Viernes de la V semana de Pascua, 24 de mayo de 2019

Jn 15, 12-17 

De este Evangelio se pueden sacar muchas enseñanzas. Una es el verdadero amor. Otra, lo que es el verdadero amigo. El amor es más fácil de experimentar que de describir. Es la esencia del mensaje de Jesús y todavía no lo hemos captado del todo. Nos perdemos en las caricaturas del amor que nos ofrece el mundo.

En una ocasión una adolescente escuchando hablar a un sacerdote sobre el amor le dijo: “de eso sí no me va a enseñar usted, pues yo tengo mucho más experiencia. Así como me ve de chiquita, a mis quince años yo ya he tenido más de diez novios”

Caricaturas del amor que nos distraen y que devalúan la palabra hasta convertir el amor en mercancía, manipulación y esclavitud.

San Pablo para hablar del amor prefiere describirlo: el amor perdona todo, el amor todo lo cree, el amor todo lo espera, el amor es siempre fiel, el amor no pasará jamás. Este su precioso himno al mor.

Quizás, por nuestras limitaciones, al momento de entender el amor, Jesús prefiere más que decirnos qué es el amor, ponerse Él mismo como modelo y así nos manda: “amaos unos a otros, como yo os he amado”

Y ¿cómo nos ha amado Jesús? Cuando éramos pecadores y esclavos de la maldad, Él ya nos amaba; cuando nos íbamos lejos, Él siempre nos amó; cuando estamos cerca también nos ama.

La medida del amor también nos la da a conocer: “nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”. La medida es el amor sin medida, hasta dar la vida.

Conviene que distingamos, como lo hace Jesús, entre esclavos y amigos. Al esclavo lo utilizamos para nuestro provecho y así se disfraza de amor lo que es solamente capricho, placer y utilizar a las personas.

Jesús también nos dice que a los amigos se les da a conocer todo, es decir, hay diálogos sinceros, se descubre el corazón, no hay falsedades ni mentiras.

Finalmente, también nos asegura Jesús que Él es quien gratuitamente nos ha escogido como amigos, no hemos hecho nosotros nada para ser dignos de esa amistad, pero sí podemos corresponder a esa amistad y sí podemos cumplir su mandamiento de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.

Jueves de la V semana de Pascua, 23 de mayo de 2019

Jn 15, 9-11 

La auténtica vida cristiana es mantenerse en el amor de Cristo, permanecer en Él; ese amor se vive en la comunidad y se irradia al mundo. Eso es lo que pide ahora Jesús a sus discípulos. Les pide que permanezcan en su amor. Ese amor no es una simple teoría, sino la fidelidad a su palabra.

En pocas palabras Jesús quiere resumir toda su vida y toda nuestra vida: amor, permanencia y alegría plena.

¿Podemos imaginarnos cuánto ama Dios Padre a Jesús? Seguramente nos perderemos en el infinito de nuestra imaginación buscando alguna imagen que nos permita acercarnos a este amor. Desde la eternidad y para la eternidad, en total plenitud. Y Jesús siempre en presencia del amor de su Padre y siempre en participación y videncia de ese amor.

Pues lo que hoy nos dice Jesús es que con ese mismo amor inmenso, incondicional, fiel, constante, nos ama a nosotros. ¿Nos damos cuenta de ese amor que Jesús nos tiene?

Hoy tendríamos que abrirnos a esa presencia amorosa que se hace realidad en cada uno de nosotros, aceptarla. Más que hablar y decir que nosotros amamos mucho, tendríamos que callar, guardar silencio, estar atentos y a la escucha, para experimentar ese amor. Es descubrir a Jesús que está en nosotros, que permanece con nosotros.

