Viernes Santo

Viernes Santo es un día de silencio, de dolor, de acompañamiento.

La liturgia del Viernes santo es muy especial: es el único día del año en que la Iglesia no celebra la eucaristía, y sólo en la parte final de la celebración se distribuye la comunión. Podemos decir que si habitualmente la parte central de la eucaristía es la consagración, hoy lo va a ser la presentación y la adoración de la cruz.

Hoy, Viernes Santo, podríamos preguntarnos: ¿Por qué?, ¿Cómo es posible que un hombre inocente termine despreciado de esta manera? Un hombre que había vivido de una manera sencilla, que era amigo de todos, que estaba siempre junto a los enfermos y débiles… Pero, eso sí, nunca había retrocedido cuando se trataba de defender la verdad y la justicia, la causa del Reino. Nunca hizo concesiones ante el amor apasionado por Dios y por los hombres, aunque sus enemigos invocaran leyes religiosas. Nada le apartaría del amor de Dios.

Los Sumos Sacerdotes y sus servidores gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tienen que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”. ¿Cuál es esta ley? ¿No será acaso la ley que imponen los fuertes? ¿No es la ley que defiende los intereses de los poderosos? “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”, dijo Caifás, y podemos añadir nosotros, antes que el pueblo descubra la hipocresía de muchas palabras y gestos que dicen defender la paz, el bien, el orden y la cultura y que, en cambio, es sólo la defensa de unos privilegios o el afán de dominio sobre los demás.

“Tomaron a Jesús, y Él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera”…” ¿Cómo es posible? Bendecía a los niños, decía que era necesario poner la otra mejilla, perdonar setenta veces siete, compartir “los panes y los peces” fraternalmente…

Dentro de unos momentos haremos la adoración de este árbol que es la cruz. Árbol inmenso que une el cielo y la tierra. Árbol que tiene sus raíces en nuestro mundo, en esta tierra a veces reseca y pedregosa, a veces empapada de agua fecunda. Cristo es el árbol que da cobijo y arraiga en tantas personas que son capaces de darlo todo por los demás, sea en servicios humildes a la familia, en el trabajo, en responsabilidades sociales o profesionales, sea como mártires en países en los que los derechos humanos están muy lejos de ser respetados. Un árbol inmenso que lleva en su tronco las marcas de tantos sufrimientos, tantas humillaciones a la dignidad humana. Un árbol, no obstante, que tiene la fuerza de la vida en su interior. Que se eleva gozoso tocando con sus hojas el sol de la esperanza.

La cruz de los cristianos, la cruz de Jesús, es una cruz que nos conduce a la gloria, que ya es un signo de victoria porque sabemos que el amor de Dios que da vida, está ya presente en esta cruz. Porque sabemos que la corona de espinas que le colocaron los soldados, expresaba la profunda verdad del amor de Dios, la verdad del supremo valor de la vida humana y de toda la naturaleza.

Estamos llamados a identificarnos con Jesús. He aquí el misterio profundo del Viernes Santo: la contemplación y la adoración del Hombre-Dios crucificado que lo ha dado todo y se ha humillado hasta el extremo, para que nosotros nos demos cuenta del fango del pecado que hay en nosotros y en nuestro mundo y, con Él, nos levantemos para ser fieles a la Vida. 

Viernes Santo es un día para acompañar a Jesús y sentir su presencia. Acerquémonos a María, a Magdalena y a Juan, y juntos permanezcamos en respetuoso silencio junto a la cruz de Jesús. Contemplemos, callemos y manifestemos nuestro amor. 

Jueves Santo

Una vez más nos encontramos los cristianos reunidos para celebrar el Jueves Santo.  Con la celebración del Jueves Santo comienza el gran triduo pascual: los tres días conmemorativos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. 

Este día de Jueves Santo celebramos la institución por parte de Jesús de dos sacramentos: la Eucaristía y el Orden Sacerdotal, pero también recordamos el mandato que Jesús nos dejó ese día: el mandato de la Caridad con todos los hermanos, mandato que a través del gesto de lavarles los pies a sus discípulos, Jesús lo puso en práctica.

Jueves santo es el día de la entrega total de Jesús por todos los hombres. Su signo es un pan que se divide y comparte para ser comido por todos. Un pan que da vida y fortalece. Un pan que une y que restaura, un pan que hace comunión y reconoce la dignidad de cada uno de los comensales. Con el gesto del Pan partido y del Vino compartido, quiso que nosotros, a lo largo de la historia, hasta que Él vuelva, participáramos de su misma Vida. Él mismo quiso ser nuestro alimento y nuestra fuerza y alegría.

