Sábado de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 17, 14-20

Se puso de rodillas. ¿Te imaginas a un padre de familia, desesperado, poniéndose de rodillas delante de alguien que aparentemente es un hombre como los demás? ¿Qué le movió a hacerlo? El amor a su hijo.


Primero lo había intentado con los discípulos, pero ellos no pudieron curar al chico de los ataques de epilepsia. Luego ve al Señor, se acerca y cae de rodillas ante Él. No tiene ninguna vergüenza. No le importa lo que digan de él.

Únicamente busca el bien de aquel a quien ama. Jesús, conociendo el amor que brotaba del corazón de ese hombre, curó al hijo.


Por su parte, los discípulos no entendían en qué habían fallado. Jesús les respondió que les faltaba fe. No dice que no tienen fe, sino que aún es muy pequeña.


La fe, aunque es un don de Dios, debe crecer y fortalecerse con nuestra colaboración. Es como ir a un gimnasio: al levantar las pesas una y otra vez, nuestros músculos se desarrollan. La fe también debe ejercitarse, ponerse a prueba, alimentarse. Si nos conformamos con la fe que teníamos a los diez años, cuando hicimos la primera comunión, es lógico que nuestro “músculo” espiritual esté raquítico.

Necesitamos una fe adulta, resistente, alimentada con las lecturas adecuadas, con la oración diaria, con los sacramentos y con todo aquello que nos ayude a fortalecerla.

La Transfiguración del Señor

Mc 9, 2-10

Dicen los entendidos que el cuerpo de una persona cambia constantemente y que en pocos años casi todos sus componentes son nuevos. Claro hay algunos elementos que nunca cambian. Sin embargo, este cambio del cuerpo nos puede hacer pensar en la transformación que interiormente debemos tener.

Si con el paso de los años nos vamos transformando física, emocional y espiritualmente, tendremos que tener muy en cuenta lo que en este día nos ofrece el Señor Jesús.

Sus discípulos no acaban de entender la gran misión que tienen, mucho menos pueden entender que Cristo les empiece a hablar de sacrificios, de sufrimiento y de muerte.

Para alentarlos, Cristo toma a tres de ellos, los lleva aparte y sube al monte con ellos. Entonces se transfigura en su presencia. Vestidura blanca, rostro resplandeciente y Moisés y Elías conversando con Él. Todo tiene su gran símbolo y para los discípulos es una belleza que nunca podrían imaginar. Además, los dos grandes “personajes” del pueblo de Israel vienen a dar testimonio de Jesús. Por eso, Pedro puede exclamar: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí” y propone hacer tres tiendas, olvidándose por completo de hacer una para ellos.

Pero falta lo mejor: la voz del Padre que dice: “Este es mi Hijo, mi escogido; escuchadlo”. Así a los testimonios del resplandor y de los personajes se añade la voz del Padre, pero con una clara indicación, escuchar a Jesús. Es la clave para superar las dificultades en su seguimiento, es la fortaleza para continuar en su camino.

La transfiguración da aliento a los apóstoles para poder seguir a Jesús. También nosotros debemos mirar a Jesús y escuchar su palabra. Si lo contemplamos en lo que hace, en lo que dice, en su muerte, pero sobre todo en su resurrección, encontraremos motivos de esperanza para continuar en el camino.

La contemplación de Jesús nos debe alentar y abrir los ojos para poder también nosotros transformarnos y transformar nuestro mundo. Pero no podemos quedarnos en contemplación. Jesús baja con sus discípulos del monte y les habla de su muerte y resurrección, que también nosotros, junto con Cristo caminemos en la vida diaria hacia la muerte y resurrección del Señor.

¿Qué cosas debemos transformar? ¿Cómo nos alienta Jesús? ¿Cómo sentimos sus palabras: “Yo estoy contigo”?

Jueves de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 16,13-23

Todo el Evangelio busca responder a la pregunta que anidaba en el corazón del Pueblo de Israel y que tampoco hoy deja de estar en tantos rostros sedientos de vida: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Pregunta que Jesús retoma y hace a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro, tomando la palabra en Cesárea de Filipo, le otorga a Jesús el título más grande con el que podía llamarlo: «Tú eres el Mesías», es decir, el Ungido de Dios.

Me gusta saber que fue el Padre quien inspiró esta respuesta a Pedro, que veía cómo Jesús ungía a su Pueblo. Jesús, el Ungido, que de poblado en poblado, camina con el único deseo de salvar y levantar lo que se consideraba perdido: «unge» al muerto, unge al enfermo, unge las heridas, unge al penitente, unge la esperanza.

En esa unción, cada pecador, perdedor, enfermo, pagano, allí donde se encontraba, pudo sentirse miembro amado de la familia de Dios. Con sus gestos, Jesús les decía de modo personal: «tú me perteneces».

Como Pedro, también nosotros podemos confesar con nuestros labios y con nuestro corazón no solo lo que hemos oído, sino también la realidad tangible de nuestras vidas: hemos sido resucitados, curados, reformados, esperanzados por la unción del Santo.

