Basílica significa: «Casa del Rey».
En la Iglesia Católica se le da el nombre de Basílica a ciertos templos más famosos que los demás. Solamente se puede llamar Basílica a aquellos templos a los cuales el Sumo Pontífice les concede ese honor especial. En cada país hay algunos.
La primera Basílica que hubo en la religión Católica fue la de Letrán, cuya consagración celebramos en este día. Era un palacio que pertenecía a una familia que llevaba ese nombre, Letrán. El emperador Constantino, que fue el primer gobernante romano que concedió a los cristianos el permiso para construir templos, le regaló al Sumo Pontífice el Palacio Basílica de Letrán, que el Papa San Silvestre convirtió en templo y consagró el 9 de noviembre del año 324.
Esta basílica es la Catedral del Papa y la más antigua de todas las basílicas de la Iglesia Católica. En su frontis tiene esta leyenda: «Madre y Cabeza de toda las iglesias de la ciudad y del mundo».
La festividad de la dedicación de la Basílica de Letrán, nos da la oportunidad de reflexionar en los diferentes sentidos que ha tomado la palabra Templo, de mucha importancia para nuestra vida espiritual y comunitaria.
El pueblo de Israel tenía un solo Templo y en él se congregaba toda la nación. Era único y no solamente se apreciaba por su gran construcción, sino que se tenía como un signo verdadero de la presencia de Dios. Al Templo debían de acudir todos los israelitas a presentar sus ofrendas, a hacer sus oraciones y promesas. Así se percibe como una fuente de salvación en la primera lectura de Ezequiel. “del Templo brota el agua viva que sostiene al pueblo”
Tanta importancia adquirió el Templo que fue desplazando su verdadero sentido y se volvió en una fuente de poder tanto económico como político, manipulando su sentido religioso.
San Juan nos narra los continuos enfrentamientos de Jesús con quienes ostentaban la autoridad en el Templo y sus críticas duras a las actitudes de quienes, por una parte, se aprovechaban del Templo, pero por otra lo desprestigiaban.
El evangelio de este día nos muestra a Jesús expulsando a los mercaderes, volcando las mesas, regañando a los vendedores de palomas, la profanación que se ha hecho del Templo al convertirlo en mercado. Pero al mismo tiempo se presenta Cristo como el nuevo Templo, desplazando el lugar de la presencia de Dios hacia su propia persona, y con otros pasajes manifestándonos que a Dios se le puede encontrar en todos sitios donde se le adore en espíritu y verdad.
Así pues, tenemos en Cristo un nuevo Templo a dónde acudir para encontrarnos con Dios. Pero también nosotros somos templos de Dios y también en nosotros se hace presente. También para nosotros pueden ser las palabras de Jesús de que hemos pervertido nuestro cuerpo y nuestra persona transformándolo en mercado cuando estaba destinado para ser Casa de Dios.
Nosotros, todos, somos piedras vivas que hacemos la construcción de la Casa de Dios, la Iglesia.
Hoy reflexionemos en esos diferentes sentidos que puede tener la palabra Templo: Casa de Dios, el mismo Jesús, la Iglesia y la persona de cada uno de nosotros.
Nuestra persona, ¿La hemos conservado como Casa de Dios?