Jueves de la XI Semana Ordinaria

Eclo (Sir) 48, 1-15

Este himno que hemos escuchado, escrito por Jesús, hijo de Sirac hacia el año 180 A.C., viene a resumir el espíritu y la obra de Elías y Eliseo.

Se enumeran los principales gestos de Elías, todo resumido en la palabra «fuego», fuego purificador que separa definitivamente el buen metal de lo que no vale, fuego que ilumina y guía.  Elías es el que anunció las sequías y el hambre para llamar al pueblo a la conversión, él es el que resucitó al hijo de la viuda, el que luchó contra la impiedad de Acab y de Ocozías, el que ungió como reyes a Jazael y a Jehu y el que ungió como profeta y como sucesor suyo a Eliseo.  Por último está su subida misteriosa al cielo en el fuego.  Eliseo quiere conducir al pueblo al arrepentimiento para preparar la venida del Mesías.

Vienen luego las alabanzas de Eliseo. 

Nos habla de su testimonio intrépido y de lo que nos cuenta el segundo libro de los Reyes (13,21).  Se dice ahí que al ir a sepultar a un difunto, el miedo a una banda de moabitas hizo que lo dejaran al muerto en el sepulcro de Eliseo y el muerto recuperó la vida.

Todo esto nos está apuntando hacia Cristo, la Palabra misma del Padre, el manifestador de la salvación de Dios, el donador de una vida nueva, gloriosa, la suya propia.

Mt 6, 7-15

Nuestra vida cristiana, se ha dicho, está construida en una doble dimensión como el signo de la cruz, hacia Dios y hacia el prójimo.

Hoy, el Señor nos presenta una fórmula y un modelo de oración, uno de los aspectos fundamentales de nuestra direccionalidad hacia Dios; la línea vertical de esa cruz, es la base, el apoyo, la fuerza, es el combustible indispensable para que el motor funcione.

La oración de Padrenuestro ha sido siempre venerada y repetida por muchos.

Pero el Padrenuestro es modelo de toda nuestra oración.  Toda nuestra oración tiene que estar iluminada por el sentido filial hacia el Padre.  Jesús nos recordó que la oración no es una palabrería que «acorrala» a Dios y lo obliga a hacer lo que nosotros queremos.  Jesús nos enseñó a pedir en la oración «hágase tu voluntad», no «haz mi voluntad»; nos enseñó a pedir el perdón, pero nos enseñó también a comprometernos a perdonar.

Hoy especialmente, hagamos la oración del «Padrenuestro» renovándonos en nuestro sentir hacia el Padre, tratando de decir con toda verdad y compromiso cada una de sus peticiones.

Miércoles de la XI Semana Ordinaria

2 Re 2, 1. 6-14

Hemos escuchado la maravillosa desaparición de Elías, como se ha dicho, el que era todo fuego no podía irse sino en un carro de fuego.  Dios esperaba su regreso como heraldo del Mesías: la gente le preguntaba a Juan el Bautista: «¿Eres tú Elías?», el ángel le dijo a Zacarías al anunciarle el nacimiento futuro de Juan: «Estarán con él, el espíritu y el poder de Elías», y el mismo Jesús dijo también de Juan: «Él es Elías, el que iba a venir».

Oímos cómo el discípulo Eliseo pide a su maestro «que sea el heredero principal de tu espíritu».

Todo el Antiguo Testamento es una preparación ante la culminación de la nueva y definitiva alianza.

No olvidemos que todo cristiano debe ser un profeta, el que ha recibido la luz de Dios en la fe y en el amor debe proyectarla, cada quien según su propia vocación.

Mt 6, 1-6. 16-18

Lo que le da el sentido moral a lo que hacemos, lo que marca nuestras obras con el sello de la maldad o de la bondad, es la finalidad con que las hacemos.

Cristo nos previene contra el peligro de utilizar mal lo que hacemos, impidiendo que alcance su finalidad última.

Jesús insiste en la autenticidad de tres tipos de buenas obras: la limosna, la oración y el ayuno.  La autenticidad es el medio indispensable para que las obras sean buenas en verdad.

