismo Jesús, para quien todo es posible. Ojalá y, como en el evangelio, después de estas palabras muchos crean en Él.

Homilía para el viernes 5 de Abril de 2019

Jn 7, 1-2. 10.25-30

Hay sentencias en nuestro pueblo llenas de sabiduría, pero a veces parecen también llenas de fatalismo. Si alguien se libró de un fuerte peligro y logró salir con vida, decimos: “Es que aún no le había llegado su hora”; por el contrario, si alguien aparentemente estaba libre del peligro, pero a pesar de todo fallece, afirmamos: “Es que nadie puede pasar de la raya que le tienen señalada”.

Son formas de hablar en las que se entremezcla la libertad y la responsabilidad de la persona y el sentido de la providencia y de la dependencia de Dios que tenemos todos los hombres y los acontecimientos.
Hoy San Juan nos habla de la “hora de Jesús”. Pero no lo habla en el sentido determinista y que no tiene escapatoria. Habla en el sentido de una entrega plena, consciente y libre para ponerse en manos de su Padre y entregarse al sufrimiento por amor a los hombres.
Es curioso la forma en que lo hace San Juan: la hora de Jesús, aun en los peores sufrimientos, aparece como una hora de glorificación y de reconocimiento. Así une la entrega y la glorificación.

La fiesta de los Tabernáculos o de los Campamentos, es una de las más populares que se celebraban en Jerusalén y recordaba el paso del pueblo de Israel por el desierto. Jesús se presenta en la fiesta, aunque ya iniciada la fiesta y con una prudencia lógica frente a las hostilidades de los judíos. Pero Jesús no se calla sino que predica abiertamente escudado en la multitud que lo escucha y lo atiende.
No se arriesga imprudentemente pero tampoco elude sus compromisos. Se muestra abiertamente como el enviado del Padre aunque los judíos afirmen que no saben de dónde viene. Así es Jesús libre y profético. Así nos enseña también no sólo su misión sino también la actitud prudente pero comprometida.

No es el miedo a lo que han de decir, pero tampoco son las bravuconerías o los riesgos innecesarios. Es saber que cada momento y cada instante se debe vivir plenamente en presencia del Padre pero sin hacer los alardes providencialistas que a nada llevan.

Descubramos hoy también nuestro tiempo como la hora y el momento que Dios nos regala para  con esperanza y responsabilidad llenarlo de sentido.

Homilía para el jueves 4 de Abril de 2019

Jn 5, 31-47 

Es triste la que hayamos llegado a una realidad donde la palabra ya no vale, donde se requieren papeles y testigos para demostrar la propia identidad, donde primero va la duda y la sospecha, antes que la buena intención y la benevolencia.

A Jesús le pasa lo mismo: sus opositores dudan de su autoridad y de su persona y buscan hacerlo desaparecer porque su misión no encaja en su sistema de leyes, de injusticias y de engaños. Y Jesús accede a demostrar, con testigos y con obras, que tiene toda autoridad. Alude a Juan Bautista, lámpara que ardía y brillaba, como un testigo confiable, pero para quien se niega a aceptar la verdad, el testimonio de Juan no es válido, sino que causa problemas y lo desaparecen.

¿Sucede algo parecido entre nosotros? ¿Desaparecemos o ignoramos a quien se opone a nuestros caprichos e injusticias?  

Pone también como evidencia sus propias obras, “obras son amores”, pero las obras cuando se tiene la mente obcecada no bastan. ¿Cómo llegar al corazón de quien lo ha cerrado?

No parece bastar el testimonio de un Padre Dios que se manifiesta en cada una de las acciones que realiza Jesús. No son suficientes tampoco los testimonios que en profecía y adelanto ha ofrecido Moisés. ¿Cómo dar fe a las palabras de Jesús?

También nosotros en la actualidad parecería que negamos todo el testimonio y la fuerza de la palabra de Jesús. Nos decimos los sabios para descartar la sencillez de su sabiduría; nos escudamos en los bienes materiales y nuestras posesiones, para sentir seguridad y salvación; argumentamos libertades y nuevas verdades, para desfigurar la verdad eterna y la auténtica libertad.  

Es tiempo de Cuaresma. Es tiempo de despojarnos de todas nuestras prevenciones y prejuicios y abrir el corazón, la mente y los ojos para descubrir la acción de Jesús en medio de nosotros. Es el único que puede darnos libertad, pero necesitamos aceptar su mensaje.  

Que no nos encerremos en leyes o pretextos para ahogar su palabra. Que no demos más crédito a nuestras ambiciones e intereses que a su Palabra.

