
1Mac 4,36-37.52-59
Algo innato en el hombre es el dar gloria a Dios. Es por ello que todas las culturas de todos los tiempos han tenido como algo muy preciado el Templo, pues, éste se identifica con el Lugar Santo, el lugar en donde la presencia de Dios se hace manifiesta.
Hoy sabemos, por medio de la Revelación, que Dios no únicamente habita el tiempo material, sino que nosotros mismos somos ese templo. Por lo tanto nuestro cuerpo debe ser un lugar consagrado y santo. Esto hace que los cristianos valoremos nuestro cuerpo, y el cuerpo de los demás, pues en él habita el Espíritu Santo.
Pero al mismo tiempo, esa presencia interior nos lleva a valorar nuestro Templo material, pues es en él en donde de manera particular, cuando la Iglesia se reúne en asamblea litúrgica, se realiza la presencia de Dios para ser adorado y glorificado. Tengamos en gran estima no solo nuestros cuerpos, sino el templo de Dios y busquemos que siempre sea un lugar santo, en donde sus adornos y motivos nos recuerden nuestro compromiso bautismal y el misterio de la Pascua.
Lc 19,45-48
Jesús ya está en Jerusalén. Es la última etapa de su vida. Y lo primero que hace es «purificar el templo», echando de él todo aquello que lo profanaba.
El Evangelio de hoy nos ofrece una escena que resulta un tanto «violenta» en el modo habitual de proceder Jesús. Se trata de la expulsión de los vendedores del templo que lo habían convertido en lugar de mercado.
Es la reacción lógica de Jesús al encontrarse con hombres que, incluso en el templo, no buscan otra cosa sino sus propios intereses.
El templo deja de ser lugar de encuentro con Dios cuando nuestra vida es un mercado donde se rinde culto a numerosos ídolos que nos invitan constantemente a ser adorados.
Resulta imposible entender algo del amor, la ternura, la bondad de Dios a los hombres, cuando uno vive comprando o vendiendo todo, movidos únicamente por el deseo de «negociar» su propio bienestar.
Jesús, por las palabras que dice, reemplaza al antiguo templo (centro de toda la vida del pueblo y de sus leyes religiosas) y se presenta Él como el «verdadero templo», lugar de encuentro entre Dios y los hombres. «Nadie va al Padre sino por Mi», dice en otro momento. Da, Señor, a tu Iglesia un espíritu de pobreza y de libertad, para que nada ni nadie la hipoteque en el anuncio del evangelio.