Jueves santo es el día de la Eucaristía. Es el día de la manifestación de Jesús que en su locura de amor se quiere quedar con los suyos para entrar en su interior, para unirse a ellos, para acompañarlos en su vida.

Pero ¿qué sentido tiene lo que hizo Jesús?, ¿qué celebramos el Jueves santo?, ¿qué significa en nuestras vidas celebrar la eucaristía? Porque hay que buscar el sentido que dio Jesús a todo esto y vivirlo. Para muchos, la misa es una rutina, una ceremonia, una obligación y hasta una evasión. Los jóvenes dejan de ir porque no les dice nada. A muchos que van no les cambia la vida, salen como entraron. Hay un clima de pasividad y de aburrimiento. Sin embargo, la Eucaristía es la fuente y cumbre de la vida cristiana. Y para muchos de nuestros fieles es el único momento que se reúnen en la iglesia y se encuentran con Dios.

El sentido de la eucaristía es el sentido de la vida de Jesús, lo que hizo y lo que dijo. Y ese sentido está bien claro: un amor verdadero que se entrega por los hermanos hasta la muerte. Sabiendo, dice san Juan, que se acercaba su hora, habiendo amado a los suyos, hasta el fin los amó. Esto es lo que recordamos y celebramos hoy. Es la memoria de Jesús, de cuanto dijo y de lo que hizo. ¡Qué pena que el rito, o la rutina, o la obligación, puedan oscurecer esto!

Hoy, la Iglesia recuerda también el gesto de lavar Jesús los pies a los apóstoles.   Jesús, el maestro y Señor, lava los pies a los discípulos.   

Lavar los pies a sus discípulos es la enseñanza básica de todo el que quiere seguir a Jesús. Solamente los esclavos hacen este servicio, pero el Maestro, el Mesías, es ahora quien se inclina para lavar los pies a sus discípulos. No es representación, es signo de lo que ha sido toda su vida: “No he venido a ser servido sino a servir”. En esto está la nota principal del seguimiento y lo que da sentido a una vida: servir. Pero servir desde el amor, por eso Jesús da lo que Él ha llamado “el nuevo mandamiento”: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. La medida de nuestro amor debe ser el amor de Jesús. Así como Él ama a todos, a justos y pecadores, hasta dar la vida por ellos, también nosotros debemos amar. Y jueves santo es el día del amor.

Jueves santo también es el día del sacerdocio. Este jueves santo seguimos recordando que Cristo deja en manos de hombres, débiles, frágiles y propensos a la caída, uno de sus más grandes tesoros: la Iglesia y sus sacramentos.

No os olvidéis nunca de hacer oración por cada uno de los sacerdotes, ayudadnos a sostenernos en fidelidad y amor a Cristo. 

Vivamos este Jueves Santo como el día del servicio, del amor, de la Eucaristía y del Sacerdocio. 

Martes Santo

Jn 13, 21-33; 36-38

Podemos imaginar la situación en la mesa: Uno de ustedes me va a traicionar, dice Jesús… pero ¿quién? Seguramente que todos nosotros de haber estado en la mesa hubiéramos dicho a nosotros mismos ¿Será posible que yo sea el que va traicionar al Maestro? 

Y la verdad es que la respuesta es «SI». Cada vez que, a pesar de que sabemos que lo que vamos a hacer es contra la fe, contra nuestro prójimo, contra Dios mismo, y lo realizamos, estamos actuando de la misma manera que Judas: Estamos traicionando la confianza de Jesús. 

Él nos llama amigos, nos ha llamado para seguirlo y para ser un instrumento de su amor y de su gracia, y en lugar de ello preferimos nuestros propios caminos nuestros propios métodos y metas. El mismo Pedro, que amaba con todo su corazón a Jesús, que decía estar dispuesto a morir por Él, lo traicionará no una, sino tres veces. Y es que no tenemos fuerza para ser fieles, aun esta fuerza viene de Dios. 

El amor al Maestro y el poder del Espíritu que mora en nosotros, son los únicos elementos que nos hacen ser verdaderamente fieles. Busquemos en estos días, crecer más en el amor, para que el Espíritu se fortalezca y podamos experimentar una Pascua maravillosa.

Viernes de la V semana de Cuaresma

Jn 10,31-42


Una de las cosas que causan más asombro en la vida de Jesús es que haya sido tanta la gente que lo rechazó.  Jesús es la personificación de todo lo que es bueno, santo y deseable, y lo que Él desea es atraer a todos los hombres hacia sí, para hacer de ellos seres perfectos y eternamente felices.  No solamente predicó la bondad y el amor de su Padre para con los hombres, sino que Él mismo reveló esta bondad y este amor con sus acciones.  

