Jueves de la XXXIII Semana Ordinaria

Apoc 5, 1-10

La visión que nos presenta hoy san Juan es la del libro de la historia del mundo, de sus orígenes, de la salvación, el tiempo todo, es presentado como un rollo escrito por las dos caras y sellado con 7 sellos.  Sólo Dios lo conoce, la capacidad humana no puede penetrar.

Sólo Dios puede revelarlo y sólo Jesús, la revelación suprema del Padre, puede romper los sellos.  Es Cristo paciente que sufre la muerte, el cordero inmolado, imagen de debilidad y muerte, pero al mismo tiempo imagen de fuerza –siete cuernos- y de sabiduría ­ -siete ojos- .Pero  es también el glorioso: «ha vencido el León de la tribu de Judá, el Descendiente de David».

Y oímos el «canto nuevo»: «con tu sangre compraste para Dios hombres de todas las razas y lenguas, de todos los pueblos y naciones, y con ellos has constituido un reino de sacerdotes que servirán a nuestro Dios y reinarán sobre la tierra».

Lc 19, 41-44

El Señor en su subida a Jerusalén, hemos escuchado sus palabras y admirado sus maravillas, de Jericó a Jerusalén, camino que consta de unos 20 Km. de cuesta.  Jesús mismo organizó su entrada entre las aclamaciones de la gente.  Ya está en el monte de los Olivos, desde ahí se domina toda la ciudad de Jerusalén, las murallas, las edificaciones entre las que destaca el templo, el signo de la fe, del culto, de la identidad nacional.  La gente canta el salmo 21: «que alegría cuando me dijeron… ya están pisando nuestros pies tus umbrales…. haya paz a en tus muros y tus palacios…. diré: la paz contigo…».

«¡Si en este día tú comprendieras lo que puede conducirte a la paz…!» Jesús llora ante la futura destrucción de su pueblo.

Hay en la ladera del monte de los Olivos una capilla que se llama «Dominus flevit», el Señor lloró.  Un gran ventanal enmarca la vista de la ciudad; en la base del altar está un mosaico con una figura de una gallina cobijando sus pollitos.  Expresa gráficamente unas palabras del Señor en el mismo evangelio de Lucas (13, 34-35): «Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos…»

«Si este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz»,  es la última oportunidad… «No aprovechaste la oportunidad que Dios te daba».  Los misterios de la libertad humana…

Aprovechemos esta oportunidad.

Jueves de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 19,41-44

A Jesús le salen de muy dentro, de su corazón, las lágrimas ante Jerusalén. Muchos de sus habitantes le han rechazado. Les ha ofrecido, su luz, su amor, el camino que lleva al sentido, les ha hablado de Dios como el buen Padre que siempre nos ama, nos perdona y nos acoge… pero muchos de sus habitantes le han rechazado. Han rechazado el sublime tesoro que les ofrecía. “No reconociste el momento de mi venida”. Llora más por ellos que por él. No van a disfrutar del tesoro que le ofrece, del gran regalo de su amor y de su luz.

En principio, y dicho con toda humildad y por lo tanto con toda verdad, estas palabras Jesús no nos las puede dirigir a nosotros. Hace tiempo, cuando salió a nuestro encuentro, nos pidió que le siguiéramos y… le hemos seguido hasta el día de hoy. Con nuestra fortaleza y nuestras flaquezas, le hemos reconocido y le seguimos reconociendo como nuestro Dios, como nuestra luz, como nuestro el amor de nuestra vida. Y queremos darle gracias cada día que pasa.

Jueves de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 19, 41-44

En el evangelio de hoy Lucas nos presenta a Jesús subiendo a Jerusalén, dónde el Mesías lamentará que sus ciudadanos no reconozcan quién es Él. Resulta sorprendente como el evangelista muestra y expone los sentimientos que provoca en Jesús la contemplación de la ciudad y del templo. Solo en otra ocasión aparece Jesús llorando en el NT y es ante la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,35). La diferencia está en que ahora el llanto es público y no por la pérdida de una relación personal.

La razón de la pena del Maestro no es su propio destino, sino el de la ciudad y sus habitantes que se han negado a reconocer lo que conduce a la paz. El mensaje que Jesús ha predicado acerca de la venida del Reino, con sus palabras, sus signos y su propia persona, no ha convertido a los vecinos de Jerusalén que permanecen anclados en las tradiciones pasadas, esperando un Mesías que son incapaces de reconocer cuando está en medio de ellos, ¿sabemos nosotros descubrir a Jesús presente en nuestras vidas? Reconocer lo que nos lleva a la paz no es la lucidez intelectual o espiritual, lo que realmente nos conduce a la paz que trae Jesús es encontrarnos con Él.

A continuación, Jesús va a predecir la destrucción de esa ciudad que le da la espalda, la ciudad santa, en tres momentos: comienza por Jerusalén en la que sus enemigos construirán barricadas; para seguir con la muerte de sus habitantes, hombres, mujeres y niños; y finalmente, la visión de una ciudad sin vida, donde todo está destruido, arrasado, donde no queda piedra sobre piedra.

El oráculo da el motivo de la destrucción y del sufrimiento: porque no reconocisteis el tiempo de su visita. Este tiempo no es el tiempo cronológico de Jesús sino el de la presencia de Cristo Resucitado en medio de su comunidad, en medio de nuestro tiempo y nuestra historia. ¿Somos capaces de reconocer su visita?