Jn 8, 51-59
Las discusiones entre Jesús y los judíos, están salpicadas de frases con gran contenido teológico. San Juan nos conduce de una manera didáctica a profundizar la persona de Jesús. Retoma hoy conceptos entrañables para el pueblo de Israel: la palabra, la promesa a Abraham, la glorificación y el Nombre del Señor.
Gran escándalo causa Jesús cuando afirma: “Yo os aseguro: el que es fiel a mis palabras, no morirá para siempre”. La afirmación va más allá de lo que las autoridades religiosas podrían esperar. La única palabra con vida es la de Dios. Ellos conocen al dedillo las Escrituras y son capaces de recordar cómo la palabra de Dios es creadora, es liberadora y es fiel. Lo ha experimentado el pueblo de Israel y lo ha dejado escrito para las generaciones posteriores. Por eso su reclamo a Jesús porque si es así, será mayor que Abraham y que todos los profetas.
Pero nosotros sabemos que Jesús, conforme a lo que nos dice el mismo San Juan, es la palabra de Dios hecha carne, es la palabra que pone su tienda entre nosotros. Al igual que su Padre, cuando habla se actúa, se realiza.
Quizás nosotros hemos perdido mucho de esta apreciación a la Palabra de Dios y a Jesús, palabra hecha carne. El Papa Francisco nos invita a recuperar este sentido de escucha, de respeto y atención a la palabra de Dios. Dios quiere hablar con los hombres, quiere entrar en diálogo con ellos. Y la mejor forma es a través de su Hijo Jesús que le da rostro a esta palabra.
Son ya muy pocos los días que nos restan para entrar de lleno a vivir la Pascua del Señor. Una manera seria de prepararnos es tomar sus palabras, meditarlas con atención y mirar qué dejan en nuestro interior, a qué nos invitan y cómo nos muestran al Padre. La misión de Jesús es hacernos conocer el gran amor del Padre que nos ama y nos da la vida.
Señor Jesús, Palabra del Padre hecha carne en medio de nosotros, que has venido a manifestarnos y a revelarnos su Gloria, ven a sembrarte en nuestros corazones y en nuestras vidas para que, conforme a tus palabras, nos conceda la gracia de vivir y ser hijos de Dios.