Miércoles de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 19,11-28

Jesús se dirige a Jerusalén y, para algunos, ese propósito indica que el reino de Dios está cerca. Él quiere persuadirlos de que esa llegada no es inminente y de que hay que seguir trabajando. Les expone una parábola en la que hay dos empleados que negocian bien con el dinero que el amo les confía antes de ausentarse, y éste, a su vuelta, los elogia y les encomienda otras responsabilidades mayores. Jesús da a entender que, en la coyuntura actual, más que preocuparse de la mayor o menor cercanía del reino, lo que importa es administrar bien lo que se ha recibido. Por eso, el que no ha negociado con lo que se le confió es censurado por el amo, que en adelante prescindirá de él y dará al primero lo que al otro le había anticipado.

La lección de la parábola sirve para todos los tiempos, aunque los contemporáneos de Jesús estuvieran persuadidos de que el fin llegaría enseguida. Se trata de emplear inteligentemente y sin demora los bienes que se poseen, que son un don de Dios, y de hacerlos fructificar. El que así obra es digno de elogio y el Señor se mostrará generoso con él; mientras que al negligente se le retirará en lo sucesivo la confianza que se había depositado en él.

Se nos han dado gratuitamente múltiples bienes: vida, salud, trabajo, fe, hermanos, bienes materiales,… ¿Qué hemos hecho de todo ese caudal recibido? ¿Lo hemos agradecido de buena gana y lo hemos puesto al servicio de los demás? ¿O nos hemos preocupado ante todo de lo que Dios nos va a dar y de ser los primeros en disfrutar de sus beneficios, incluso ya en este mundo? 

Miércoles de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 19,11-28

En ocasiones la vida nos muestra la exigencia de crecer y desarrollarnos. Exigencia ante la cual mostramos nuestros miedos interiores. Creemos que ante las exigencias de los demás no podemos responder; que dichas exigencias están por encima de nuestras posibilidades.

Miedo a creer y miedo a querer es lo que aparece en ocasiones en nuestro interior cuando se nos presenta la exigencia de la autenticidad del amor y de la fe. Olga Cepeda que canta en el grupo canario Mestisay, tiene una canción titulada: Miedo a querer. Recojo parte de su canción para explicar el evangelio de hoy. A veces, las canciones son símbolos de nuestros miedos: “algo pasó ella sabe que fue miedo a vivir miedo a querer… caminando va María como hoja de papel y la va llevando el viento calle abajo y en silencio con el corazón vestido de mujer…”

Tenemos que preguntarnos si somos capaces de vestirnos de la fe, del compromiso de amar, de buscar la esperanza por medio de lo que Dios nos ofrece. Dios nos ofrece talentos, la oportunidad, como en el evangelio, de procurar que nuestras capacidades salgan a la luz, sin embargo, los miedos nos introducen en una dinámica donde todo se encierra en la oscuridad, en la impotencia, enterramos nuestros dones y no los dejamos salir a la vida. Callamos, en silencio vivimos y deambulamos por las calles por el desierto de la inmediatez. Cabizbajos, resumimos la vida en una negativa para dar respuesta a los dones que Dios ha puesto en nosotros.

La imagen de un rey que viene a pedirnos cuenta de nuestros talentos, no permite la justificación del miedo, aunque la vida nos exija recoger lo que no se ha sembrado, y nos reclame lo que no hemos prestado. Esa imagen de un Dios que busca la fuerza en nuestro interior para proclamar que nuestras capacidades interiores son un grito por la vida, no puede quedar enterrada, olvidada, apagada… El evangelio de hoy es una llamada a tener coraje por vivir y por creer.

La vida nos exige luz, iluminar; la fe nos exige el contemplar la verdad de Dios, y la verdad del hombre. Los miedos sólo son una mentira del interior.

Pidamos a Dios, que nos permita mirar más allá de nuestros miedos paralizantes de la vida, de la alegría, y negadores de nuestra esperanza. Que la presencia de Dios nos ayude a romper las barreras de los temores que nos vuelven ineptos para caminar.