Miércoles de la VI semana del tiempo ordinario

Mc 8, 22-26

Un ciego, conocido como tal por todos los del pueblo, ha sido curado por Jesús. Y ahora debe guardar silencio acerca del regalo que ha recibido de Dios. Pero cuando se enciende una luz no es para ocultarla debajo de una olla de barro; ni se puede ocultar una ciudad construida sobre un monte.

Aquel hombre, al pasar por el pueblo caminando con seguridad, y sin ir tomado de la mando de alguien que le condujera, estará hablando, no con las palabras, sino con los hechos, de que ha sido curado, de que Dios ha sido misericordioso con él. Tal vez muchos ambientes hostiles a nuestra fe nos hagan imposible el poder hablar abiertamente del Evangelio.

En esas circunstancias nuestra vida intachable, nuestra firmeza para no ser comprados por gente deshonesta y malvada, nuestra lealtad a nuestros compromisos, nuestro amor solidario con los que nada tienen, nuestra entrega a favor del bien de todos se convertirá en el mejor testimonio del Evangelio, proclamado desde una vida que ha sido poseída por el Espíritu del Señor. Pidámosle al Señor que abra nuestros ojos al bien de tal forma que, libres de la oscuridad del pecado, seamos en adelante embajadores del Evangelio, mediante nuestras buenas obras y también mediante nuestras palabras y nuestra vida misma.

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