Lunes de la XXXII Semana Ordinaria

Tito 1, 1-9

Esta semana tendremos una verdadera ensalada.  Por tres días oiremos la carta a Tito y luego la de Filemón, y el viernes y el sábado la segunda y tercera cartas de san Juan.

Tito, discípulo muy querido de Pablo -hoy lo oímos cómo lo llama «mi verdadero hijo»- de origen pagano, curiosamente no es citado en los Hechos de los Apóstoles.  El acompaña a Pablo al «Concilio de Jerusalén» (Gál 2, 1), tuvo también una misión especial en Corinto, tal como lo escuchamos, y está ahora en Creta, donde, según la tradición, murió.  A Tito lo celebramos junto con Timoteo el 26 de enero, al día siguiente de la conmemoración de la conversión de san Pablo.

Oímos la finalidad de la misión de Tito: «para que acabaras de organizar lo que faltaba».  Él debía constituir «presbíteros y obispos». 

Escuchamos también acerca de las cualidades que deben adornar a los que servirán a las comunidades y que deberán ser pastores al modo del buen pastor, Cristo.

Lc 17, 1-6

Escuchamos en el evangelio tres enseñanzas diferentes de Jesús.  Los expertos ven en esto una expresión de las colecciones de enseñanzas de Jesús, que se pasarán de boca en boca y pronto se redactarán y que forman la base de los evangelios.  Escándalo es una causa de tropiezo, no sólo material sino también moral o psicológico.  En nuestra traducción litúrgica dice acertadamente «ocasión de pecado».  Jesús habla de responsabilidad comunitaria que todos tenemos, ya que influimos en los demás en el bien y en el mal, y Jesús sale a la defensa de la «gente sencilla»,  la que menos defensa puede tener.

De nuevo aparece el tema céntrico de la caridad; se trata de salvar, de mejorar, incansablemente, sin límites; siete no es simplemente cuatro más tres, es siempre.

La petición de los apóstoles es ejemplo de nuestra oración: «auméntanos la fe».  La fe es un don de Dios, necesita ser acogida, alimentada, practicada, es decir, debe traducirse en la vida.

Recibamos vitalmente la palabra escuchada; con la fuerza que nos da el Señor, en el sacramento hagámosla verdad y vida.

Lunes de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17,1-6

En el contexto de su segunda etapa del viaje a Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, esta vez para abordar tres temas muy importantes para la vida comunitaria: el escándalo, el perdón y la fe. Y lo hace en medio del acecho de los fariseos contra quienes se enfrenta una y otra vez. De hecho, hemos escuchado, en el capítulo anterior, a Jesús, hablando así a los fariseos: “Vosotros queréis pasar por hombres de bien ante la gente, pero Dios conoce vuestros corazones.”

Jesús nos llama a seguirle en comunidad, a vivir la fe con otras personas construyendo relaciones fraternas con todo lo que esto significa de compromiso en la vida de cada día.

La Palabra de Dios hoy nos hace caer en la cuenta de tres aspectos que son pilares para una comunidad cristiana y que están íntimamente relacionados. Y empiezo por el último, el de la fe: Necesitamos alimentar nuestra fe en el Dios Padre de misericordia, que nos ha creado y nos ha hecho sus hijos; Sólo desde esta mirada de fe, podemos sentir la fuerza y el deseo de vivir desde ese Amor y de sentir la necesidad de ser transformados por Él.

Bajo la luz de la misericordia de Dios, necesitamos reconocer la parte de pecado que hay en cada uno de nosotros; ser conscientes de nuestras contradicciones e incoherencias, atrevernos a nombrarlas y reconocerlas, a pedir perdón por ellas, a trabajarlas, a dejar que el Espíritu también trabaje en nosotros y a descubrirnos finalmente como pecadores perdonados y salvados;  capaces, por ello, de perdonar también a los demás. Una vida que se ha dejado amasar por el amor y el perdón de Dios, es una vida que camina hacia la autenticidad. Y toda vida auténtica es un estímulo que ayuda a crecer a otros: somos responsables de los demás.

Pero si nuestra vida se resiste a dejarse transformar; si nos instalamos en la arrogancia, en la prepotencia, en la rigidez frente a los otros. Si nuestro esfuerzo se centra en cuidar la “buena imagen” aunque nuestro corazón esté lleno de resentimiento y de tareas de crecimiento humano pendientes,  la vida acaba convirtiéndose en “doble vida”. Es decir una vida dividida y rota por las contradicciones no abordadas y no trabajadas. Una vida que, si no se abre a un proceso de verdad y sanación, va destruyéndose  y puede también destruir a aquellos que están cerca y que son más vulnerables: a esta capacidad de herir y destruir se refiere Jesús cuando habla de “escandalizar a los pequeños” y ya sabemos lo duro que es con la persona que escandaliza: más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.

Y es que la cosa no es de broma: Hoy en día se habla mucho en los medios de comunicación de los escándalos políticos, económicos y también de la iglesia. Y nos referimos a situaciones que con frecuencia nos asombran y nos descolocan porque se refieren a comportamientos de personas en las que habíamos puesto una cierta confianza porque su vida nos resultaba creíble, moralmente verdadera. Y, de repente, salen a la luz historias escondidas que nos sorprenden, que no esperábamos, que no concuerdan con la imagen, con frecuencia un poco idealizada, que nos habíamos hechos de estas personas. Situaciones que, a medida que se van destapando, nos permiten descubrir, escondidas,  historias dolorosas de víctimas que son, casi siempre, personas muy vulnerables.

Pero no miremos hacia fuera, sino que meditemos en nuestra propia historia y en aquellas situaciones en las que hemos podido escandalizar a otras personas, cómo hemos podido influir negativamente sobre su proceso de vida y de fe. Qué descubro que necesito recomponer, curar. A quiénes necesito pedir perdón y perdonar. Qué fe necesito pedir para poder mirar con ojos de misericordia todo lo vivido.