Lunes de la XXXI Semana Ordinaria

Rom. 11, 30-36.

El que diga que no tiene pecado es un mentiroso, pues la Verdad no está en él. A pesar de vivir como enemigos de Dios, Él nos envió a su propio Hijo para reconciliarnos con Él y hacernos, junto con Él, hijos suyos. Quienes nacimos sin pertenencia al pueblo de los Israelitas, pertenecíamos a un pueblo rebelde, pecador y sin esperanza. Pero los judíos, al rechazar a Cristo, entraron también ellos a formar parte de los rebeldes contra Dios.

Todos, judíos y no judíos, hemos recibido una manifestación de la Misericordia Divina, pues, gracias a la obediencia de uno sólo hombre, Cristo Jesús, hemos sido salvados. Todo cae en el plan de Dios, de quien proviene todo, por quien todo ha sido hecho, y hacia el que se orienta todo.

Orientemos hacia Él nuestra vida y no continuemos siendo rebeldes al Señor. Dejemos que su salvación llegue a nosotros y nos haga criaturas nuevas, que manifiesten con sus buenas obras que en verdad hemos aceptado la gracia y la misericordia de Dios en nuestra vida.

Lc 14,12-14

¿Te imaginas invitando a cenar a 100 personas desconocidas? Si alguien hiciese eso hoy en día, lo mínimo que le pasaría es que saldría en las noticias del día siguiente. Lo “propio” es invitar a los amigos íntimos para pasárselo bien. ¿Acaso está mal esto? No, ¡cómo va a estar mal convivir con los amigos!

No es esta la idea que nos quiere transmitir Jesucristo con el Evangelio de hoy. Aunque sea difícil verlo, Cristo nos está invitando en este pasaje a vivir la vida con una “elegancia superior”, con la mirada puesta en el cielo.

Porque quien invita a uno esperando recibir otra invitación sólo piensa en sí mismo, no tiene un horizonte que no vaya más allá de sus propios intereses. ¿Cómo se puede ser dichoso sin esperar una compensación material por lo que hacemos?

Con este pasaje de la Escritura, Jesús nos invita a poner nuestros ojos en tantos y tantos hermanos nuestros que necesitan sobre todo de nuestra comprensión y de nuestra amistad, de ser reconocidos como personas y no solo como objetos.

Nuestro mundo nos empuja a la superficialidad. Todos los días en los cruceros de las calles nos encontramos con niños, jóvenes e incluso adultos que buscan más que nuestro dinero (que a veces puede ser mal usado) nuestra amistad y comprensión.

Hombres y mujeres que para la generalidad de los ciudadanos no son otra cosa que «una molestia». Para el cristiano ellos son los sujetos de nuestro amor de nuestra compasión. No basta sacar una moneda para con ello tranquilizar nuestras conciencias, es necesario, como nos lo dice hoy el evangelio, hacer algo más. Pensemos, según nuestros dones y carismas, ¿qué podríamos hacer en concreto con nuestros hermanos necesitados?

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