Lunes de la XXXI Semana Ordinaria

Lc 14,12-14

¿Has descubierto alguna vez la sonrisa agradecida de quien ha recibido un regalo que no esperaba? ¿Has entregado tu vida sin esperar nada a cambio y te has encontrado al final de la jornada con el corazón lleno de paz y de gozo? Estas actitudes son muy difíciles de explicar en un mundo donde todo se ha convertido en mercancía, en servicio cobrado, en interés y búsqueda de ganancia. Cristo, el que ama sin interés, que se hace hombre sin esperar recompensa, el que te ama y me ama sin buscar nada a cambio, hoy nos dice dónde se puede encontrar la mayor felicidad.

Con las enseñanzas que hoy pone delante de nosotros queda bien claro cuál es la misión del discípulo: dar sin esperar recompensa, dar con alegría, dar pronto y en silencio.

El Papa Francisco en días pasados frente a los admirados responsables de un alberge al mismo tiempo que les agradecía, los invitaba a que nunca se olvidaran de aquellos que llegaban hasta su puerta porque son “carne de Cristo”, les decía. Somos muchas veces incapaces de dar sin esperar recompensa aún en los amores que parecerían más sinceros, aún en el amor de los esposos, cuando todo se convierte en condicionamiento: yo te doy si tú me das; aún en la familia: yo educo y cuido mis hijos para que después me ayuden en la vejez… Si así obramos podemos quedarnos con las manos vacías, porque no hemos dado generosamente ni gratuitamente.

Hay una frase, aunque se ha ido perdiendo ya un poco, que las gentes sencillas de nuestro pueblo suelen decir como muestra de agradecimiento: “Dios se lo ha de pagar”. Y así también nos dice Cristo que la recompensa se pagará cuando resuciten los justos. La generosidad y la gratuidad son partes esenciales del discípulo. Son la base del amor y, si en un momento dudáramos, Cristo llega afirmar con toda contundencia: “Dad como yo doy… amad como yo amo…” Y basta que lo contemplemos clavado en la cruz para comprender cómo es su amor por nosotros que aún éramos pecadores

¿Por qué no intentamos hoy dar algo sin esperar recompensa? ¿Por qué no hacemos feliz hoy a una persona que no nos pueda devolver nada?

Lunes de la XXXI Semana Ordinaria

Lc 14, 12-14

Con este pasaje de la Escritura, Jesús nos invita a poner nuestros ojos en tantos y tantos hermanos nuestros que necesitan sobre todo de nuestra comprensión y de nuestra amistad, de ser reconocidos como personas y no solo como objetos.

Nuestro mundo nos empuja a la superficialidad. Todos los días en los cruceros de las calles nos encontramos con niños, jóvenes e incluso adultos que buscan más que nuestro dinero (que a veces puede ser mal usado) nuestra amistad y comprensión. Hombres y mujeres que para la generalidad de los ciudadanos no son otra cosa que «una molestia».

Para el cristiano ellos son los sujetos de nuestro amor de nuestra compasión. No basta sacar una moneda para con ello tranquilizar nuestras conciencias, es necesario, como nos lo dice hoy el evangelio, hacer lago más.

Pensemos, según nuestros dones y carismas, ¿qué podríamos hacer en concreto con nuestros hermanos necesitados?

Jesús insistió en que no había venido a ser servido sino a servir.  Convivió con la gente pobre y humilde.  Su espíritu no era buscar “qué puede hacer la gente por mí”, sino qué puedo yo hacer por la gente”