Mt 10,1-7
Los tres sinópticos narran la elección de los doce apóstoles. Lucas precisa que lo hizo después de pasar la noche orando. Fue una elección pensada y orada. Había otros que seguían a Jesús. En los Hechos de los apóstoles, se dice que, para sustituir a Judas, el traidor, los once incorporaron al Colegio apostólico a Matías, “uno de los que nos acompañaron todo el tiempo en que convivió con nosotros el Señor Jesús”; así Pedro precisa la elección a los once (He 1,21). Jesús podía haberlo elegido apóstol, en vez de Judas Iscariote. No lo hizo. Desde el inicio, la Iglesia, que en sus comienzos se realiza en los apóstoles, estuvo conformada con personas imperfectas, no es una asociación de “puros”.
Jesús de momento les envía a “proclamad que el Reino de los cielos está cerca” a los judíos, no a paganos ni a samaritanos. Al final del evangelio de Mateo, 28,19, Jesús les envía “a todas las gentes”. La misión a la que alude este texto es misión previa, como entrenamiento, diríamos. Junto a la proclamación de la cercanía del Reino de los cielos, han de realizar un servicio de curación espiritual, expulsar espíritus inmundos, y corporal, curar toda enfermedad y dolencia. Unos versículos antes Mateo aplicaba a Jesús esa misma misión. Los apóstoles han de continuar la misión de Jesús. Esa es la tarea de la Iglesia. No tiene evangelio propio, ni misión propia. Su misión es la de Jesús: predicar el Reino de los cielos, y adelantarlo curando, haciendo el bien, acercándose a los necesitados, a los que sufren. Es necesario unir a la Palabra heredada de Jesús y proclamada por los apóstoles, la acción de ayuda en el cuerpo y en el espíritu a los necesitados.
¿Cómo nos vemos cada uno de los cristianos ante esa misión en nuestro ámbito familiar, social?