Martes de la XI Semana Ordinaria

1 Re 21, 17-29

A veces hay cosas que vemos en la historia y que nosotros condenamos.  Pero la historia no se soluciona simplemente en una rápida condenación: delito-castigo, culpa-pena, ofensa-satisfacción.  Dios es un Dios de salvación, busca la redención.

Ajab se arrepiente y Elías, testigo de la justicia, ahora lo será de la misericordia: «El Señor no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva».

En la historia de la salvación va apareciendo cada vez más detalladamente la misericordia salvífica de Dios.

En Cristo aparecerá con toda claridad.  Misericordia que pedirá de nosotros la confianza para acercarnos a Él, sabiendo que arrepentidos, siempre seremos perdonados.  Pero también pedirá de nosotros el reflejar esa misericordia respecto al prójimo.

Mt 5, 43-48

Entre todas las enseñanzas evangélicas destaca la caridad.  En el evangelio se insiste mucho en la fuerza de la caridad.

El mandato de Cristo: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian…» nos podría parecer totalmente absurdo e impracticable.  Estamos muy acostumbrados a pensar en el amor casi exclusivamente como un sentimiento, una reacción natural de atracción y de deseo de posesión de algo o de alguien que nos conviene, que nos agrada, que nos favorece.  El eje total somos nosotros mismos.  El eje auténtico del amor, aún del amor meramente humano no somos nosotros, sino lo amado.  El amor pide un salir y dar, un completar y mejorar; de allí proviene nuestro mejor bien.

Pero Cristo presenta una dimensión aún mayor.  Es la dimensión total de Dios, su perfección y su fuerza, su fundamento inquebrantable y su dinamismo único.

Meditemos lo que el Señor nos ha dicho: «sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto».

En la Eucaristía se nos muestra el sendero y se nos da la fuerza para caminarlo.

Lunes de la XI Semana Ordinaria

1 Re 21, 1-16

El primer libro de los Reyes nos cuenta hoy la historia de Nabot. El rey Ajab desea la viña de Nabot y le ofrece dinero. Pero ese terreno forma parte de la herencia de sus padres y el hombre lo rechaza. Entonces Ajab, que era caprichoso, hace como los niños cuando no consiguen lo que quieren: llora. Luego, por consejo de su cruel mujer, Jezabel, lo acusa falsamente, hace que lo maten y le arrebata la viña. Nabot es un mártir de la fidelidad a la herencia que había recibido de sus padres: una heredad que iba más allá de la viña, una heredad del corazón.

La historia de Nabot es paradigmática de la historia de Jesús, de San Esteban y de todos los mártires que fueron condenados mediante calumnias. Y es también paradigmática del modo de proceder de tanta gente, de tantos jefes de Estado o de gobierno. Se empieza con una mentira y, después de haber destruido a una persona o una situación con esa calumnia, se juzga y se condena. También hoy, en muchos países, se usa este método: destruir la libre comunicación. Por ejemplo, pensemos: hay una ley de medios de comunicación; se elimina esa ley, y se da todo el aparato de la comunicación a una empresa, a una sociedad que calumnia, dice falsedades, debilita la vida democrática. Luego vienen los jueces a juzgar a esas instituciones debilitadas, a esas personas destruidas, y las condenan. Así avanza la dictadura. Las dictaduras, todas, empezaron así: adulterando la comunicación, para dejarla en manos de una persona sin escrúpulos, de un gobierno sin escrúpulos.

Y en la vida ordinaria pasa lo mismo: si se quiere destruir a una persona, empiezo con la comunicación: criticar, calumniar, decir escándalos. Porque contar escándalos tiene una seducción enorme, una gran seducción. ¡Los escándalos seducen! Las buenas noticias no son seductoras: “¡Qué cosa más buena ha hecho!”. Y pasa… Pero un escándalo: “¿Has visto? ¿Has visto eso? ¿Has visto lo que ha hecho aquel? ¡Qué cosas! ¡No, no se puede seguir así!”. Y la noticia aumenta, y aquella persona o institución, aquel país acaba en la ruina. Al final, no se juzga a las personas. Se juzgan las ruinas de las personas o instituciones, porque no pueden defenderse.