Normalmente los amantes se dicen “te amo y te amo para siempre”. Hoy Jesús se nos muestra como ese amante delicado que a todas horas nos repite “te amo, te amo, te amo para siempre, permanece en mi amor”

Hoy le deberíamos decir a Jesús que Él mora en nosotros como una fuente y nos riega y nos fecunda. Hoy, podemos experimentarlo como una luz que ilumina nuestra vida, una luz que no hemos encendido nosotros, pero que está muy dentro de nuestro ser.

Hoy sentimos su Palabra que en un diálogo continuo nos susurra y nos repite que nos ama.

Este día experimentemos ese gran amor que nos tiene Jesús, disfrutémoslo y llenémonos de felicidad. Nadie nos puede quitar ese amor, ni las dificultades, ni los problemas, ni las adversidades de la vida. Este amor está clavado en lo más profundo de nosotros y nadie lo puede sacar. Por eso hoy digámosle: Señor Jesús, gracias por este amor maravilloso y magnífico que me tienes sin yo hacer nada para merecerlo. Gracias por permanecer en mí y darme vida. Gracias por llenarme de felicidad.

Jesús nos ama y nos espera en su Reino.

Miércoles de la V semana de Pascua, 22 de Mayo de 2019

Jn 15, 1-8 

¿Quién no ha tenido la experiencia de sembrar un árbol o bien una planta que nos ofrezca sus flores? Se hace con ilusión, con esperanza, se aguarda el tiempo necesario para que de flores y frutos. Pero si nos desesperamos y queremos hacer que por la fuerza que crezca y adelante los frutos, corremos el riesgo de quedarnos sin nada.

A Jesús le gusta mucho hablar de este ambiente campesino porque son experiencias muy cercanas a su tiempo y a las imágenes bíblicas y todavía a algunos de nosotros.

Quizás para quienes ahora viven en las ciudades, Jesús utilizaría otras parábolas. Quizás diría que Él es el generador y nosotros la energía, o quizás diría que Él es la electricidad y nosotros los electrodomésticos.

Pensemos en toda la profundidad que tiene esta comparación: una unión tan estrecha que lleva la misma savia que hace crecer, que sostiene y da vida. Tener la misma savia, la misma vida de Jesús es lo que Él nos propone, y no tenerla solamente un momento, sino tenerla constantemente, siempre, y en todo momento, eso significa permanecer. No es que ahora sí y luego no; no es que solamente en determinados sitios o para determinados asuntos. Permanecer significa siempre y a todas horas, y esto se puede constatar por los frutos.

En nuestro mundo moderno, estas técnicas se aplican constantemente: si hay producto es rentable, si no hay producto o ganancias se desecha. Pero los frutos que Jesús espera, no serán los que esperan este mundo neoliberal y materialista.

Los frutos que Jesús espera son la paz, la fraternidad y el servicio. Y si lo que estamos cosechando en nuestra sociedad son violencia, venganzas, envidias, crímenes, etc., tendremos que revisar muy bien en dónde estamos poniendo nuestras raíces y cuál es la savia que nos sostiene.

Si queremos obtener los frutos que espera Dios Padre de nosotros, buscaremos la forma de permanecer unidos a Jesús. La gran ventaja que tenemos es que Jesús siempre está dispuesto a unirse a nosotros, a darnos su vida y a hacernos fructificar.

Unidos a Él por la gracia, seremos capaces de amar a nuestros hermanos hasta el punto de entregar la vida por los enemigos. Unidos a Él por la oración diaria, por la comunión frecuente y la renovada confesión sacramental de nuestras culpas, veremos cómo nuestra vida se llena de Dios, cómo nuestras almas se llenan de paz, y cómo nuestros corazones se llenan de una alegría sobrenatural y serena que ningún sufrimiento podrá arrebatarnos.

Unidos a Él por la lectura cotidiana del Evangelio, experimentaremos en nuestras vidas una «cristificación» que nos llevará a desaparecer por completo para que sólo Jesús brille en nosotros.

Nosotros, ¿estamos dispuestos a unirnos a Él?

