Heb 10, 1-10
Cuando una persona tiene deudas, busca pagar, aun vendiendo o desprendiéndose de algo. Si las deudas o los intereses son muy grandes, es aún mayor la cantidad de cosas que deben sacrificarse. Pero cuando la deuda se ha agrandado por encima de nuestras posibilidades, es imposible pagar. Así, comprendemos por qué en la historia, personas y familias se vendían como esclavos. Pues bien, hoy estamos viviendo nuevas formas de esclavitud.
Nuestra deuda ante Dios era impagable pues la ofensa se mide por la dignidad del ofendido la maldad del agresor, y habíamos ofendido a un Dios infinito. Si embargo, Dios mismo se ofreció a pagar, cuando el Verbo entregó su propia vida, tomando nuestra naturaleza humana. Así, inmolándose a sí mismo, la deuda quedó totalmente pagada. Esta oblación por nosotros fue algo voluntariamente aceptado por Jesús desde el inicio de su existencia terrena.
Mc 3, 31-35
Jesús ha formado una nueva familia, distinta de la familia natural. Formó un nuevo pueblo abierto a todos los que lo quieren seguir y aceptar el designio del Padre. En ese momento, los discípulos que rodeaban a Jesús eran esa familia.
Por eso cuando alguien le dice a Jesús que allí están esperando su madre y sus hermanos para hablar con Él, señala a sus discípulos y dice: estos son: mi hermano, mi hermana y mi madre,… porque cumplen la voluntad de mi Padre. Y si no comprendemos esto, las palabras de Jesús nos pueden parecer duras para con María.
La gente que rodeaba a Jesús en ese momento, probablemente no entendía las palabras de Jesús, pero nosotros sí las entendemos. Nosotros sabemos que Jesús con estas palabras, lejos de despreciar a su madre, la alaba porque María es sin duda quien mejor ha sabido escuchar y poner en práctica la Palabra del Señor. Por eso es acreedora a ser madre de Jesús. María es madre de Jesús, más que por haber dado a luz a Cristo, por haber cumplido fielmente durante toda su vida la voluntad del Padre.
Este evangelio debe ser para nosotros un incentivo y una meta. Porque Jesús nos muestra el camino para ser su familia, para ser sus hermanos. El camino es cumplir los mandamientos. Y Jesús nos dejó un mandamiento que resume todos los demás. El mandamiento del amor. Sólo cuando en nuestra vida y en nuestro actuar está presente el amor a Dios y a nuestros hermanos, nos convertimos en familia de Jesús.
Cada uno de nosotros en el momento de nuestro Bautismo fuimos convertidos en hijos de Dios y hermanos de Cristo. Pero eso no nos basta para ser hoy familia de Jesús. Hoy debemos abrir nuestro corazón al Espíritu Santo y abrazar con alegría la causa de Jesús y comprometernos con el reino de Dios, para ser familia de Jesús.