Miércoles de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 19,11-28

En ocasiones la vida nos muestra la exigencia de crecer y desarrollarnos. Exigencia ante la cual mostramos nuestros miedos interiores. Creemos que ante las exigencias de los demás no podemos responder; que dichas exigencias están por encima de nuestras posibilidades.

Miedo a creer y miedo a querer es lo que aparece en ocasiones en nuestro interior cuando se nos presenta la exigencia de la autenticidad del amor y de la fe. Olga Cepeda que canta en el grupo canario Mestisay, tiene una canción titulada: Miedo a querer. Recojo parte de su canción para explicar el evangelio de hoy. A veces, las canciones son símbolos de nuestros miedos: “algo pasó ella sabe que fue miedo a vivir miedo a querer… caminando va María como hoja de papel y la va llevando el viento calle abajo y en silencio con el corazón vestido de mujer…”

Tenemos que preguntarnos si somos capaces de vestirnos de la fe, del compromiso de amar, de buscar la esperanza por medio de lo que Dios nos ofrece. Dios nos ofrece talentos, la oportunidad, como en el evangelio, de procurar que nuestras capacidades salgan a la luz, sin embargo, los miedos nos introducen en una dinámica donde todo se encierra en la oscuridad, en la impotencia, enterramos nuestros dones y no los dejamos salir a la vida. Callamos, en silencio vivimos y deambulamos por las calles por el desierto de la inmediatez. Cabizbajos, resumimos la vida en una negativa para dar respuesta a los dones que Dios ha puesto en nosotros.

La imagen de un rey que viene a pedirnos cuenta de nuestros talentos, no permite la justificación del miedo, aunque la vida nos exija recoger lo que no se ha sembrado, y nos reclame lo que no hemos prestado. Esa imagen de un Dios que busca la fuerza en nuestro interior para proclamar que nuestras capacidades interiores son un grito por la vida, no puede quedar enterrada, olvidada, apagada… El evangelio de hoy es una llamada a tener coraje por vivir y por creer.

La vida nos exige luz, iluminar; la fe nos exige el contemplar la verdad de Dios, y la verdad del hombre. Los miedos sólo son una mentira del interior.

Pidamos a Dios, que nos permita mirar más allá de nuestros miedos paralizantes de la vida, de la alegría, y negadores de nuestra esperanza. Que la presencia de Dios nos ayude a romper las barreras de los temores que nos vuelven ineptos para caminar.