Martes de la V semana de Pascua, 21 de mayo de 2019

Jn 14, 27-31 

Cristo se está despidiendo. Se acerca su pasión, morirá en la cruz por nosotros, y nos quiere dar las recomendaciones finales, nos quiere dejar las lecciones que Él considera más importantes.

Primero nos da su paz. Como quisiéramos que estas palabras de Jesús se hicieran realidad en este día, cómo necesitamos la paz. Las encuestas, los comentarios, las esperanzas o las desesperanzas están fuertemente relacionados con la inseguridad, con el crimen, con la corrupción. Hemos perdido la paz y queremos que Cristo hoy nos proporcione esa paz y entendemos claramente que no es la paz del mundo que se basa en las armas, en los castigos, en las penas y en las venganzas.

Queremos esa paz que brota del interior de la persona porque está tranquila nuestra conciencia. Queremos esa paz y serenidad que se siente cuando se mira el rostro del otro y se descubre la sonrisa y el gesto en sus manos. Queremos esa paz donde la pareja dialoga, se apoya, se perdona y se entienden. Queremos encontrar la verdadera paz del hogar, donde cada casa sea un nido de amor y no una cueva de agresiones y discusiones.

Las protestas y marchas que se dan en nuestra sociedad, parecen tener un mismo objetivo que en silencio grita paz. Pero es que no hemos entendido, ni aceptado la paz que Jesús propone. Cuando Él habla de que la felicidad se encuentra en el servicio, nosotros decimos que se encuentra en el poder. Cuando Él nos enseña que el que quiera ser el mayor se haga el último, nosotros nos peleamos por ser los primeros. Cuando Él reconoce en cada persona un hermano, nosotros descubrimos un enemigo o a alguien a quien utilizar para nuestros propósitos. Cuando Él habla del perdón, del amor, de la reconciliación, nosotros hablamos de venganza, de indemnizaciones y de egoísmo.

Hemos puesto en nuestro corazón bienes y ambiciones que no nos conducen a la paz, y después nos asustamos que nuestro corazón esté angustiado.

Hemos enseñado que vale más quien más tiene y después nos horrorizamos de los crímenes en las luchas de poder. Ponemos nuestras esperanzas en el dinero y en el placer y después nos descubrimos huecos, vacíos y sedientos.

Hoy, Señor Jesús queremos pedirte que nos otorgues esa paz que prometiste, ya sabemos que no la hemos merecido y que nos hemos equivocado en nuestros caminos, pero insistimos en que queremos tu paz. Tú purifica nuestro corazón, renuévalo y concédenos tu paz.

Homilía para el viernes de la IV semana de Pascua, 17 de Mayo de 2019

Jn 14, 1-6 

Tomás el de las dudas, el de las pruebas, desde la última cena manifiesta sus inquietudes y se muestra preocupado porque no entiende el camino de Jesús.

Nada hay tan difícil en la vida de una persona como la duda. Cuando se ha decidido a seguir un camino, podrá afrontar las dificultades y los problemas, pero si no sabe adónde va, ¿cómo encontrará fuerza para iniciar el camino?

Las palabras de Jesús son certeras al pedir que no se pierda la paz. Podrá haber muchos contratiempos y hasta fracasos, podrán aparecer malos entendidos y amenazas, pero si tenemos muy claro nuestro objetivo, a donde queremos llegar, los podremos superar. La gran dificultad estriba en que muchas veces estamos como Tomás, indecisos y sin saber el camino y sin ni siquiera saber a dónde vamos. Quisiéramos más bien llevar a Jesús a nuestros propios caminos y utilizarlo para nuestros negocios de interés.

Quisiéramos que su mesianismo estuviera a nuestra medida y reducirlo a nuestros proyectos. Pero Jesús tiene muy clara su misión, Él mismo se nos manifiesta como el Camino, la Verdad y la Vida.

