Homilía para el viernes 7 de septiembre 2018

Lc 5, 33-39

 Esta parábola llena de significado nos presenta por un lado el hecho de que el cristiano, una vez que ha decidido vivir de acuerdo al evangelio no puede ya tener los mismos patrones de vida, pues en muchas ocasiones estos serán incompatibles con el mensaje de Jesús.

La forma de enseñar de Jesús podría parecer desconcertante para sus seguidores, acostumbrados a sus maestros que citan la Ley y buscan el cumplimiento de todo. El modo de hablar de Jesús, que se dirige más al corazón, que utiliza el lenguaje de los sencillos, que retoma los dichos populares y les da nuevo significado va quedando metido en el corazón de los sencillos.

Escribas y fariseos desde el inicio de la predicación de Jesús buscan cuestionarlo y lo hacen con la ley en la mano, con las instituciones y tradiciones que guarda el pueblo celosamente.

La pregunta que nos describe San Lucas es muy especial porque las acusaciones son en torno a la oración y al ayuno. Si en algo se especializa San Lucas es en presentarnos a Jesús como el gran orante que buscan los momentos de silencio, intimidad y soledad para estar con Dios su Padre. Cada paso de Jesús, está precedido por un momento especial de oración. ¿Qué ha fallado entonces para que así lo acusen los escribas?

El ayuno y la oración son importantes para Jesús, pero no para esclavizar sino para dar vida, pero tienen que tener una interioridad y una espiritualidad importante.

Jesús retoma un dicho que quizás ya fuera popular, para sostener su enseñanza: “vino nuevo en odres nuevos”

 

El Reino de Dios solo puede entrar en un corazón nuevo dispuesto a obedecer a Dios desde lo profundo. Cuando hay una ausencia de Dios y el corazón está seco, no tiene sentido llenarse de ritos y oraciones para suplantar la soledad que sentimos.

La presencia de Jesús como el esposo, retoma una figura largamente querida en el Antiguo Testamento. Jesús es la personificación del amor conyugal que Dios Padre siente por su pueblo. Si verdaderamente se acoge esta palabra de amor dirigida al pueblo, el ayuno y la oración tendrán un sentido muy diferente.

No es la oración para llenar el vacío, es la oración que dialoga con el Amor que se hace presente en nuestro corazón. No es el ayuno para satisfacer el egoísmo y acallar la pasión, es la saciedad gozosa que produce el verdadero alimento que nos hace despreciar las migajas materialistas.

Cristo no está en contra de la oración o del ayuno, Cristo les da el verdadero significado a esa oración y a ese ayuno.

¿Cómo vivimos nosotros esa presencia de Dios en nuestras vidas? ¿Cómo brota la oración en nuestro corazón? Que sea por amor.