La seducción del escándalo en la comunicación lleva directamente al rincón, a la esquina, es decir, te destruye, como le pasó a Nabot que solo quería ser fiel a la heredad de sus antepasados, no venderla. En este sentido, también es ejemplar la historia de San Esteban que da un largo discurso para defenderse, pero los que lo acusaban, prefieren lapidarlo antes que escuchar la verdad. Es el drama de la codicia humana. Tantas personas son destruidas por una comunicación perversa. Muchas personas, muchos países destruidos por dictaduras perversas y calumniosas. Pensemos por ejemplo en las dictaduras del siglo pasado. Pensemos en la persecución a los judíos, por ejemplo. Una comunicación calumniosa contra los judíos; y acababan en Auschwitz porque no merecían vivir. Oh… es un horror, pero un horror que sucede hoy: en las pequeñas sociedades, en las personas y en tantos países. El primer paso es apropiarse de la comunicación, y después la destrucción, el juicio, y la muerte.

El Apóstol Santiago habla precisamente de la capacidad destructiva de la comunicación perversa. Os animo a releer la historia de Nabot en el capítulo 21 del primer libro de los Reyes y a pensar en tantas personas destruidas, en tantos países destruidos, en tantas dictaduras de ‘guante blanco’ que han destruido países.

Mt 5, 38-42

La antigua prescripción «ojo por ojo” trataba de contener el instintivo deseo de revancha y de venganza dentro de los límites difíciles de la paridad.  No puedes devolver en mal más de lo que has recibido.  Con las imágenes que oímos, Cristo pide mucho más allá.  Su mandato lo hemos oído otras veces: «Ama a tu prójimo como a ti mismo», «No hagas a otro lo que no querrías que te hicieran a ti».  «Trata a los demás como te gustaría que los demás te trataran».  Si cumpliéramos esta regla viviríamos en un paraíso familiar y comunitario.

Pero no podemos olvidar nunca que está el mandato supremo, característico, cristiano: «sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto» o, más concretamente: «sean misericordiosos como el Padre es misericordioso»; Cristo se presenta como «regla y medida» de ese mandamiento: «un mandamiento nuevo les dejo, un mandamiento nuevo les doy, que se amen unos a otros como yo los he amado».

Escuchemos la palabra y hagámosla verdad y vida.

Sábado de la X Semana Ordinaria

1 Re 19, 19-21; Mt 5, 33-37

Elías fue un gran profeta del Antiguo Testamento, y en realidad se le considera como el profeta prototipo de Israel.  Cuando estaba cerca de morir, recibió una inspiración de Dios para señalar a Eliseo como su sucesor.  Aparentemente Eliseo era rico, si vamos a juzgar por el hecho de que poseía doce yuntas de bueyes.  Cuando Elías llamó a Eliseo, éste pareció al principio un poco recalcitrante.  Eliseo le pidió a Elías un momento para despedirse de sus padres, a lo cual accedió Elías, un poco a regañadientas, diciéndole estas enigmáticas palabras: «Ve y vuelve, porque bien sabes lo que ha hecho el Señor contigo».

Quizá Jesús pensaba en este episodio, cuando les dijo  a sus discípulos: «El que empuña el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9, 62).  Eliseo se arrepintió inmediatamente de sus dudas.  El sacrificio que hizo de sus bueyes y la quema del arado marcaron su apartamiento completo de su antiguo modo de vivir.  Ahora sí ya estaba listo para aceptar su oficio de profeta, que estaba simbolizado por la recepción del manto de Elías.

En el bautismo también nosotros recibimos una vestidura blanca, que es una señal de nuestra completa dedicación a Cristo.  En cierto sentido esa vestidura era el manto de la profecía.  El profeta es un testigo de Dios, y por medio del bautismo, hemos sido llamados a ser testigos de la verdad con nuestras palabras y con nuestros hechos.  En el evangelio, Jesús nos dice que digamos abiertamente la verdad y que vivamos honestamente.  No debemos dudar de dar testimonio de nuestra fe o de vivir comprometido con Cristo, no hemos de mirar hacia atrás, ni comprometernos con los valores y principios que sean contrarios a las enseñanzas de Jesús.