Homilía para el miércoles 3 de Abril de 2019

Jn 5, 17-30

Para nuestros días suena actual y consolador el mensaje que nos ofrece el profeta Isaías. Hablando al Siervo de Yahvé, afirma Dios: “Yo te formé y te he destinado para que seas alianza del pueblo, para restaurar la tierra, para volver a ocupar los lugares destruidos, para decir a los prisioneros salgan y a los que viven en tinieblas vengan a la luz”

Si relacionamos este pasaje con las palabras que hemos escuchado en san Juan, vamos a descubrir como Jesús realiza esa misión, rompiendo esa oscuridad, restaurando al pueblo y devolviendo la luz.

Aunque se opongan sus perseguidores por hacer curaciones en sábado, aunque lo amenacen de muerte, Jesús ofrece esa posibilidad de encontrar la luz, más allá de una ley, que ciertamente buscaba dar vida, pero que se había convertido en atadura, Cristo busca dar luz y libertad a todos los esclavizados por cualquier tipo de enfermedad o cadena.

Cristo pasa por encima de convencionalismos o de críticas de los poderosos con tal de dar verdadera libertad. Jesús es libre y da libertad. Además busca parecerse a su Padre y realiza las mismas obras de su Padre.

El pasaje de Isaías termina con una de las más bellas expresiones: “¿puede acaso una madre olvidarse de su hijo, hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas? Aunque hubiera una madre que se olvidara, Yo nunca me olvidaré de ti. El amor de Dios Padre es mucho más fuerte que el amor maternal, y Jesús manifiesta ese amor entrañable de Dios.

Pidamos al Señor que en este día experimentemos este amor paternal-maternal que no puede olvidarse de sus hijos y que Jesús sea para nosotros la luz que rompe las ataduras, que restaura nuestra vida y nos manifiesta la gloria de Dios Padre.

Homilía para el 2 de Abril de 2019

Jn 5, 1-3. 5-16

Tomemos el lugar del paralítico a la orilla de la piscina, esperando una y otra vez a que el agua se agite y después luchar contra todos con tal de alcanzar la salud, intentar arrastrarse una y otra vez, pero siempre alguien ha alcanzado el agua antes que nosotros. Y así un día y otro día, una semana y otra semana, hasta tener años de intentarlo y terminar por perder toda esperanza.

Son muchas las reflexiones que podemos hacer sobre este evangelio, pero voy a acentuar dos rasgos que nos pueden inspirar este pasaje.

Mirémonos a nosotros mismos en el camino de nuestra vida y descubramos cómo a fuerza de fracasos hemos perdido el ímpetu para intentar alcanzar la salud para nosotros o para nuestra sociedad. Nos sentimos inválidos, paralizados, sin ánimo para el trabajo solidario, para el esfuerzo, para el verdadero amor.

Tantas veces hemos fracasado por culpa nuestra o por culpa de las circunstancias, que ahora ya hemos perdido la ilusión. Dejamos que las cosas sucedan, sin que nos causen sorpresa. Hemos perdido la esperanza.

Pues a nosotros que estamos desilusionados, hoy se acerca Jesús y pregunta que si queremos curarnos. ¿Qué le respondemos?

¿Estamos dispuestos a arrastrarnos nuevamente para alcanzar las aguas de la salvación? Sólo cuando nos reconocemos impotentes y que no tenemos a nadie, si nos ponemos en sus manos y confiamos en su amor y misericordia, empezaremos a vislumbrar la posibilidad de la salud.

También, hoy, a nosotros, Jesús nos lanza el reto: “levántate, toma tu camilla y anda”. No podemos quedarnos sin ilusiones, tendremos que arriesgarnos a ponernos en pie e iniciar nuestro camino. Tenemos que despertar nuestra fe y nuestra esperanza, tenemos que confiar en su palabra, y al mismo tiempo tener en cuenta a quien se ha quedado atrás, a quien no se levanta, a quien lo dejan tirado.

Junto con Jesús, despertemos a una nueva esperanza.

El hombre de la piscina, al igual que hoy en día muchos hermanos, no tienen quien les tienda una mano, quien los ayude a salir de sus problemas… quien los lleve a conocer a Jesús. ¿Te has puesto a pensar cuánta gente a tu alrededor está esperando que le tiendas la mano?