La finalidad de toda obra, es el culto al Padre, la ofrenda amorosa, la respuesta a su amor: la vanidad, el orgullo, la búsqueda del elogio, de sobresalir, pueden, sustituir a esta finalidad última.

«Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha».  «Entra en tu cuarto, cierra la puerta», «perfúmate la cabeza y lávate la cara», son las expresivas imágenes que escuchamos y que nos hablan de discreción, de sencillez, de humildad.

A la luz de la Palabra que hemos escuchado, hagamos hoy nuestra celebración y llevemos su fuerza vivificante a todos los ámbitos de nuestro existir.

Martes de la XI Semana Ordinaria

1 Re 21, 17-29

A veces hay cosas que vemos en la historia y que nosotros condenamos.  Pero la historia no se soluciona simplemente en una rápida condenación: delito-castigo, culpa-pena, ofensa-satisfacción.  Dios es un Dios de salvación, busca la redención.

Ajab se arrepiente y Elías, testigo de la justicia, ahora lo será de la misericordia: «El Señor no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva».

En la historia de la salvación va apareciendo cada vez más detalladamente la misericordia salvífica de Dios.

En Cristo aparecerá con toda claridad.  Misericordia que pedirá de nosotros la confianza para acercarnos a Él, sabiendo que arrepentidos, siempre seremos perdonados.  Pero también pedirá de nosotros el reflejar esa misericordia respecto al prójimo.

Mt 5, 43-48

Entre todas las enseñanzas evangélicas destaca la caridad.  En el evangelio se insiste mucho en la fuerza de la caridad.

El mandato de Cristo: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian…» nos podría parecer totalmente absurdo e impracticable.  Estamos muy acostumbrados a pensar en el amor casi exclusivamente como un sentimiento, una reacción natural de atracción y de deseo de posesión de algo o de alguien que nos conviene, que nos agrada, que nos favorece.  El eje total somos nosotros mismos.  El eje auténtico del amor, aún del amor meramente humano no somos nosotros, sino lo amado.  El amor pide un salir y dar, un completar y mejorar; de allí proviene nuestro mejor bien.

Pero Cristo presenta una dimensión aún mayor.  Es la dimensión total de Dios, su perfección y su fuerza, su fundamento inquebrantable y su dinamismo único.

Meditemos lo que el Señor nos ha dicho: «sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto».

En la Eucaristía se nos muestra el sendero y se nos da la fuerza para caminarlo.

Lunes de la XI Semana Ordinaria

1 Re 21, 1-16

El primer libro de los Reyes nos cuenta hoy la historia de Nabot. El rey Ajab desea la viña de Nabot y le ofrece dinero. Pero ese terreno forma parte de la herencia de sus padres y el hombre lo rechaza. Entonces Ajab, que era caprichoso, hace como los niños cuando no consiguen lo que quieren: llora. Luego, por consejo de su cruel mujer, Jezabel, lo acusa falsamente, hace que lo maten y le arrebata la viña. Nabot es un mártir de la fidelidad a la herencia que había recibido de sus padres: una heredad que iba más allá de la viña, una heredad del corazón.

La historia de Nabot es paradigmática de la historia de Jesús, de San Esteban y de todos los mártires que fueron condenados mediante calumnias. Y es también paradigmática del modo de proceder de tanta gente, de tantos jefes de Estado o de gobierno. Se empieza con una mentira y, después de haber destruido a una persona o una situación con esa calumnia, se juzga y se condena. También hoy, en muchos países, se usa este método: destruir la libre comunicación. Por ejemplo, pensemos: hay una ley de medios de comunicación; se elimina esa ley, y se da todo el aparato de la comunicación a una empresa, a una sociedad que calumnia, dice falsedades, debilita la vida democrática. Luego vienen los jueces a juzgar a esas instituciones debilitadas, a esas personas destruidas, y las condenan. Así avanza la dictadura. Las dictaduras, todas, empezaron así: adulterando la comunicación, para dejarla en manos de una persona sin escrúpulos, de un gobierno sin escrúpulos.

