Viernes de la Octava de Pascua

Hech 4, 1-12

En el evangelio de Juan hemos oído las preguntas que le hacían los jefes del pueblo judío a Jesús: ¿De dónde vienes?  ¿Quién eres?  Hoy oímos una pregunta a los apóstoles: «¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho todo esto?»

Y como Jesús dio testimonio de sí mismo, ahora los discípulos dan el testimonio de Cristo muerto y resucitado, el rechazado, convertido en piedra angular.

Los apóstoles comienzan a experimentar, en seguimiento de su Maestro, la persecución, cárcel, tormentos, y luego lo seguirán también en la muerte.

El actor principal en los Hechos de los Apóstoles es el Espíritu Santo.  Hoy lo hemos visto actuando: «Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo…»  Es el cumplimiento de  lo que Jesús había prometido: «cuando los lleven ante los tribunales, no se preocupen… se les inspirará lo que digan»

Jn 21, 1-14

San Juan nos ha contado la tercera aparición de Jesús a sus apóstoles.  Es la única en Galilea.

Oímos la narración de la pesca milagrosa, eco de la que nos cuenta san Lucas al inicio del llamamiento apostólico.

Son siete los apóstoles que aparecen aquí, pero dos son los protagonistas: Pedro y Juan.  Y aparecen de nuevo las características psicológicas de uno y otro.  Juan tiene la mirada aguda, intuitiva del amor y descubre inmediatamente en el desconocido que caminaba en la playa a Jesús: «Es el Señor».  Pedro es el entusiasta, impaciente por encontrarlo: «se tiró al agua».

No hay ninguna pregunta, saben que es el Señor.

Pidamos hoy, el saber, como Juan, reconocer a Cristo en las múltiples formas como se nos presenta y el entusiasmo de Pedro para actuar conforme a nuestra fe.