Homilía para el viernes 29 de Marzo de 2019

Mc 12, 28-34 

Cuando el profeta Oseas sugiere al pueblo de Israel su conversión, le pide que ya no llamen dioses a las obras de sus manos. Y si revisamos un poco la historia, nos encontramos que Israel había puesto su confianza más en el poder de Asiria, en su ejército y en sus propias fuerzas que en el Señor. No se refiere, pues, literalmente a otros dioses, sino que hay cosas que están ocupando el lugar de Dios.

Actualmente muchos pueblos se definen a sí mismos como religiosos, no idólatras, pero en su diario actuar confían más en su poder, en su dinero y en miles de pequeñeces que llenan su corazón.

El hombre moderno se ha aficionado a tantas comodidades, a tantas dependencias que se ha convertido en verdaderos dioses, con sus ritos, con sus defensores y sus sacerdotes. Basta mirar los nuevos espectáculos, los deportes, los negocios y la política. No podemos decir que no ocupa verdaderamente el corazón de la persona.

Después también encontramos las ambiciones y anhelos personales o de grupo, se adueñan del corazón y tiranizan toda su vida.

El evangelio de este día quiere que retomemos el fin esencial del hombre: amar a Dios y amar al prójimo. Alguien decía que deberíamos decir más que amar a Dios, el dejarse amar por Dios, permitirse experimentar el amor de Dios. Y es verdad, porque quien se sabe amado por Dios, se siente en las manos de Dios, buscará espontáneamente responder con el mismo amor y también procurará manifestar en la práctica este amor dándolo a sus hermanos que son así mismo amados de Dios.

No es tanto un mandamiento sino una experiencia. Cada día que nace, cada instante que vivimos, cada belleza y aún cada fracaso lo podremos vivir como una manifestación del amor de Dios. Entonces nuestro corazón encontrará la verdadera paz y podrá ponerse a disposición para servir a los hermanos. Si el corazón se llena de ambición nunca encontrará la paz y verá en cada hermano un opositor y se defenderá de él o lo utilizará como peldaño.

Pidamos al Señor que podamos experimentar en cada instante el gran amor que Dios Padre nos regala.

Homilía para el jueves 28 de Marzo de 2019

Lc 11, 14-23

Que acusación tan tremenda nos lanza hoy Jeremías. El pueblo de Dios, el que ha sido escogido sobre todos los pueblos, al que ha acompañado en su caminar, al que ha tomado de la mano, ahora no es capaz de escuchar su voz. Caminan dándole la espalda a Dios y se dejan llevar por su corazón obstinado. Ya no existe fidelidad en Israel, termina diciéndole Dios al profeta.

Como si quisiera recoger estas mismas palabras hechas realidad, Jesús se enfrenta a sus contemporáneos, que han endurecido el corazón y no son capaces de descubrir la mano de Dios en las acciones de Jesús.

La expulsión de un espíritu mudo, es decir, la sanación de un mudo, es la ocasión para que sus enemigos expresen sus resentimientos y endurezcan el corazón.

Acusan a Jesús de ser precisamente aliado del mal, cuando sus ojos se cierran y no alcanzar a ver toda la liberación que está realizando Jesús. ¿Es posible tener el corazón tan aturdido que no se dan cuentan? ¿No son como el pueblo de Israel que no es capaz al amor infinito de Dios?

Los contemporáneos de Jesús también cierran el corazón y no son capaces de escuchar los sonidos del Reino. No valen ni las explicaciones, ni las llamadas que continuamente hace el Maestro, ellos se han encerrado en su egoísmo y no son capaces de escuchar.

No pueden percibir que la curación es por el poder de Dios, ni son capaces de detectar la presencia del Reino. Se dicen seguidores del Señor, pero actúan bajo sus propios instintos, buscan solo su provecho. Así en lugar de convertirse en constructores del Reino, se convierten en opositores de su acción salvífica, se hacen enemigos porque están destruyendo la obra de Jesús.

Muy al contrario de otros amantes de la paz y de la justicia que sin siquiera conocer a Jesús luchan por el bien y por la verdad. Ellos, junto con Jesús están construyendo el Reino.

Habría que revisar si nosotros, que nos decimos sus discípulos, no nos estamos oponiendo muchas veces, con nuestras obras mezquinas a la construcción del Reino.

Recordemos a Jesús que nos dice: “el que no está conmigo, está contra Mí… y el que no recoge conmigo desparrama”

Homilía para el miércoles 27 de Marzo de 2019

Mt 5, 17-19

Decía un mecánico a los aprendices: “los detalles son los que dan la seguridad a un vehículo”, no basta con tener arreglado el motor, se tiene que poner atención a cada uno de los pequeños detalles para dar seguridad.

