Mt 11, 28-30
Continuamos con la reflexión de la profunda experiencia de Dios que impulsó a Moisés a guiar al pueblo hacia su liberación en el libro del Éxodo.
Entre las objeciones que pone Moisés a Dios para no aceptar la misión, ponía como principal su indignidad y pequeñez, pero cuando Dios le responde que quien actuará será Él mismo, que en todo momento estará con él, Moisés se atreve a preguntar el nombre de Dios.
¿Quién es este Dios que escucha el llanto del pueblo, que mira su dolor y que ahora le envía a buscar su liberación? Moisés quiere saber su nombre. Y Dios da un nombre que más que una definición es una manifestación de todo lo que hace Dios por su pueblo. El Dios de sus padres, que está metido en su historia, da ahora un nombre a Moisés: “Yo-soy” es su nombre. No es una definición metafísica, sino una descripción del gran amor y compromiso de Dios con su pueblo. No es un descubrimiento de la esencia de Dios sino una manifestación de su gran amor lo que nos da este nuevo nombre: “Yo soy el Dios que está y estaré contigo en todo momento para salvarte”, revelando así la presencia, la ayuda, el amor del Dios que se ha comprometido con la salvación y la liberación de su pueblo.
Es cierto, es el mismo Dios de los patriarcas, pero con este nuevo nombre no sólo renueva las promesas sino se hace cercano, comprometido y actor en la liberación de su pueblo. Los dolores y sufrimientos del pueblo no lo van a conducir a la muerte ni al exterminio, porque hoy Dios manifiesta que sus promesas no han quedado en el olvido, que se dará continuidad a su proyecto de fidelidad a su pueblo, que ya daba por perdidas las promesas de una nueva tierra.
Es una nueva y sorprendente revelación de Dios que está cerca de los suyos, que no acepta que sean tratados como esclavos y que les dará la salvación, la libertad y la oportunidad de constituirse como un verdadero pueblo.
Al escuchar las esclavitudes de nuestros días, al percibir el desaliento, no podemos menos de volver nuestros rostros hacia este Dios que se hace tan cercano y que comparte nuestros dolores.
También nosotros elevamos nuestros gemidos y alzamos nuestras voces y también nosotros descubrimos hoy muy cercano a nosotros a este Dios que es “Dios con nosotros”. A este Dios que en la persona de Jesús se hace tangible, cercano y nos sigue invitando: “Vengan a mí, los que están fatigados y agobiados”.