Jn 16, 5-11
La cena sigue progresando y el discurso de Jesús desarrolla los temas que a lo largo de su vida predicadora ha dejado sembrados a lo largo y ancho de Galilea.
Jesús sabe que los discípulos apenas se enteran de lo que están escuchando y es el mismo quien tiene que hacer las preguntas que los discípulos no le están haciendo. Puede que pase, como nos está pasando ahora, que sabemos lo que está diciendo, lo entendemos perfectamente, pero no queremos darnos por aludidos.
Al igual que aquellos hombres, nosotros tampoco queremos que Jesús se vaya. No queremos que se vaya al Padre porque estamos muy seguros con él al lado. En pocas horas le veremos apresado, humillado y crucificado y correremos a escondernos asustados viendo que estamos en peligro. Preferimos un Jesús privado, personal, más que al que nos está anunciando.
Y era necesario que Jesús, el Cristo vivo, resucitado, vuelva al Padre. Es necesario que deje de ser en exclusiva el Maestro de los Apóstoles para que pueda llegar a su plenitud siendo el Maestro de toda la humanidad. No puede seguir siendo el Cristo doméstico si tiene que ser el Cristo universal. Por eso conviene que se vaya de lo particular, para que pueda hacerse presente en lo universal. La falta del Cristo humano y personal es necesaria para que el Espíritu venga sobre nosotros y aclare todas las nubes oscuras de la ignorancia que nos atenazan, entristecen y nos impiden vivir plenamente como hijos de Dios.
Aceptemos que Cristo tiene que marchar y busquemos al Espíritu que él nos envía, mejor aún, que ya nos ha enviado y se cierne sobre nosotros esperando que escuchemos el suave susurro de su presencia, le amemos y aceptemos su guía. Y sepamos que “El Señor completa sus favores con nosotros porque su misericordia es eterna y nunca abandonará la obra de sus manos. El Señor completará sus favores conmigo. Señor, tu misericordia es eterna, no abandonas la obra de tus manos.