
1Mac 2,15-29
Una de las razones que nos da la gente para obrar de una manera que no siempre va de acuerdo al evangelio es: «Es que todo el mundo lo hace (lo dice, lo ve, etc.). Ante esta afirmación o excusa, debemos siempre decir: «Nosotros no somos «todo el mundo» y aunque todo el mundo lo haga, nosotros somos cristianos».
Por ello es que un cristiano no puede hablar de todo, ni ver todo, ni hacer todo lo que aquellos que no conocen a Dios hacen.
En la lectura de hoy nos encontramos a un hombre valiente que enfrenta al mismo poder del rey para decirle: «Aunque todas las naciones que forman los dominios del rey obedezcan sus órdenes y apostaten de la religión de sus padres, mis hijos, mis hermanos y yo nos mantendremos fieles a la alianza de nuestros padres».
Con ello nos da un verdadero ejemplo de lo que Dios espera de nosotros. Nuestra alianza bautismal es mucho más grande y hermosa que la que habían celebrado los Israelitas, pues nuestra alianza fue sellada con la sangre de Cristo. Seamos valientes y defendamos nuestros principios y vivamos siempre conforme al Evangelio.
Lc 19,41-44
Jesús también lloraba, igual que tú. Tenía sentimientos, se alegraba con las buenas noticias de sus discípulos y se entristecía con la muerte de su amigo Lázaro. Igual que nosotros. Por eso conoce perfectamente el corazón humano, pues Él pasó por los mismos estados de ánimo que experimentamos nosotros.
Aquí le vemos llorar por Jerusalén, la ciudad del pueblo elegido, con quien Dios estableció su Alianza. Desde hacía siglos había escogido a Abrahán y a sus descendientes, confió a Moisés la misión de sacar al pueblo de la esclavitud, le dio un Decálogo, le guió con amor, le envió profetas y le preparó para la venida de su Hijo. ¡Cuánto esperaba Dios de ese pueblo! Sin embargo, vino Jesús a este mundo “y los suyos no le recibieron”.
La historia de Israel puede ser muy bien nuestra historia. El Señor pensó en cada uno de nosotros y nos dio la vida a través de nuestros padres. Luego nos hizo sus hijos adoptivos en el Bautismo. Y no ha cesado de derramar gracias para que seamos santos… Sin embargo, somos como la Jerusalén por la que Jesús lloró: fríos, insensibles a todos estos dones. ¿Cuántas veces meditamos en el sacrificio que hizo Jesús en la cruz por nuestros pecados (los de cada uno)?
Hoy intentaremos no ser el motivo de las lágrimas de Jesús. Vamos a acogerle y a poner en práctica su mandato -el de la caridad con todos-, pidiéndole que perdone nuestras infidelidades y nos dé a conocer “su mensaje de paz”.