Viernes de la X Semana Ordinaria

1 Re 19, 9a. 11-16

El profeta Elías opinaba de sí mismo que era un fracaso, porque no había podido alejar a su pueblo de la idolatría.  Todo desalentado, suspiraba por morir, pues Dios le parecía alejado.  Entonces Dios le dijo que se fuera a las montañas, porque ahí, El, el Señor, iba a pasar.  Aparentemente, Elías esperaba una maravillosa manifestación.  Pero no encontró a Dios ni en un fuerte viento, ni en un imponente fuego, ni en un terremoto.  Azorado, Elías sintió la presencia de Dios en una suave brisa que parecía murmullo.  Vemos pues, como Dios sin grandes demostraciones y a su manera, El cumple los planes que tiene para Israel.

A veces deseamos que Dios intervenga dramáticamente en nuestros asuntos humanos.  ¿Por qué no ha de intervenir él con su poder para evitar la destrucción de millones de vidas humanas mediante el aborto?  ¿Por qué no se preocupa suficientemente por nosotros y nos proporciona una curación milagrosa para el tremendo cáncer?  ¿Por qué no evita los espantosos desastres naturales, como los terremotos y los huracanes?

A veces nos extrañamos de que Dios parece no escuchar nuestras oraciones.

Para estas y similares preguntas no encontramos repuestas humanas satisfactorias.  Estamos en la misma situación de Elías.  Pensamos que Dios debe hacer las cosas a nuestra manera, pero debemos aceptar que Él va a hacer las cosas a su manera.  Para llegar a esta aceptación tenemos que tener mucha fe y mucha humildad.  La fe nos estimula a creer que todas las cosas están bajo el control de Dios; la humildad nos ayuda a comprender que su forma de control es mejor para nosotros.

Mt 5, 27-32

En el evangelio de hoy Jesús nos enseña que vale la pena sacrificarlo todo a fin de conservar el tesoro del amor de Dios, que nos resucitará de entre los muertos.  Jesús sabe muy bien que las leyes del matrimonio son difíciles.  Lo mismo que las leyes de la pureza del corazón.  Y sabiéndolo,  nos pide que busquemos los valores de arriba, y que seamos fieles a su amor.

Jueves de la X Semana Ordinaria

1 Re 18, 41-46

El profeta había anunciado al rey Ajab una gran sequía: “En estos años no habrá rocío ni lluvia, si yo no lo mando».  Ajab había desagradado profundamente a Dios, pues, públicamente había dado culto al dios de su esposa Jezabel, a Baal de Sidón.  Después de la gran prueba de la consumación del sacrificio que señalaba la verdad de Dios contra los sacerdotes de Baal, viene la gran prueba de la lluvia que vuelve a vivificar la tierra.

En todos estos acontecimientos siempre aparece la grandeza de Dios.  Por siete veces no se ve el menor indicio de la lluvia esperada, por fin, aparece una nube, nos decía el relato, pequeñita «como la palma de la mano»;  el profeta reacciona diciendo: «ve a decirle a Ajab que enganche su carro y se vaya, para que no lo detenga la lluvia».

«Si su fe fuera como del tamaño de un granito de mostaza, dirían a esa montaña: muévete…» nos enseña el Señor.

Pidamos esa fe movedora de montañas, empapadora de sequías, para nosotros.

Mt 5, 20-26

Hemos comenzado a oír una serie de palabras de Jesús contrastando la Ley antigua y la nueva Ley del amor que vino a implantar,  mucho más libre y al mismo tiempo más exigente.  «Han oído que se dijo… Pero yo les digo…»

Jesús quiere no sólo que los frutos no sean malos, sino que pide que aún las raíces sean buenas.

La justicia de que habla Jesús y que pide a sus discípulos es mayor que la que pedían los escribas y fariseos.  La justicia no es dar a cada uno lo que le corresponde, sino que el Señor habla de una justicia que implica santidad, perfección en imitar a Dios.

¿Venimos aquí a la Eucaristía en esa actitud? o ¿nos quedamos en expresiones externas de paz y unidad y el corazón sigue cultivando resentimientos y separaciones?

