Homilía para el 6 de noviembre de 2018

Lc 14, 15-24

La gratitud es una flor exótica que cada día resulta más difícil encontrar. Hoy Jesucristo nos presenta la parábola de los invitados que rechazan acudir a la boda.

¿Quién está en el camino? ¿Dónde encontramos a los parados, a los malhechores, a los inválidos y ciegos? Ciertamente quienes están en el camino no tienen las mejores recomendaciones y son vistos con desconfianza. Por el contrario se trata de invitar con riguroso pase a quienes son importantes porque nos dan algún beneficio o simplemente nos conviene tener esa clase de relaciones.

La mesa del banquete está lista para todos estos personajes considerados honorables y justos, deseables, pero no se dignan participar en la mesa que ofrece el Señor. ¿Por qué? Jesús nos deja entrever que están muy ocupados y no en la construcción del Reino, sino en sus intereses muy personales, comprensibles y suficientes para una justificación razonable, pero no para abandonar la mesa del Reino. Ni bueyes, ni matrimonio son razones suficientes para dejar a un lado la mesa del Reino.

Cuando se sobreponen los intereses materiales a las propuestas del Reino, algo anda mal. Claro que se podría con un terreno nuevo participar en la construcción del Reino, un bien puesto al servicio y disposición de la comunidad, sería muy útil, pero si el terreno nos aleja de los hermanos y pone barreras para compartir la mesa, algo anda mal.

No se diga de los bueyes, instrumentos indispensables para el trabajo del campo, pero cuando a causa de los instrumentos del trabajo, nos alejamos de aquellos que también los necesitan y no colaboramos al bien común, en lugar de construir, destruimos, les quitamos su verdadero sentido.

La familia, los nuevos esposos, no hay nada más digno y razonable que nos ayude a construir una sociedad digna, pero cuando la familia nos encierra, nos obstaculiza y nos pone barreras, no podemos decir que estamos construyendo comunidad.

Es muy común poner por encima de los bienes comunes y a veces hasta de la propia dignidad de las otras personas el bien de la familia o de un grupo que consideramos familia, y así se comenten injusticias, se crean monopolios, se rehúyen los compromisos de nuestra comunidad. Pretextos no faltan.

Y la invitación de Jesús a compartir una mesa común sigue en pie. Quizás los que no tienen nada que perder se animan a construirla, quizás los que tienen el corazón limpio sean los que más se entusiasmen.

Al final los pobres son los verdaderos sujetos de salvación y de liberación integral. Son los anunciadores creíbles del Evangelio.

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