Tomas ha convivido con Jesús, pero no ha descubierto todavía toda la verdad y está en un mal de dudas. Se requiere dejar todo para seguir a Jesús, se necesita cambiar el corazón para entender sus caminos y se necesita mucha fe, mucha esperanza para luchar por una habitación en la Casa del Padre.

Nos atamos a nuestras pequeñeces que esclavizan nuestro corazón. Resuenan hoy las palabras de Jesús: “el que quiera seguirme, que deje todas sus cosas, que venda lo que tiene, de su dinero a los pobres, tome su cruz y me siga”

Pero nuestro corazón se esclaviza a las cosas materiales, a tal grado que a veces sentimos que no valemos si no tenemos cosas, si no poseemos, si no aparentamos.

Hoy Jesús nos descubre nuestro verdadero valor. ¿Seremos capaces de seguir por el camino de Jesús?

Homilía para el jueves de la IV semana de Pascua, 16 de Mayo de 2019

Jn 13, 16-20 

Hoy, como en aquellos films que comienzan recordando un hecho pasado, la liturgia hace memoria de un gesto que pertenece al Jueves Santo: Jesús lava los pies a sus discípulos. Así, este gesto —leído desde la perspectiva de la Pascua— recobra una vigencia perenne.

En nuestra sociedad parece que hacer es el termómetro del valor de una persona. Dentro de esta dinámica es fácil que las personas sean tratadas como instrumentos; fácilmente nos utilizamos los unos a los otros. Hoy, el Evangelio nos urge a transformar esta dinámica en una dinámica de servicio: el otro nunca es un puro instrumento.

El amor es el servicio concreto que damos los unos a los otros. El amor no es sólo palabras, son obras y servicio; un servicio humilde, hecho en el silencio y en lo escondido, como Jesús mismo ha dicho: «Que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha».

Esto implica poner a disposición los dones que el Espíritu Santo nos ha donado, para que la comunidad pueda crecer.

No olvidemos que lavando los pies a sus discípulos y pidiendo a ellos hacer lo mismo, Jesús nos ha invitado también a confesar mutuamente nuestras faltas y a rezar los unos por los otros para sabernos perdonar de corazón.

En este sentido, recordemos las palabras del san Agustín cuando escribía: «No desprecie el cristiano de hacer lo mismo que hizo Cristo. Porque cuando el cuerpo se inclina hasta los pies del hermano, también en el corazón se enciende, y si ya estaba se alimenta, el sentimiento de humildad. Perdonémonos mutuamente nuestras faltas y oremos juntos por nuestras culpas y así de este modo nos lavaremos los pies recíprocamente». 

El amor, la caridad y el servicio, ayudar a los demás, servir a los otros. Hay tanta gente que pasa la vida así, en el servicio a los demás.

Con el lavatorio de los pies el Señor nos enseña a ser servidores, más siervos, como Él ha sido siervo por nosotros, por cada uno de nosotros.

Por lo tanto, ser misericordiosos como el Padre significa seguir a Jesús en el camino del servicio.

Que aprendamos el sentido del servicio de Jesús para cumplir la misión que se nos dio el día de nuestro Bautismo y siguiendo al Maestro hagamos un mundo más justo, más digno de los hijos de Dios.

Homilía para el miércoles de la IV semana de Pascua, 15 de Mayo de 2019

Jn 12, 44-50

¿Quién no se ha sentido perdido en la oscuridad? ¿Quién no se ha sentido desconcertado ante los problemas graves de la vida? Cuando la vida tiene problemas, cuando las cosas no resultan como uno esperaba, cuando todo parece derrumbarse, con frecuencia nos encontramos como en un callejón sin salida o vagamos en la oscuridad. ¿Cómo encontrar luz?

Jesús, hoy nos ofrece el camino: hay que tener fe. Haciendo un paralelismo entre la oscuridad y las tinieblas que aprisionan el corazón, Jesús se nos presenta como la luz verdadera que ilumina nuestras vidas.