Y en la vida ordinaria pasa lo mismo: si se quiere destruir a una persona, empiezo con la comunicación: criticar, calumniar, decir escándalos. Porque contar escándalos tiene una seducción enorme, una gran seducción. ¡Los escándalos seducen! Las buenas noticias no son seductoras: “¡Qué cosa más buena ha hecho!”. Y pasa… Pero un escándalo: “¿Has visto? ¿Has visto eso? ¿Has visto lo que ha hecho aquel? ¡Qué cosas! ¡No, no se puede seguir así!”. Y la noticia aumenta, y aquella persona o institución, aquel país acaba en la ruina. Al final, no se juzga a las personas. Se juzgan las ruinas de las personas o instituciones, porque no pueden defenderse.

La seducción del escándalo en la comunicación lleva directamente al rincón, a la esquina, es decir, te destruye, como le pasó a Nabot que solo quería ser fiel a la heredad de sus antepasados, no venderla. En este sentido, también es ejemplar la historia de San Esteban que da un largo discurso para defenderse, pero los que lo acusaban, prefieren lapidarlo antes que escuchar la verdad. Es el drama de la codicia humana. Tantas personas son destruidas por una comunicación perversa. Muchas personas, muchos países destruidos por dictaduras perversas y calumniosas. Pensemos por ejemplo en las dictaduras del siglo pasado. Pensemos en la persecución a los judíos, por ejemplo. Una comunicación calumniosa contra los judíos; y acababan en Auschwitz porque no merecían vivir. Oh… es un horror, pero un horror que sucede hoy: en las pequeñas sociedades, en las personas y en tantos países. El primer paso es apropiarse de la comunicación, y después la destrucción, el juicio, y la muerte.

El Apóstol Santiago habla precisamente de la capacidad destructiva de la comunicación perversa. Os animo a releer la historia de Nabot en el capítulo 21 del primer libro de los Reyes y a pensar en tantas personas destruidas, en tantos países destruidos, en tantas dictaduras de ‘guante blanco’ que han destruido países.

Mt 5, 38-42

La antigua prescripción «ojo por ojo” trataba de contener el instintivo deseo de revancha y de venganza dentro de los límites difíciles de la paridad.  No puedes devolver en mal más de lo que has recibido.  Con las imágenes que oímos, Cristo pide mucho más allá.  Su mandato lo hemos oído otras veces: «Ama a tu prójimo como a ti mismo», «No hagas a otro lo que no querrías que te hicieran a ti».  «Trata a los demás como te gustaría que los demás te trataran».  Si cumpliéramos esta regla viviríamos en un paraíso familiar y comunitario.

Pero no podemos olvidar nunca que está el mandato supremo, característico, cristiano: «sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto» o, más concretamente: «sean misericordiosos como el Padre es misericordioso»; Cristo se presenta como «regla y medida» de ese mandamiento: «un mandamiento nuevo les dejo, un mandamiento nuevo les doy, que se amen unos a otros como yo los he amado».

Escuchemos la palabra y hagámosla verdad y vida.

Sábado de la X Semana Ordinaria

1 Re 19, 19-21; Mt 5, 33-37

Elías fue un gran profeta del Antiguo Testamento, y en realidad se le considera como el profeta prototipo de Israel.  Cuando estaba cerca de morir, recibió una inspiración de Dios para señalar a Eliseo como su sucesor.  Aparentemente Eliseo era rico, si vamos a juzgar por el hecho de que poseía doce yuntas de bueyes.  Cuando Elías llamó a Eliseo, éste pareció al principio un poco recalcitrante.  Eliseo le pidió a Elías un momento para despedirse de sus padres, a lo cual accedió Elías, un poco a regañadientas, diciéndole estas enigmáticas palabras: «Ve y vuelve, porque bien sabes lo que ha hecho el Señor contigo».