Miércoles de la X Semana Ordinaria

1 Re 18, 20-39

Hoy nos presenta la 1ª  lectura la confrontación entre Elías, el solitario profeta de Dios, y los numerosos profetas falsos del ídolo Baal, que tenía todo el apoyo oficial.

El profeta Elías reta al pueblo a seguir al verdadero Dios.  «Si el Señor es el verdadero Dios, síganlo; si lo es Baal, sigan a Baal»

¿No podríamos aplicarnos a nosotros esta pregunta?  El Señor lo dijo tajantemente: «No se puede servir a dos señores» y, concretamente: «A Dios y al dinero».  ¿No hemos buscado, a veces, arreglos para servir a ambos?

El profeta no deja de tener unos toques de burla para sus contrincantes: «Griten más fuerte… a lo mejor su dios está dormido».

Ante la maravilla ocurrida, la conclusión es clara: “El Señor es el Dios verdadero».  Si acudimos con fe al Señor, siempre se manifestará como lo que es.

Mt 5, 17-19

Jesús se nos presenta como el cumplimiento de las promesas.  Lo que había sido imagen, en Él se vuelve realidad.  La ley y los profetas, todo lo antiguo, encuentra en El su perfección.

Jesús habla de la importancia de los «preceptos menores»; éstos adquieren su importancia y al mismo tiempo su plena dimensión cuando son mirados a la luz del amor y cuando el amor los vivifica.

Son cosas muy diferentes la meticulosidad un tanto neurótica de los escrúpulos y del detallismo legalista, y la finura del que ama. 

San Bernabé, Apóstol

Hoy celebramos la fiesta de San Bernabé, hombre bondadoso, lleno del Espíritu Santo y de mucha fe. Así nos lo presenta el libro de los Hechos de los Apóstoles. Bernabé no hizo parte del grupo inicial de los seguidores de Jesús, los Doce, pero se destacó por su fe y su dinamismo evangelizador, al punto que se nos dice que por su predicación “una considerable multitud se unió al Señor”

La primera lectura de hoy nos presenta el dinamismo de la Iglesia naciente. Y en ella la presencia y dinámica de fe de Bernabé, cuya presentación es breve y, al mismo tiempo, incisiva en elementos que nos revelan quien fue este hombre: enviado por la Iglesia de Jerusalén (judíos seguidores de Jesús) a Antioquia (ciudad constituida por una gran variedad de pueblos, aunque predominantemente era una ciudad griega); participa del discernimiento: ¿A quién se debe anunciar el Evangelio? ¿Sólo a los hijos de Israel?  ¿A todos?

Pero no se limita a esto, sino que sabiendo que Saulo está en Tarso (quien había perseguido a los cristianos anteriormente), lo fue a buscar y, encontrándolo, lo lleva para Antioquia, lugar donde ambos viven como miembros de la Iglesia y continúan anunciando el Evangelio. Y será esta Iglesia de Antioquia quien percibe que el Señor llama a todos ellos – a la comunidad, a Bernabé y a Saulo – a salir de su lugar de seguridad y conforto para anunciar el Evangelio a todos. Se inicia así la gran Evangelización a todos los pueblos…

Jesús tiene una actitud de ruptura y continuidad ante la Ley de Moisés. Rompe con la interpretación al pie de la letra y reafirma el objetivo último de la Ley: el Amor es la mayor expresión de la justicia. De esta forma, Jesús nos invita a ir más allá de una cuestión ética. Lo importante no es leer leyes escritas en tablas de piedra, sino descubrir y comprometerse con las exigencias del amor en la vida cotidiana de las personas. Está llegando el reino de Dios… ¡y todo cambia!

De diversas maneras Jesús nos insiste en que, cuando experimentamos el amor del Padre, no podemos vivir encerrados en nosotros mismos. El amor va más allá de las fórmulas y recetas… nos exige creatividad, imaginación, valentía… Sí, valentía para superar los moldes de una justicia humana que sólo busca sentirse recompensada. Valentía para “dejar mi ofrenda y volver para reconciliarte con mi hermano”. Una creatividad que me lleva a dialogar y buscar otras posibilidades mientras voy de camino con quien me lleva al tribunal… Toda ofensa exige reparación, acercarme, buscar la relación, sanar heridas.

