Gál 1, 13-24
Oímos la propia apología de Pablo para defenderse de las calumniosas afirmaciones de los judaizantes que lo presentaban como un falso apóstol con una falsa doctrina.
Como Pablo lo confiesa, él ciertamente fue un encarnizado perseguidor de los cristianos, aunque lo hacía por su gran celo por la fe judía. No era, pues, un desconocedor, ni un lejano de esa fe, pero por gracia de Dios, fue llamado al cristianismo: «Dios… quiso revelarme a su Hijo», dice san Pablo; esto sucedió no sólo en la gracia inicial del camino de Damasco, sino en el crecimiento y desarrollo de su fe por medio de la comunidad cristiana.
Nos habló luego de su primera relación con los apóstoles «anteriores a mí», dice Pablo. Esta relación se hizo posible gracias a la mediación de Bernabé, que se hizo su garante. Los judíos helenistas lo persiguen y tiene que ir a su tierra, a Tarso, de donde será llamado de nuevo por Bernabé para iniciar los viajes apostólicos.
Lc 10, 38-42
Marta y María, con sus modos de ser tan diferentes, pero complementarios, aparecen en tres relatos evangélicos.
Sus caracteres han sido presentados a veces como representativos de la «vida activa» y la «vida contemplativa», como dos formas de vidas totalmente diferentes y opuestas. No parece que ésta sea la inmediata y real enseñanza del trozo evangélico que hoy escuchamos.
Muy bien podemos pensar que se nos presenta un motivo de reflexión sobre la complementariedad de los dos modos de vida y una jerarquía de valores.
No podrá haber ninguna acción, ni oracional ni apostólica ni de vida de trabajo, o de vida familiar, que tenga un sentido realmente cristiano si no está sustentada, alimentada y vivificada por un dinamismo que viene del mismo Dios. El que quiera hacer obras de Cristo tiene primero que ser su discípulo. Hay que «sentarse a los pies de Jesús y escuchar su palabra».
Esta es la «única cosa necesaria», la «mejor parte». A su vez, este hacernos discípulos del Señor nos lanzará al servicio, al testimonio, y esto a cada quien según su vocación personal.
Aquí estamos «a los pies del Señor, oyendo su Palabra», luego nos sentaremos a su mesa, y saldremos a hacer sus obras.