Quizá Jesús pensaba en este episodio, cuando les dijo  a sus discípulos: «El que empuña el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9, 62).  Eliseo se arrepintió inmediatamente de sus dudas.  El sacrificio que hizo de sus bueyes y la quema del arado marcaron su apartamiento completo de su antiguo modo de vivir.  Ahora sí ya estaba listo para aceptar su oficio de profeta, que estaba simbolizado por la recepción del manto de Elías.

En el bautismo también nosotros recibimos una vestidura blanca, que es una señal de nuestra completa dedicación a Cristo.  En cierto sentido esa vestidura era el manto de la profecía.  El profeta es un testigo de Dios, y por medio del bautismo, hemos sido llamados a ser testigos de la verdad con nuestras palabras y con nuestros hechos.  En el evangelio, Jesús nos dice que digamos abiertamente la verdad y que vivamos honestamente.  No debemos dudar de dar testimonio de nuestra fe o de vivir comprometido con Cristo, no hemos de mirar hacia atrás, ni comprometernos con los valores y principios que sean contrarios a las enseñanzas de Jesús.

Viernes de la X Semana Ordinaria

1 Re 19, 9a. 11-16

El profeta Elías opinaba de sí mismo que era un fracaso, porque no había podido alejar a su pueblo de la idolatría.  Todo desalentado, suspiraba por morir, pues Dios le parecía alejado.  Entonces Dios le dijo que se fuera a las montañas, porque ahí, El, el Señor, iba a pasar.  Aparentemente, Elías esperaba una maravillosa manifestación.  Pero no encontró a Dios ni en un fuerte viento, ni en un imponente fuego, ni en un terremoto.  Azorado, Elías sintió la presencia de Dios en una suave brisa que parecía murmullo.  Vemos pues, como Dios sin grandes demostraciones y a su manera, El cumple los planes que tiene para Israel.

A veces deseamos que Dios intervenga dramáticamente en nuestros asuntos humanos.  ¿Por qué no ha de intervenir él con su poder para evitar la destrucción de millones de vidas humanas mediante el aborto?  ¿Por qué no se preocupa suficientemente por nosotros y nos proporciona una curación milagrosa para el tremendo cáncer?  ¿Por qué no evita los espantosos desastres naturales, como los terremotos y los huracanes?

A veces nos extrañamos de que Dios parece no escuchar nuestras oraciones.

Para estas y similares preguntas no encontramos repuestas humanas satisfactorias.  Estamos en la misma situación de Elías.  Pensamos que Dios debe hacer las cosas a nuestra manera, pero debemos aceptar que Él va a hacer las cosas a su manera.  Para llegar a esta aceptación tenemos que tener mucha fe y mucha humildad.  La fe nos estimula a creer que todas las cosas están bajo el control de Dios; la humildad nos ayuda a comprender que su forma de control es mejor para nosotros.

Mt 5, 27-32

En el evangelio de hoy Jesús nos enseña que vale la pena sacrificarlo todo a fin de conservar el tesoro del amor de Dios, que nos resucitará de entre los muertos.  Jesús sabe muy bien que las leyes del matrimonio son difíciles.  Lo mismo que las leyes de la pureza del corazón.  Y sabiéndolo,  nos pide que busquemos los valores de arriba, y que seamos fieles a su amor.

Jueves de la X Semana Ordinaria

1 Re 18, 41-46

El profeta había anunciado al rey Ajab una gran sequía: “En estos años no habrá rocío ni lluvia, si yo no lo mando».  Ajab había desagradado profundamente a Dios, pues, públicamente había dado culto al dios de su esposa Jezabel, a Baal de Sidón.  Después de la gran prueba de la consumación del sacrificio que señalaba la verdad de Dios contra los sacerdotes de Baal, viene la gran prueba de la lluvia que vuelve a vivificar la tierra.

En todos estos acontecimientos siempre aparece la grandeza de Dios.  Por siete veces no se ve el menor indicio de la lluvia esperada, por fin, aparece una nube, nos decía el relato, pequeñita «como la palma de la mano»;  el profeta reacciona diciendo: «ve a decirle a Ajab que enganche su carro y se vaya, para que no lo detenga la lluvia».

«Si su fe fuera como del tamaño de un granito de mostaza, dirían a esa montaña: muévete…» nos enseña el Señor.