Para san Juan, oscuridad son todos los aspectos del pecado y de la muerte, en cambio, nos presenta a Jesús como la Luz que puede sacarnos de nuestras tinieblas.

Caminamos en tinieblas cuando nuestros objetivos son tan terrenos y mezquinos que nos oprimen el corazón. Caminamos en tinieblas cuando no somos capaces de mirar más allá de nuestro egoísmo. Caminamos en tinieblas cuando nos dejamos guiar por las venganzas y los odios. Caminamos en tinieblas cuando nuestros afanes son el placer y los vicios, entonces erramos el camino y perdemos el sentido de nuestras vidas.

Jesús, hoy nos ofrece su luz, pero nos exige creer. Promete que no caminaremos en tinieblas, pero debemos escuchar su Palabra. Nos dice que nos trae la salvación, pero nos pide que no lo rechacemos ni a Él ni a su Palabra.

Qué triste el vagar de muchos hermanos que han perdido el sentido de la vida. Son frecuentes los intentos de suicidio y los escapes hacia el alcohol o hacia las drogas, hacia la prostitución o al enajenamiento.

Por eso, pidámosle a Jesús que nos ayude a dejar nuestra oscuridad y nuestro egoísmo, que Él nos ayude a descubrir tu Luz. Es difícil caminar cuando se ha perdido la esperanza, es triste tener que levantarse cuando se ha fracasado, pero sabemos que Jesús es la Luz y la salvación, y hoy queremos ponernos en sus manos.

Que Jesús nos de su Luz, que aumente nuestra fe. Esa fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, que florece cuando nos dejamos “atraer” por el Padre hacia Jesús, y “vamos a Él” con ánimo abierto, con corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el Rostro de Dios y en sus palabras la Palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y allí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe.

San Matías, 14 de Mayo de 2019

Matías, un nombre muy común entre los hebreos, significa “don del Señor”; en realidad este apóstol recibió el don de ser agregado al grupo de los Doce, en remplazo de Judas, para ser con los demás apóstoles, testigo de la resurrección del Señor.

Después de la Ascensión del Señor, Pedro propuso que se eligiera el remplazo del traidor. Dijo, entre otras cosas: “Conviene, pues, que de los varones que nos han acompañado todo el tiempo que entre nosotros permaneció el Señor, Jesús, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado a lo alto, sea constituido uno de ellos testigo de su resurrección, con nosotros”. Presentaron a dos: José, llamado Barsabá, y a Matías. Y concluye el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Lo echaron a suertes, y cayó la suerte sobre Matías, que fue contado con los Once Apóstoles”.

Matías, pues, estuvo constantemente cerca de Jesús, desde el comienzo hasta el final de la vida pública del Redentor. Testigo de Cristo, y sobre todo de su resurrección, porque la resurrección del Salvador es la razón misma del cristianismo. Matías vivió con los Once el milagro de la Pascua, y con todo derecho podrá anunciar a Cristo, por haber sido espectador de la vida y de la obra de Jesús “desde el bautismo de Juan”.

Esta era la primera condición que proponía Pedro. La segunda y la tercera eran el llamamiento divino y la invitación, y que vemos en la oración del colegio apostólico: “Muéstranos, Señor, a quien has elegido”.

A nosotros nos puede maravillar el modo de elegir a Matías: echando a suertes. Interrogar a la suerte para conocer la divina voluntad un método conocido en la Sagrada Escritura. La división misma de la Tierra prometida se hizo por medio de la suerte; y los apóstoles pensaron que era oportuno seguir el mismo método. La comunidad propuso dos candidatos: José, hijo de Sabas, llamado el Justo, y Matías. La suerte cayó sobre Matías. EL nuevo apóstol, cuyo nombre brilla en la Escritura sólo en el momento de la elección, vivió con los Once la fulgurante experiencia de Pentecostés antes de emprender, como los otros, los caminos del mundo a anunciar “las glorias del Señor “.