Hay quienes pretenden ser héroes por una sola acción y muchas veces así son reconocidos y premiados, pero después en su vida diaria no son capaces de asumir las responsabilidades y compromisos.

Jesús nos enseña que el Reino de los Cielos se construye poniendo atención a todos los detalles del cumplimiento de la Ley. Ojo, no es el cumplimiento farisaico de quien pretende ser perfecto y con ello se cree con derecho a obtener los premios del Reino. Es la actitud del enamorado que busca hasta en los pequeños detalles tener la delicadeza del amor. Así se construye el Reino: poniendo verdadero amor y dedicación a todos los momentos y a todas las circunstancias de la vida, esas que parecen sin importancia, como la atención delicada con el pobre, la palabra de aliento al desconocido, el recibir cada palabra del Evangelio con delicadeza. Cada pequeña acción va siendo el camino que construye el Reino.

Alguien decía que debemos poner atención a las letras pequeñas porque muchas veces ahí se encuentra los detalles importantes. Hoy Jesús, parece sugerir lo mismo: No viene Jesús a abolir la Ley y los profetas, que por algo dieron vida al pueblo de Israel, sino todo lo contrario, a darles el verdadero cumplimiento, pero un cumplimiento con sentido y con espíritu. No es cumplir por cumplir, sino es descubrir la felicidad en el cumplimiento, no es cargar a más no poder con los mandamientos, sino dar sentido a cada instante de nuestra vida, poniéndola ante los ojos amorosos de Dios, nuestro Padre.

Con qué diferente espíritu se realizan las actividades cuando se ama y se está enamorado. Todo lo contrario sucede cuando sólo se realizan los trabajos por obligación o por interés.

Jesús viene a darle un verdadero sentido a nuestra vida. Si pensamos que Él nos acompaña en cada momento, cuando rezamos, pero también cuando nos divertimos; cuando trabajamos junto al hermano necesitado, cuando sonreímos y también cuando nos entristecemos por el dolor injustamente causado.

Junto con Jesús, desde nuestra pequeñez y nuestra miseria, podemos ir construyendo su Reino.

Homilía para el martes 26 de Marzo de 2019

Mt 18, 21-35 

Jesús nos descubre la difícil dinámica de perdonar y de ser perdonados. Es la agresividad del pobre implorando perdón al patrón, pero que el día que tiene un poco de poder se convierte en déspota e intransigente como el que más.

El perdón, la capacidad de perdonar, es un signo de la madurez de la persona y una señal del discípulo de Jesús. Lo que más oscurece la armonía interior es la incapacidad de perdonar. A quien hace más daño el rencor es a quien lo lleva en su corazón. Con frecuencia solo asumimos actitudes pasivas frente al dolor que nace en nuestro corazón y decimos que perdonamos pero que no olvidamos, estamos esperando una oportunidad para desquitarnos. Por el momento nos aguantamos pero no perderemos la ocasión de tomar venganza.

No se trata de poner en el olvido, sino siendo conscientes de la injusticia que hemos recibido, asumir que la ofensa recibida, injusta y cometida con nuestra persona la ponemos en manos de Dios. Tratamos de mirar con sus mismos ojos y no buscamos desquitarnos contra el agresor, pero tampoco quedamos con el corazón podrido. Sólo quien se pone delante de Dios que perdona es capaz de perdonar.

La narración pone en evidencia las dos actitudes de lo incongruente que somos. Dios que no nos ha hecho ninguna ofensa, ni ha sido causa de ningún agravio es capaz de darnos el perdón a nosotros, que sin razón lo hemos ofendido.

Jesús no está hablando de cualquier patrón, si no del mismo Dios Padre misericordioso que es capaz de perdonar las deudas más grandes y los peores pecados. Dios es capaz de perdonar y recibir nuevamente al pecador, no lleva cuenta de los delitos ni nos está acechando para sorprendernos en el pecado. Dios ofrece su amor incondicional a quien se vuelva a Él.

Sólo cuando nos sentimos perdonados gratuitamente por Dios, podemos entender que espera de nosotros también un perdón gratuito. Cuando logramos asumir una actitud de perdón, encontramos una armonía y paz interior que nos hace parecidos a nuestro Padre Dios.

¿Por qué no perdonar si al final de cuentas salimos beneficiados?

Estamos ahora en cuaresma, tiempo fuerte de conversión y de perdón por parte del Padre, hagamos un esfuerzo por hacer de estos días un tiempo fuerte de perdón por nuestra parte hasta para aquellos que, podemos pensar, no se lo merecen.