Viernes de la XXVI Semana Ordinaria

Job 38, 1. 12-21; 40, 3-5

Los tres amigos de Job (Elifaz, Bildad y Sofar) opinaban que Job sufría como justo merecimiento por sus malas acciones y ante la defensa que Job, hace de sí mismo todavía aparece otro amigo, Elihú,  que por ser más joven, no se había atrevido a hablar.  Pero él ataca a Job con más fuerza todavía: «¿crees acaso, tener razón y probar tu inocencia ante Dios?», «guárdate de volver a la injusticia, pues por ella te ha probado la aflicción».

Ahora Job recibe la respuesta final de Dios que le habla desde la tempestad: el hombre le ha preguntado a Dios y Dios responde con una multitud de preguntas.  Y así se ve que el hombre no es la regla, la medida o el censor.  Sólo Dios es el que conoce todo y puede todo.

El hombre es pequeñísimo; Dios, infinitamente grande.  En el mismo mundo material hay una multitud de misterios insondables y si el hombre ha profundizado un poquito en ellos, inmensamente más es lo que sigue siendo obscuro. 

Job por esto, acepta su pequeñez y se inclina ante el misterio.

Lc 10, 13-16

Jesús se presenta como un profeta que mira no sólo lo presente sino hasta el último futuro.

Corazaín, Betsaida y especialmente Cafarnaúm, son poblaciones del norte del lago de Genesaret, donde Jesús desarrolló principalmente su ministerio galileo, donde especialmente proclamó su evangelio, predicó su doctrina y realizó sus milagros; pero estos pueblos no respondieron a su invitación.  Después de un primer entusiasmo, la sencillez con que aparecía el nuevo Reino  -ellos esperaban poder, grandeza, dominio-  y las exigencias del mismo Reino  -cuando se esperaba sólo felicidad y bienestar materiales-  hicieron que el mensaje fuera rechazado.

Las invectivas del Señor contra las ciudades privilegiadas que no lo aceptaron, no las debemos escuchar como cosa del pasado, sino como palabra de Dios que son, presencia totalmente actual.  ¿Hemos escuchado vitalmente la Palabra del Señor?  ¿Se está convirtiendo en nosotros en vida práctica y efectiva?

Por último, el Señor se identifica con sus apóstoles y sus continuadores: «El que los escucha a ustedes, el que los rechaza… a mí me escucha, a mí me rechaza»

Viernes de la XXVI Semana Ordinaria

Lucas 10, 13-16.

Corazaín y Betsaida, dos ciudades en las que Jesús realizó muchos milagros. Sin embargo, no fueron capaces de convertirse a su Palabra de amor.

Hay corazones arrogantes que mantienen su dureza para no aceptar la liberación de Dios.

Hay personas que reciben mucho y son poco agradecidas con la gente, con Dios, con sus hermanos. Mantienen la exigencia de recibir como si fueran dioses y sus necesidades fueran únicas, y se proclaman como necesidades principales para ser satisfechas con inmediatez.

La propuesta de Jesús es la escucha a los enviados de Dios, porque así escucharán a Jesucristo, y del mismo modo escucharan a Dios, que los ha enviado. Es una escucha que fundamentalmente se acoge y se transmite.

Se requiere un corazón dispuesto hacia Dios. Abierto a su palabra y a su amor. No podemos esperar la conversión de nuestros hermanos si no es el amor el que los anima a recorrer el camino hacia Dios.

Oremos para que no sea la terquedad y la ingratitud la que mueva nuestros corazones. Para que nuestra capacidad de escucha se acreciente cada día, y prepare un camino de conversión y liberación.