No se sabe nada de su actividad apostólica, ni si murió mártir o de muerte natural, porque las narraciones sobre él pertenecen a escritos apócrifos. A la tradición de la muerte por decapitación con una hacha se une el patrocinio especial que le atribuyen los carniceros y los carpinteros.

Viernes de la III semana de Pascua, 10 de Mayo de 2019

Jn 6, 52-59 

Si pensamos en la posibilidad de unión de dos cuerpos, no encontraremos una unión tan profunda como el alimento que se convierte en parte de quien lo come. Con los procesos digestivos y con la maravillosa dinámica de la integración, el alimento da vida, sostiene y viene a integrarse a un cuerpo vivo.

Quizás por esto Jesús se quiere quedar como un pan, como alimento, para demostrarnos que su amor es tan grande que viene a ser parte de nosotros mismos.

Para sus oyentes es señal de una locura que no son capaces de aceptar, pero para Jesús es la manifestación más grande de amor: hacerse parte de nosotros. Y es que comer a Jesús no implica solamente tomar el alimento sino que con sus palabras, Jesús nos manifiesta la necesidad de escucharlo, dispuestos a aceptar su mensaje y a dejarnos transformar por Él y en Él.

Comer y beber el Cuerpo y la Sangre de Jesús es aceptar a Jesús en todas sus dimensiones y en todos sus proyectos. No es el alimento superficial que se desecha después de haberlo comido. Es aceptar que Jesús se mete en nuestro interior y en nuestras entrañas y nos transforma desde dentro. Más que convertirse el alimento en nosotros, nosotros nos convertimos en Cristo.

Las experiencias más sublimes pasan por las apariencias más pequeñas. Así es con Jesús, viene a nosotros como insignificante, para transformarnos en su misma vida. Si meditásemos esto cada vez que escuchamos su Palabra y cada vez que comulgamos su Cuerpo tendríamos una fuente de vida en nuestro interior que brotaría espontáneamente y se manifestaría en un amor constante hacia los hermanos.

El Cristo encarnado se hace cada día más carne en cada uno de nosotros y dignifica y libera a todas las personas. Las palabras de Jesús son provocativas y nos lleva a lo máximo de la revelación de sí mismo. Aquel que ha bajado de cielo es el Pan de la vida porque es el crucificado.

Por eso comer el Pan es creer en el muerto y resucitado, es insertarse en esa dinámica de liberación y de salvación para la que Cristo fue enviado.

¿Nos atreveremos nosotros a alimentarnos de ese Pan de vida? ¿Dejaremos nosotros transformar nuestra vida por este alimento que se nos da cada día?

Homilía para el jueves de la III semana de Pascua, 9 de Mayo de 2018

Jn 6, 44-51 

Tenemos hambre, hambre de Dios. Necesitamos el pan de vida eterna. Quizás hemos probado otros “banquetes” y hemos descubierto que no sacian nuestro deseo plenamente. Pero Cristo se revela como el alimento que necesitamos, el único que puede colmar nuestras necesidades y darnos la fuerza para el camino.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que en la comunión recibimos el pan del cielo y el cáliz de la salvación, el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó para la vida del mundo.

Como el cuerpo es sostenido por el alimento, así nuestra alma necesita de la Eucaristía. Cristo baja del cielo al altar, por manos del sacerdote. Viene a nosotros y espera que también nosotros vayamos a Él, que lo busquemos con frecuencia para recibirlo, para visitarlo en el Sagrario.

Es pan de vida eterna, según su promesa: “Que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna”. Quien vive sostenido por la Eucaristía, crece progresivamente en unión con Dios, y viéndolo en este mundo bajo el velo de las especies del pan y el vino, nos preparamos para contemplarlo cara a cara en la vida futura. 

La comida del pan, alimenta el cuerpo, la Eucaristía el espíritu. Sin estos alimentos el hombre se debilita y puede morir. ¿Realmente tomas la Eucaristía como un alimento?