Santa María Magdalena

Jn 20, 1. 11-18

Tanto la primera como la segunda lectura tienen como idea central la del imperioso deseo de todo el que ama de disfrutar de la presencia de la persona amada. Es lo que pide el amor. “Así dice la esposa: en mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma”. Y es lo que bullía en el corazón de María Magdalena, incluso después de la muerte de Jesús, a quien acompañó hasta el pie de la cruz, la persona a la que más amaba. Por eso, el primer día de la semana, al amanecer, fue al sepulcro donde habían sepultado a Jesús, en busca de la presencia de su amado, de su amado muerto en la cruz.

Jesús resucitado sale a su encuentro y contempla llorando a María por culpa de su ausencia. Aunque en un primer momento no le reconoce, Jesús le pregunta cuál es la causa de su llanto y a quién busca. Bien sabía Jesús resucitado que le buscaba a él y lloraba su ausencia. María, cómo no, recibe una gran alegría cuando descubre que es Jesús el que le habla. Y recibe el encargo de comunicar a los apósteles lo que acaba de ver y de oír.   

Buena lección la que nos brinda María Magdalena también a nosotros cristianos del siglo XXI. Siempre, en todos los momentos de cada día, hemos de buscar disfrutar de la presencia de Jesús, nuestro amor primero y al que más amamos. Si por lo que fuere, pensamos que Jesús se ha alejado de nosotros o nosotros de él, volvamos con todas nuestras fuerzas a buscarle… seguros que saldrá a nuestro encuentro como hizo con María Magdalena.

Santa María Magdalena

Hace algunos días platicábamos a propósito de la fiesta de este día, de Santa María Magdalena. Uno de los presentes comentó, un poco irónico: “¿La pecadora?”, pero pronto aparecieron otras voces, especialmente femeninas, reclamando: “La primer testigo de la resurrección del Señor”, “la que fue apóstol de los apóstoles”, “la única valiente que acudió al sepulcro después de que mataron al Salvador”, y un sinnúmero de alabanzas más para esta gran mujer.

Es cierto, los cuatro evangelistas nos dan testimonio, aunque de manera distinta, de que ella fue la primera en ver a Jesús resucitado, ya sea a solas como nos lo narra el evangelio de San Juan, ya sea en compañía de otros discípulos como nos lo narran los otros evangelios.

¿Por qué tiene que recordarse siempre lo negativo y no lo positivo de una persona? Si, como algunos piensan, fue una gran pecadora, supo expiar su pecado manteniéndose firme junto la cruz mientras todos los discípulos huían y sólo se mantenían cerca de Jesús su Madre, San Juan y algunas mujeres.

El gran privilegio que recibe de ser testigo de la resurrección en un proceso que todo discípulo debe recorrer, nos enseña que si bien somos pecadores, gracias al gran amor de Jesús resucitado estamos llamados a ser testigos de la vida.

Magdalena todavía debe superar la prueba de lograr distinguir al Señor bajo las apariencias de un hortelano. Así en lo pequeño y cotidiano se esconde la señal del Resucitado. Nosotros también, al igual que la Magdalena, estamos llamados a experimentar el gran amor de Jesús que es capaz de sacarnos de la oscuridad de nuestro pecado y transformarnos en testigos de su resurrección.

Debemos también aprender que a Jesús vivo y resucitado se le descubre con frecuencia en el rostro sencillo y cercano de quien vive a nuestro lado. Ahí tenemos que descubrirlos e iniciar el testimonio de anunciarlo como vivo.

Con María Magdalena hoy debemos correr a anunciar a tantos discípulos que se encuentran encerrados, temerosos y apocados, que el Señor está resucitado. También a nosotros nos corresponde esa alegría y ese honor: ser testigos de resurrección después de haber sido liberados del pecado.

Santa María Magdalena

San Lucas nos presenta a María Magdalena entre las mujeres de Galilea que seguían a Jesús y lo servían con sus bienes (8,2).  Los evangelios la mencionan entre las mujeres que están al pie de la cruz, y hoy hemos escuchado la experiencia que ella tuvo del Señor resucitado y su misión ante los Apóstoles.

María Magdalena es aquella que, en la mañana del día de Pascua, corrió sola hacia la tumba, la encontró vacía, y suplicó al supuesto jardinero que le dijera dónde había puesto el cadáver de su Señor.  Después, el que había tomado por el jardinero se dio a conocer como Cristo resucitado.  Ella misma, como tocada por un rayo, cayó a sus pies, para levantarse luego llena de júbilo e ir a anunciar a los Apóstoles el increíble mensaje.

Esta experiencia de María Magdalena de ver a Cristo resucitado, es la misma que tuvieron los discípulos de Emaús, y luego la de todos los Apóstoles.  Primero no reconocen a Cristo.  La Magdalena creía que era el jardinero, los discípulos de Emaús creían que era un caminante más, y los apóstoles pensaron que era un fantasma.  Luego viene un signo material por el que reconocen a Cristo: la palabra «María», la fracción del pan.  Con los apóstoles fue algo más difícil: «Vean mis manos y mis pies, tóquenme, traigan algo de comer…» Y por último el testimonio.  Jesús les dice a los apóstoles: «Ustedes son testigos de esto».  Los discípulos de Emaús se regresan a Jerusalén, a unos 11 kms y de noche; pero es que no les cabe en el corazón el gozo y van a anunciar la Buena Nueva.  A María Magdalena el Señor mismo le ordena: «Ve a decir a mis hermanos…»  Los Padres antiguos hacían notar que la Magdalena había sido testigo de la resurrección para los mismos testigos oficiales.  Por eso se le llegó a llamar «apóstol de los apóstoles».

María Magdalena llegó a ser la discípula más fiel del Señor, la mujer que cuidaba de Él durante sus peregrinaciones.  Por el Señor abandonó su casa y su tierra; por Él se separó de amistades y parientes y se unió a los apóstoles, pescadores de lago de Genesaret, aceptando todas las inclemencias de los viajes, sirviéndolos a todos con verdadera humildad.  Así como el Señor se había mostrado magnánimo con ella, su respuesta no se queda atrás.

Pediremos en esta Eucaristía por intercesión de Santa María Magdalena seguir el mismo proceso: Que reconozcamos siempre a Cristo en todas las formas en que se nos hace presente; que de ese contacto vital con el Señor saquemos siempre vida nueva y entusiasmo nuevo, y lo proyectemos en nuestro ambiente familiar, de trabajo, de comunidad.