Pidamos esa fe movedora de montañas, empapadora de sequías, para nosotros.

Mt 5, 20-26

Hemos comenzado a oír una serie de palabras de Jesús contrastando la Ley antigua y la nueva Ley del amor que vino a implantar,  mucho más libre y al mismo tiempo más exigente.  «Han oído que se dijo… Pero yo les digo…»

Jesús quiere no sólo que los frutos no sean malos, sino que pide que aún las raíces sean buenas.

La justicia de que habla Jesús y que pide a sus discípulos es mayor que la que pedían los escribas y fariseos.  La justicia no es dar a cada uno lo que le corresponde, sino que el Señor habla de una justicia que implica santidad, perfección en imitar a Dios.

¿Venimos aquí a la Eucaristía en esa actitud? o ¿nos quedamos en expresiones externas de paz y unidad y el corazón sigue cultivando resentimientos y separaciones?

Miércoles de la X Semana Ordinaria

1 Re 18, 20-39

Hoy nos presenta la 1ª  lectura la confrontación entre Elías, el solitario profeta de Dios, y los numerosos profetas falsos del ídolo Baal, que tenía todo el apoyo oficial.

El profeta Elías reta al pueblo a seguir al verdadero Dios.  «Si el Señor es el verdadero Dios, síganlo; si lo es Baal, sigan a Baal»

¿No podríamos aplicarnos a nosotros esta pregunta?  El Señor lo dijo tajantemente: «No se puede servir a dos señores» y, concretamente: «A Dios y al dinero».  ¿No hemos buscado, a veces, arreglos para servir a ambos?

El profeta no deja de tener unos toques de burla para sus contrincantes: «Griten más fuerte… a lo mejor su dios está dormido».

Ante la maravilla ocurrida, la conclusión es clara: “El Señor es el Dios verdadero».  Si acudimos con fe al Señor, siempre se manifestará como lo que es.

Mt 5, 17-19

Jesús se nos presenta como el cumplimiento de las promesas.  Lo que había sido imagen, en Él se vuelve realidad.  La ley y los profetas, todo lo antiguo, encuentra en El su perfección.

Jesús habla de la importancia de los «preceptos menores»; éstos adquieren su importancia y al mismo tiempo su plena dimensión cuando son mirados a la luz del amor y cuando el amor los vivifica.

Son cosas muy diferentes la meticulosidad un tanto neurótica de los escrúpulos y del detallismo legalista, y la finura del que ama. 

San Bernabé, Apóstol

Hoy celebramos la fiesta de San Bernabé, hombre bondadoso, lleno del Espíritu Santo y de mucha fe. Así nos lo presenta el libro de los Hechos de los Apóstoles. Bernabé no hizo parte del grupo inicial de los seguidores de Jesús, los Doce, pero se destacó por su fe y su dinamismo evangelizador, al punto que se nos dice que por su predicación “una considerable multitud se unió al Señor”

La primera lectura de hoy nos presenta el dinamismo de la Iglesia naciente. Y en ella la presencia y dinámica de fe de Bernabé, cuya presentación es breve y, al mismo tiempo, incisiva en elementos que nos revelan quien fue este hombre: enviado por la Iglesia de Jerusalén (judíos seguidores de Jesús) a Antioquia (ciudad constituida por una gran variedad de pueblos, aunque predominantemente era una ciudad griega); participa del discernimiento: ¿A quién se debe anunciar el Evangelio? ¿Sólo a los hijos de Israel?  ¿A todos?