Cuando los judíos cogieron piedras para apedrearlo, Él les dijo en tono de protesta: “He realizado ante vosotros muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me queréis apedrear?  Entonces lo acusaron de blasfemia, porque pretendía ser Dios, y sin embargo, solo les estaba diciendo la verdad, y sus afirmaciones de que era un ser divino, estaban confirmadas por señales y milagros.

Pero, el rechazo que sufría Jesús no era nada nuevo.  De la misma manera había sido repudiado el profeta Jeremía, que no hacía sino hablar con la verdad en el nombre de Dios (primera lectura).  Cuando el profeta avisó al pueblo acerca de la destrucción de Jerusalén si no se arrepentían, Jeremías fue arrestado, apaleado y encerrado en la cárcel.

De todas maneras nos sorprende que Jesús, lo mismo que muchos otros profetas de Israel, haya sido rechazado por un número tan grande de gente, si no hacía más que decir la verdad.  ¿Por qué se le rechazaba? Eran muchas las razones y muy complicadas, pero una de ellas es que la verdad puede incomodar.  

Cuando la verdad nos coloca frente a nuestros fracasos e incapacidades, el camino más fácil para escapar a nuestras responsabilidades y a la necesidad de tener que cambiar es ignorar o negar la verdad.  Cuando un maestro notifica a los padres consentidores e irresponsables, que su hijo es un problema en la escuela, tanto en los estudios como en la disciplina, el juicio del maestro es, al mismo tiempo, una evaluación del joven estudiante y de sus padres.  Pero éstos, antes de hacer frente a sus propias faltas y a la necesidad de actuar, escogen el camino más fácil y se niegan a aceptar el informe del maestro.

La verdad puede incomodar, aun la verdad predicada por Jesús.  La verdad de Jesucristo nos exige que seamos diferentes de los demás; nos pide que aceptemos el sufrimiento y la auto-renuncia, que abandonemos nuestro egoísmo y que seamos generosos en nuestro amor y nuestro servicio a los demás.  Oremos en esta Misa para que nunca tomemos la salida fácil de rechazar a Jesús y su verdad.

¿Tus proyectos son los de Cristo? Y si son, ¿los defiendes y realizas con todo tu corazón?

Martes de la V semana de Cuaresma

Jn 8, 21-30

Al Padre, sólo el Hijo lo conoce: Jesús conoce al Padre. En efecto, es muy grande la unión entre ellos: Él es la imagen del Padre; es la cercanía de la ternura del Padre a nosotros. Y el Padre se acerca a nosotros en Jesús.

Jesús repitió muchas veces: «Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti». Y prometió el Espíritu Santo, porque precisamente el Espíritu Santo es quien hace esta unidad, como la hace entre el Padre y el Hijo.

El Padre, por lo tanto, fue revelado por Jesús: Él nos hace conocer al Padre; nos hace conocer esta vida interior que Él tiene. Y ¿a quién revela esto, el Padre?, ¿a quién da esta gracia?

La respuesta la da Jesús mismo, como dice san Lucas en su Evangelio: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños».

Sólo quienes tienen el corazón como los pequeños son capaces de recibir esta revelación. Sólo el corazón humilde, manso, que siente la necesidad de rezar, de abrirse a Dios, que se siente pobre. En una palabra, sólo quien camina con la primera bienaventuranza: los pobres de espíritu.

Muchos pueden conocer la ciencia, la teología incluso. Pero si no hacen esta teología de rodillas, es decir, humildemente, como los pequeños, no comprenderán nada. Tal vez nos dirán muchas cosas pero no comprenderán nada. Porque sólo esta pobreza es capaz de recibir la revelación que el Padre da a través de Jesús, por medio de Jesús.

Y Jesús viene no como un capitán, un general del ejército, un gobernante poderoso, sino que viene como un brote, según la imagen de la lectura, tomada del libro del profeta Isaías (11, 1-10): «Pero brotará un renuevo del tronco de Jesé».

Por lo tanto, Él es el renuevo, es humilde, es manso, y vino para los humildes, para los mansos, a traer la salvación a los enfermos, a los pobres, a los oprimidos, como Él mismo dice en el cuarto capítulo de san Lucas al visitar la sinagoga de Nazaret.

Y Jesús vino precisamente para los marginados: Él se margina, no considera un valor innegociable ser igual a Dios. En efecto, se humilló a sí mismo, se anonadó. Él se marginó, se humilló para darnos el misterio del Padre y el suyo.

