Jueves después de Ceniza

Deut 30, 15-20              

Hemos escuchado el final del gran discurso atribuido a Moisés, en el que el jefe del pueblo de Dios exhorta a la comunidad a una toma de decisión por Dios.  Se nos presentan dos caminos, dos opciones: el bien o el mal, la vida o la muerte, a favor o en contra de Dios.

«Conversión» es la palabra clave de la Cuaresma.  La palabra conversión es un cambio radical de vida, girar en 180 grados, porque nos hemos dado cuenta de que vamos en «sentido contrario».

Pero «conversión» también es ir moviendo, con ligeros golpes, el volante para mantenernos en la dirección correcta…

Convertirse es la acción normal «permanente» de todo cristiano, de toda comunidad eclesial.

Dejemos que la invitación que hemos escuchado penetre a nuestro corazón y démosle una repuesta positiva.

Lc 9, 22-25

Vemos la cruz en lugares muy importantes de la casa, en la Iglesia, en la cima de un monte; la usamos como adorno… Esto  hace que nos demos cuenta muy poco de que la cruz es primeramente un instrumento de tortura y de muerte.  Y sin embargo, nosotros vemos en ella, ante todo, la expresión del amor infinito de Dios en Cristo.  Es la calificación suprema del amor infinito de Dios en Cristo.  Es la calificación suprema de su amor que se entrega: «se entregó hasta la muerte y muerte de cruz…» La vemos también como el camino único a la vida verdadera, a la gloria: «por eso Dios le dio un nombre sobre todo nombre».

Este es el camino que tomamos hoy, al iniciar nuestro itinerario a la Pascua.

Si el «no se busque a sí mismo», el «tome su cruz» nos atemorizan, fijémonos en que Jesús nos traza el camino que Él ya experimentó y nos apunta la meta de gloria en la que Él ya está.

Con ese espíritu, vivamos esta Eucaristía.

Jueves después de Ceniza

Lc 9, 22-25

Iniciando la cuaresma, los textos litúrgicos nos presentan a Jesús anunciando su trayectoria: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumo sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Y así fue en verdad. Jesús traía un mensaje para toda la humanidad, el mensaje del amor, de la entrega, el mensaje de ser hijos del mismo Dios. Pero este mensaje no fue aceptado por las autoridades religiosas de su tiempo. Le pidieron que se callase, pero Jesús no se calló. Siguió predicando su mensaje de amor hasta el final. Y fue ejecutado. Pero su final no fue la muerte en la cruz, sino que su Padre le resucitó al tercer día. Su vida de amor venció a la muerte. 

Jesús nos pide: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con la cruz de cada día y se venga conmigo”. Hay que aclarar que la cruz con la que nos pide que carguemos es su misma cruz, es decir, la cruz del amor, la cruz del “amaos unos a otros como yo os he amado”. El que vive como Jesús, el que pierda y entregue su vida por su causa, la salvará, se encontrará con la resurrección a una vida de total felicidad.

Jueves después de Ceniza

Lucas 9, 22-25

Iniciamos cuaresma con el recordatorio de lo que es la existencia del hombre: un constante elegir entre la vida y el bien, o la muerte y el mal. A simple vista parece un proceso fácil y que no tiene lugar a equivocación, pero lo cierto es que pronto nos damos cuenta de que no es tan sencillo y que con frecuencia confundimos y escogemos, no lo que nos trae la vida sino aquello que nos acarrea la muerte.

Desde la primera lectura en el libro del Deuteronomio captamos esta grave dificultad: somos hechos para la vida, pero erramos el camino por nuestro egoísmo, orgullo, ambición y búsqueda de placeres. Pronto nuestras manos se vuelven avarientas y desean poseer todo y en ello encuentran su perdición, pues cuando llega la verdadera felicidad, están ocupadas y no pueden tomarla.

Jesús con frases llenas de misterio y aparentes contradicciones trata de hacerles entender esta gran verdad a sus discípulos: “El que quiera conservar la vida para sí mismo, la perderá…” Y propone como único camino de salvación su cruz. ¿Su cruz? Sí, el camino de la cruz que significa la entrega plena en manos de Dios y su manifestación en el amor a los hombres.

La cruz que significa sembrarse en el dolor compartido con los que sufren, pero elevado a la luz del amor divino. La cruz que es muerte ignominiosa, pero que lleva en sus entrañas la semilla de la resurrección. La cruz como camino de vida es la propuesta de Jesús para sus discípulos. La cruz tomada con alegría y dignidad como Él mismo la tomó, la cruz que no es conformismo ni fatalismo, sino entrega para dar vida.

Hoy se nos pone ante nuestros ojos la disyuntiva: ¿optamos por la vida al estilo de Jesús o continuamos viviendo la muerte?

Jueves después de Ceniza

Lc 9, 22-25

Con la ceniza en la frente y con el recuerdo de las palabras: “Arrepiéntete y cree en Evangelio” nos acercamos hoy a Jesús que nos ofrece su propuesta de vida para poder realizar esta conversión y sostenernos en la fe que nos levante para una nueva vida. Le decimos que ya lo hemos intentado y que hemos fracasado. Estamos tentados de abandonar todo. Pero Jesús nos dirige sus palabras y descubrimos la forma en que Él está dando vida.

Sus primeras palabras son para recordarnos que Él está dispuesto a sufrir, ser rechazado, entregado a la muerte, pero después será resucitado. Y todo lo hace por nosotros, su amor no tiene condiciones y nos alienta a levantarnos y a seguirlo. Tomar la cruz es su propuesta. La cruz no significa una aceptación resignada de la injusticia en que viven nuestros pueblos.

La cruz no es adormecer las conciencias para que la situación de hambre, pobreza y miseria, siga igual. Tomar la cruz es seguir el mismo camino de Jesús: se hace solidario con la humanidad, toma sus dolores, sube hasta el Gólgota para después resucitar y dar vida. Por eso en su invitación por si alguno lo quiere acompañar debe negarse a sí mismo. Hemos insistido tanto en el valor de la persona que nos parecería contradictorio negarse a sí mismo. Pero se trata de una lucha frontal contra el individualismo.

No puede ser el hombre solitario la norma de toda la relación de la humanidad. La cruz de Jesús, con sus dos maderos, nos señala el camino. El madero vertical, dirigido al cielo, nos muestra nuestra vida dirigida a Dios. No puede erigirse el hombre como su propio Dios, tiene una relación muy especial con su Creador. El madero horizontal, nos habla del sentido comunitario, del sentido de fraternidad. No puede una persona realizarse plenamente, en solitario, siempre tendrá relación con sus hermanos.

Cuaresma es tomar la cruz, es recobrar el verdadero sentido de cada uno de nosotros y mirar cómo lo estamos viviendo. No puede depender el valor del hombre de su relación con los bienes que posee, porque se hace esclavo de ellos. Pierde su vida. Señor, que tomando nuestra cruz, le demos sentido a nuestra vida en el camino cuaresmal.