Pero no se limita a esto, sino que sabiendo que Saulo está en Tarso (quien había perseguido a los cristianos anteriormente), lo fue a buscar y, encontrándolo, lo lleva para Antioquia, lugar donde ambos viven como miembros de la Iglesia y continúan anunciando el Evangelio. Y será esta Iglesia de Antioquia quien percibe que el Señor llama a todos ellos – a la comunidad, a Bernabé y a Saulo – a salir de su lugar de seguridad y conforto para anunciar el Evangelio a todos. Se inicia así la gran Evangelización a todos los pueblos…

Jesús tiene una actitud de ruptura y continuidad ante la Ley de Moisés. Rompe con la interpretación al pie de la letra y reafirma el objetivo último de la Ley: el Amor es la mayor expresión de la justicia. De esta forma, Jesús nos invita a ir más allá de una cuestión ética. Lo importante no es leer leyes escritas en tablas de piedra, sino descubrir y comprometerse con las exigencias del amor en la vida cotidiana de las personas. Está llegando el reino de Dios… ¡y todo cambia!

De diversas maneras Jesús nos insiste en que, cuando experimentamos el amor del Padre, no podemos vivir encerrados en nosotros mismos. El amor va más allá de las fórmulas y recetas… nos exige creatividad, imaginación, valentía… Sí, valentía para superar los moldes de una justicia humana que sólo busca sentirse recompensada. Valentía para “dejar mi ofrenda y volver para reconciliarte con mi hermano”. Una creatividad que me lleva a dialogar y buscar otras posibilidades mientras voy de camino con quien me lleva al tribunal… Toda ofensa exige reparación, acercarme, buscar la relación, sanar heridas.

El evangelio de hoy resalta que hacer el bien a las personas, respetarlas, hace parte de la propia dinámica del reino de Dios. La acogida y ofrecer nuevas oportunidades es propio del corazón de Dios y de todas las personas que, experimentando el amor del Padre, lo acogen y se suman a su proyecto. Las dificultades, los conflictos, los intereses particulares o de grupitos, la sed de una justicia reivindicativa de egos y reconocimientos… hacen parte de la vida. Jesús, el Maestro, nos enseña a vivir desde la libertad que brota del Amor a Dios. Así lo experimentó Bernabé, quien, yendo más allá de “las etiquetas”, fue a buscar al “perseguidor de cristianos” para vivir y anunciar el Evangelio. 

Lunes de la X Semana Ordinaria

1 Re 17, 1-6

Hoy la primera lectura nos presentaba la figura de un personaje muy singular: el profeta Elías, él, de hecho, encarna en sí, en forma única, la figura del profeta.  Es simplemente «el profeta», recordemos que el pueblo lo esperaba como anunciador de la venida inmediata del Mesías.  Recordemos también cómo Elías aparece, en la transfiguración, al lado de Cristo, junto con Moisés.  Este representa la ley, Elías representa los profetas y, juntos, todo el tiempo de la espera.

Hacia el año 935 se habían separado los dos reinos, estamos en tiempos del rey Acab (874-853), un jefe nefasto, personificador de la tiranía y la impiedad, a él se enfrentará la fuerza de Dios expresada en la debilidad de Elías.

Mt 5, 1-12

Hoy iniciamos la lectura de páginas escogidas del evangelio de Mateo; iniciamos con el capítulo 5, dado que las páginas que tratan de la infancia de Jesús, el inicio de su ministerio con el bautismo, las tentaciones y la vocación de los primeros discípulos, ya las meditamos en el tiempo litúrgico propio.

Las bienaventuranzas han sido llamadas el código fundamental de la Nueva Ley; Jesús, el nuevo Moisés, lo proclama en el monte.

Este es el criterio de Jesús sobre la felicidad verdadera.  ¿Se parecen nuestros criterios al suyo?  Tal vez nosotros decimos: dichosos los ricos, dichosos los que ríen siempre, dichosos los que dominan, dichosos los que todo lo tienen, dichosos los que son alabados por todos, dichosos los famosos y los que dictan criterios y modas.

Las primeras cuatro bienaventuranzas y la octava nos dicen que el Mesías ha venido para los pobres, para los que sufren, para los que sólo cuentan con Dios.  Para ellos se ofrece el consuelo y la alegría definitivos.

De la quinta a la séptima, se invita a colaborar con Dios, a imitar su misericordia, su pureza, su construcción de la paz.

En un clima de oración meditativa, démonos tiempo de confrontar los criterios de Cristo con nuestros criterios prácticos y veamos qué hay que cambiar, qué hay que intensificar.