Pidamos la gracia al Señor de acercarnos más, más, más a su misterio, y de hacerlo por el camino que Él quiere que recorramos: la senda de la humildad, la senda de la mansedumbre, la senda de la pobreza, la senda de sentirnos pecadores Porque es así, Él viene a salvarnos, a liberarnos.

Viernes de la IV semana de Cuaresma

Jn 7,1-2.10.25-30


Uno de los elementos que podemos destacar de este evangelio es el hecho de que Jesús quería pasar desapercibido, pues decía: que llegó no abiertamente sino en secreto, como de incógnito. 

Sin embargo el resultado es que todo el pueblo se dio cuenta de que él ahí estaba. A pesar de que su idea era no ser visto, el celo por la predicación lo lleva al templo, y todos lo reconocen. 

Para nosotros, ¿cuál sería la más grave acusación que pudieran hacer los judíos en contra de Jesús? Sí, ya sé que muchos diríamos que ninguna acusación es válida, pero también nosotros condenamos a Jesús y casi por las mismas razones que lo hacían los judíos. También a nosotros nos lástima que cuestionen nuestra religiosidad sin compromisos; también para nosotros son sus acusaciones de incongruencias y de mentiras. A nosotros también se nos puede aplicar las duras palabras de hipócrita y sepulcros blanqueados. 

Jesús no teme nuestras iras ni tampoco nuestras amenazas, ni los insultos de los hombres de aquella época o de este tiempo. Jesús, hombre que vive en el conflicto, sabe vivir con verdadera libertad, no condicionarse por prejuicios o temores convencionales o convenencieros. 

Jesús es hombre libre, aunque sabe que su misión lo puede llevar al sacrificio supremo, a la condena total. Sin embargo, se entrega libremente y por amor a su misión. Y asume todas las consecuencias que pueda traer. Lo contemplamos predicando abiertamente en Jerusalén. 

¿Podríamos nosotros imitar a Jesús y actuar rectamente y con toda libertad, en todas las circunstancias de nuestra vida? ¿Podemos comprometernos en la lucha por la verdad, por la paz, por el reino, sin temor a lo que pueda pasar? 

Ciertamente, nosotros muchas veces, parecemos demasiado prudentes o quizás hasta se nos pueda acusar de indiferentes ante las propuestas que nos presenta Jesús. 

Está Cuaresma nos lleva a un compromiso serio para buscar ser libres para el compromiso. Acerquémonos hoy a Jesús, contemplemos su predicación. Pidamos que nos ayude a tener muy claro cuál es nuestra misión y que nos atrevamos a asumir los riesgos que ella implica. Que no vivamos con temor, sino que nos atrevamos a vivir con valentía las opciones del Reino. 

Contemplemos a Jesús, ¿qué nos dice hoy frente a la actitud que tomamos ante su reino?

Jueves de la IV semana de Cuaresma

Juan 5, 31-47 

¿Me hago el católico, el cercano a la Iglesia y luego vivo como un pagano? Pero Jesús no lo sabe, nadie va a contárselo. Pero Él lo sabe. Él no tenía necesidad de que alguien diera testimonio; Él de hecho, conocía lo que hay en el hombre.

Jesús conoce todo aquello que hay adentro de nuestro corazón: nosotros no podemos engañar a Jesús. No podemos, delante de Él fingir que somos santos y cerrar los ojos, hacer así, y después llevar una vida que no es aquella que Él quiere. Y Él lo sabe.

Todos conocemos el nombre que Jesús daba a estos de doble cara: hipócritas, «Pero yo voy a la Iglesia, todos los domingos, y yo…», sí podemos decir todo aquello.

Pero si tu corazón no es justo, si tú no haces justicia, si tú no amas a aquellos que tienen necesidad del amor, si tú no vives según el espíritu de las Beatitudes, no eres católico. Eres hipócrita.

En Cuaresma, todos debemos preguntarnos: «¿Jesús, te fías de mí? ¿Yo tengo una doble cara?» Dentro de cada uno de nosotros se encuentra el pecado, pero del pecado Jesús no se asusta.

También dentro de nosotros hay suciedades, hay pecados de egoísmo, de soberbia, de orgullo, de codicia, de envidia, de celos… ¡tantos pecados! También podemos continuar el diálogo con Jesús.

Si reconocemos que somos pecadores y abrimos la puerta a Jesús, podemos limpiar el alma: ¿Sabéis cuál es el látigo de Jesús para limpiar nuestra alma? La misericordia. ¡Abrid el corazón a la misericordia de Jesús! Decid: «¡Pero Jesús, mira cuánta suciedad! Ven, limpia. Limpia con tu misericordia, con tus palabras dulces; limpia con tus caricias».