Lunes de la II Semana de Cuaresma

Dan 9, 4-10

La conversión, al regresar a Dios, movimiento continuo indispensable en toda la vida cristiana personal o comunitaria, implica la visión clara del camino debido, de lo bueno, por una parte, y por otra, de la aceptación del desvío, de lo malo.

Cuaresma es tiempo especial de conversión y, aunque la conversión sea una exigencia continua, es muy importante un tiempo especial en el que la escucha de la Palabra y la respuesta oracional se intensifiquen.

Hoy nos podemos unir a la plegaria de Daniel que hemos escuchado.  Es una contemplación de la grandeza, del amor y de la fidelidad de Dios, y de los olvidos, ingratitudes y alejamiento del pueblo.

La contemplación de nuestra miseria no abate, no destruye, porque se está mirando a la misericordia de Dios y se apoya en ella; misericordia infinitamente más grande que nuestros pecados; de ahí el aliento de restauración, el movimiento confiado de regreso al Padre.

Lc 6, 36-38

Ayer oíamos el mismo mandamiento evangélico que hoy escuchamos: «sean misericordiosos como su Padre es misericordioso».  Ayer los oíamos así: sean perfectos como su Padre celestial  es perfecto».  También hoy, igual que ayer, nos viene a la mente la forma como se expresa el mismo mandamiento en el evangelio de san Juan: «un mandamiento nuevo yo les dejo, un mandamiento nuevo yo les doy: que se amen los unos a otros como Yo los he amado».

Es la respuesta exigida de nuestro amor, correspondiente al amor primero y perfecto de Dios.  «Dios es amor», «tanto amó Dios al mundo que le dio su propio Hijo», «habiendo amado a los suyos… los amó hasta el extremo»

Alguien dijo: «la medida del amor es el amor sin medida», el amor mismo de Dios.

No juzgar, no condenar, perdonar.

Estamos celebrando el Sacramento que hace presente para nosotros ese amor sin medida.  Salgamos fortalecidos para responder, a nuestra vez, a ese mandamiento básico: amar «como el Señor Jesús».