Miércoles de la XXXI Semana Ordinaria

Rm 13,8-10

Con este pasaje, san Pablo nos hace ver que nuestras acciones son la manifestación de lo que en realidad se encuentra en el fondo de nuestro corazón, por lo que el amor no puede quedar encerrado en un sentimiento, ni en una filosofía, sino en acciones concretas.

Por ello, aun las mismas prohibiciones de la ley son una manifestación del amor de Dios hacía nosotros, pues evitan que el pecado nos destruya, pero al mismo tiempo nos la proponen como la expresión mínima (por ello expresada en forma negativa) de nuestro amor hacia los demás, de manera que el pecado tampoco los destruya.

De aquí que toda nuestra vida debe ser una expresión del amor ya que en la calidad de ésta, es como los demás nos conocen y reconocen como auténticos seguidores de Jesús.

Busca que tu vida diaria refleje este amor por tu prójimo, sobre todo por el más «próximo» que es precisamente el que vive contigo.

Lc 14,25-33

“El que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”. La liturgia de hoy, nos ofrece un pasaje evangélico que constituye una de las columnas del cristianismo. La cruz. Aunque hoy en día se tiende a hablar cada vez menos del dolor y del sufrimiento, no por ello deja de estar presente en nuestras vidas. El dolor en sí mismo es un misterio. Es duro y, humanamente, repugnante. Sin embargo, es transformable. «Nada nos hace tan grandes como un gran dolor». «Los hombres que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir».

No se trata de endulzar la cruz o de convertirla en una carga “light”. Se trata de descubrir su valor cristiano y de darle un sentido. Sí, el auténtico cristianismo es exigente. Jesús, no fue hacia el dolor como quien va hacia un paraíso. Se dedicó a aliviar el dolor en los demás; y el dolor de la pasión lo hizo temblar de miedo, cuando pidió al Padre que le librara de él; pero lo asumió, porque era necesario, porque era la voluntad de su Padre. Así, convirtió el dolor en redención, en fecundidad y en alegría interior.

Quien de verdad quiera ser discípulo de Cristo (eso significa ser cristiano), ha de despojarse de todos sus bienes. Sólo así, seremos dignos de Él y encontraremos la paz y la felicidad que sólo Él puede darnos. Y nadie nos la podrá arrancar.

Revisemos nuestras vidas y veamos cómo podemos transformar y dar sentido a nuestros pequeños dolores cotidianos. Veamos qué nos queda por entregar de todos nuestros bienes y sigamos el ejemplo de Jesús, que desde el Huerto de Getsemaní, se convirtió en el gran profesional de la cruz, fuente de salvación y de realización para todos los hombres.

Cristo murió, es cierto. Pero, lo hizo para resucitar, para devolvernos la vida. Nuestra fe, nuestra religión es la de una Persona viva que, paso a paso, camina a nuestro lado, enseñándonos el mejor modo de vivir.

11 Visitas totales
7 Visitantes únicos