El evangelio de hoy resalta que hacer el bien a las personas, respetarlas, hace parte de la propia dinámica del reino de Dios. La acogida y ofrecer nuevas oportunidades es propio del corazón de Dios y de todas las personas que, experimentando el amor del Padre, lo acogen y se suman a su proyecto. Las dificultades, los conflictos, los intereses particulares o de grupitos, la sed de una justicia reivindicativa de egos y reconocimientos… hacen parte de la vida. Jesús, el Maestro, nos enseña a vivir desde la libertad que brota del Amor a Dios. Así lo experimentó Bernabé, quien, yendo más allá de “las etiquetas”, fue a buscar al “perseguidor de cristianos” para vivir y anunciar el Evangelio. 

Lunes de la X Semana Ordinaria

1 Re 17, 1-6

Hoy la primera lectura nos presentaba la figura de un personaje muy singular: el profeta Elías, él, de hecho, encarna en sí, en forma única, la figura del profeta.  Es simplemente «el profeta», recordemos que el pueblo lo esperaba como anunciador de la venida inmediata del Mesías.  Recordemos también cómo Elías aparece, en la transfiguración, al lado de Cristo, junto con Moisés.  Este representa la ley, Elías representa los profetas y, juntos, todo el tiempo de la espera.

Hacia el año 935 se habían separado los dos reinos, estamos en tiempos del rey Acab (874-853), un jefe nefasto, personificador de la tiranía y la impiedad, a él se enfrentará la fuerza de Dios expresada en la debilidad de Elías.

Mt 5, 1-12

Hoy iniciamos la lectura de páginas escogidas del evangelio de Mateo; iniciamos con el capítulo 5, dado que las páginas que tratan de la infancia de Jesús, el inicio de su ministerio con el bautismo, las tentaciones y la vocación de los primeros discípulos, ya las meditamos en el tiempo litúrgico propio.

Las bienaventuranzas han sido llamadas el código fundamental de la Nueva Ley; Jesús, el nuevo Moisés, lo proclama en el monte.

Este es el criterio de Jesús sobre la felicidad verdadera.  ¿Se parecen nuestros criterios al suyo?  Tal vez nosotros decimos: dichosos los ricos, dichosos los que ríen siempre, dichosos los que dominan, dichosos los que todo lo tienen, dichosos los que son alabados por todos, dichosos los famosos y los que dictan criterios y modas.

Las primeras cuatro bienaventuranzas y la octava nos dicen que el Mesías ha venido para los pobres, para los que sufren, para los que sólo cuentan con Dios.  Para ellos se ofrece el consuelo y la alegría definitivos.

De la quinta a la séptima, se invita a colaborar con Dios, a imitar su misericordia, su pureza, su construcción de la paz.

En un clima de oración meditativa, démonos tiempo de confrontar los criterios de Cristo con nuestros criterios prácticos y veamos qué hay que cambiar, qué hay que intensificar.

Inmaculado Corazón de María

La liturgia propone esta memoria al día siguiente de la gran fiesta del Corazón de Jesús. Así, tras la solemnidad en que se celebra el corazón abierto del Salvador, hacemos un recuerdo más discreto del corazón de la madre, la toda-santa, la obra primorosa del Espíritu.

  • El corazón de María

El símbolo «corazón de María» nos evoca el mundo de sentimientos de la Madre del Señor: ella conoce la alegría desbordante (cf. Lc 1, 28.47), pero también la turbación (cf. Lc 1, 29), el desgarro (cf. Lc 2, 35), las zozobras y angustias (cf. Lc 22, 48). María es asimismo la creyente que «guarda y medita en su corazón» los momentos de la manifestación de Jesús, ya en el nacimiento (Lc 2, 19), o más tarde en la primera Pascua del niño (2, 51); el corazón de María aparece entonces como «la cuna de toda la meditación cristiana sobre los misterios de Cristo» O. Mª Alonso). María es, además, modelo del verdadero discípulo, que escucha la Palabra, la conserva en el corazón y da fruto con perseverancia (Cf. Lc 8, 11-15.19-21 y 11, 27-28). María es, en fin, la mujer nueva que vive sin reservas ni cálculos el don y los afanes del amor: «el corazón de María es su amor»; «su corazón es el centro de su amor a Dios y a los hombres» (Antonio Mª Claret).

Vamos a desarrollar este último punto, comenzando por el amor a Dios. Si a María le hubieran abierto alguna vez las venas, quizá le habría sucedido, y con más razón, lo que se cuenta de un místico: le abrieron las venas, y la sangre, al caer, en vez de formar un charco, trazaba unas letras, que iban componiendo un nombre, el nombre de Dios. Hasta ese punto lo llevaba metido en su propia sangre. Tan «perdidamente» enamorado de él estaba.

María, bajo el título de su Corazón, nos muestra que la vida cristiana no estriba ante todo en someterse a una ley, asentir a un sistema doctrinal, cumplir un ritual en que se honra a Dios con los labios. Ser cristianos es vivir una relación de acogida, confianza y entrega al Dios vivo; es una adhesión personal a Cristo, Desde ahí se vivirá la obediencia a la voluntad de Dios, se acogerá la enseñanza del Evangelio, se adorará a Dios en espíritu y verdad.

Sobre el amor de María a los hombres nos habla el Papa Juan Pablo II. Jesús —decía el Papa en la encíclica Dives in misericordia, n. 9— manifestó su amor «misericordioso» ante todo en el contacto con el mal moral y físico. En ese amor «participaba de manera singular y excepcional el corazón de la que fue Madre del Crucificado y del Resucitado… En ella y por ella, tal amor no cesa de revelarse en la historia de la Iglesia y de la humanidad. Tal revelación es especialmente fructuosa, porque se funda, por parte de la Madre de Dios, sobre el tacto singular de su corazón materno, sobre su sensibilidad particular, sobre su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre».

Pero el papa invita en otro lugar a destacar sobre todo el amor preferencial por los pobres: «La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magnificat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magnificat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús» (Redempioris Mater, n. 37).

El corazón de María se muestra así como un corazón dilatado y poblado de nombres, en especial de los nombres de los últimos. Por eso la presentarán algunos como la mujer toda corazón.

Sagrado Corazón de Jesús

Hoy es un día muy especial para experimentar el amor. Hoy celebramos el Sagrado Corazón de Jesús.

La lectura del profeta Oseas nos pone en ese camino de amor gratuito presentándonos a Dios como un Papá que con mimos y caricias ayuda a dar los primeros pasos a Israel. Nos presenta una comparación que más vale la pena vivirla que describirla: «yo los llevaba en brazos, cuidaba de ellos y los atraía hacia Mí con lazos de cariño, con cadenas de amor. Yo fui para ellos como un padre que estrecha a su criatura y se inclina hacia ella para darle de comer»

Repasemos cada una de estas palabras dichas con tanto amor para nosotros que a veces nos encontramos desilusionados, confundidos y nos sentimos solos.

Por un momento hagamos una pausa en nuestra vida y experimentemos este amor incondicional: Dios te ama, te ama gratuitamente, te ama sin condiciones. ¿Eres capaz de sentir su amor?

San Pablo busca la manera de sumergirnos en ese amor y nos dice: «así cimentados y arraigados en el amor podremos comprender la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo y experimentar ese amor que sobrepasa todo conocimiento humano, para que quedéis vosotros colmados con la plenitud misma de Dios»

El amor de Dios nos circunda por todas partes, seamos capaces de descubrir ese gran amor, dejémonos acariciar por Dios.

Todo este amor se hace rostro amoroso, se hace caricia concreta, se hace ojos amables y manos que levantan, en Jesús.

Y San Juan nos presenta a Jesús amando hasta el extremo, dando la vida hasta el último suspiro. Lo da todo por amor.

En su simbología nos hace recordar la lanza que hace brotar sangre y agua del corazón que tanto ha amado a los hombres.

Contemplemos a Jesús dando la vida por nosotros, amándonos a más no poder, haciéndonos sus amigos, compadeciéndose de nosotros.

Día del Sagrado Corazón de Jesús, día para experimentar este extraordinario amor.