Todo yugo de esclavitud es destruido a causa de su unción. No nos es lícito perder la alegría y la memoria de sabernos rescatados, esa alegría que nos lleva a confesar: «Tú eres el Hijo de Dios vivo».

Y es interesante, luego, prestar atención a la secuencia de este pasaje del Evangelio en que Pedro confiesa la fe: «Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día».

Ante este anuncio tan inesperado, Pedro reacciona: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte»

Y Pedro se transforma inmediatamente en piedra de tropiezo en el camino del Mesías; y creyendo defender los derechos de Dios, sin darse cuenta se transforma en su enemigo (lo llama «Satanás»).

Contemplar la vida de Pedro y su confesión, es también aprender a conocer las tentaciones que acompañarán la vida del discípulo.

Como Pedro, como Iglesia, estaremos siempre tentados por esos «secreteos» del maligno que serán piedra de tropiezo para la misión. Y digo «secreteos» porque el demonio seduce a escondidas, procurando que no se conozca su intención, se comporta como vano enamorado en querer mantenerse en secreto y no ser descubierto».

Miércoles de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 15, 21-28

Frente a las situaciones difíciles y frente a los graves problemas no hay peor solución que no hacer nada. Es cierto que muchas veces el miedo o el temor al fracaso nos impiden tomar decisiones, sin embargo, esperar pasivamente a que las cosas sucedan es la peor elección. Atreverse es una de las características del hombre y de la mujer de fe. Nada de pasividades, nada de indiferencias, nada de conformismos.

Hoy tenemos dos lecturas que contrastan las actitudes de sus protagonistas. La primera lectura nos muestra al pueblo de Israel enviando una avanzada para informarse de la situación de la tierra prometida, tan largamente soñada. Los enviados encuentran que es realidad, que son buenísimas las tierras, que son muy apetecibles los frutos, pero, claro que hay dificultades: habitantes gigantescos y ciudades amuralladas. Y su atención se centra en las dificultades y los problemas, más que en la promesa y la asistencia del Señor.

A pesar de las amonestaciones de Moisés, a pesar de que ya han visto muchos prodigios, puede más su temor y el miedo al fracaso y optan por la peor de las elecciones: no entrar en la tierra prometida. En su elección llevan el castigo y se quedan vagando por el desierto durante cuarenta años. ¿No es parecido a lo que nos sucede a nosotros? ¿Cuántas decisiones aplazadas por miedo al compromiso o al fracaso? Y entonces quedamos indefinidamente vagando en la mediocridad.

¡Qué diferente la mujer del evangelio! Lleva todas las de perder, es mujer, que ya es una gran desventaja, además es extrajera y encuentra el rechazo ¡del mismo Jesús! Sin embargo, insiste una y otra vez, no se desalienta, lo que busca vale la pena todos los sacrificios. Y no teme el fracaso ni el ridículo. Recibe entonces no sólo lo que ella esperaba, sino algo más: el reconocimiento del mismo Jesús.

Dos ejemplos contrastantes. Por eso el Papa afirma que prefiere una Iglesia accidentada por lanzarse a predicar el evangelio que una Iglesia que pierde su aroma encerrada en sí misma.

Hoy nos toca actuar a nosotros, no tengamos miedo a los gigantes de nuestra imaginación, sepamos con mucha certeza lo que nos dice el Señor: “Yo estoy contigo”

Martes de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 14, 22-36

Nuestros fantasmas son más graves que los de la antigüedad, pero tienen el mismo trasfondo: la falta de fe.  Los relatos del evangelio que nos presentan estos milagros de Jesús, encierran esa doble dinámica, por una parte la incredulidad de los sabios y entendidos, por otra la fe sencilla de los pequeños.

En medio de los dos grupos, los discípulos a los que Jesús con cariño y paciencia va educando, transformando y haciéndoles entender los caminos del Reino.

Las olas que sacuden la barca, la oscuridad de la noche nos indica un clima que sobrecoge, que aterroriza y para colmo de males creen ver un fantasma, cuando en realidad quien se acerca es Jesús.

Muchas veces me pregunto, cuando sentimos que nos ahogamos, cuando la oscuridad nos hace temer, si el que se acerca a nosotros es el mismo Jesús y nosotros lo confundimos con un fantasma.  “Tranquilizaos, nos temáis, soy Yo”, podría decirnos Jesús también a nosotros en esos momentos.

Muchas veces será Él mismo que viene caminando hacia nosotros, a quien le tenemos miedo.  Nuestro miedo nos impide actuar y descubrirlo, nos impide realizarnos y convertirnos, nos impide aceptarlo.

Pedro tiene que aprender a seguir a Jesús y le lanza el reto: “si eres Tú, mándame ir caminando sobre el agua hacia Ti”.  Simbolismo, deseos de quitar al Señor.  No podremos imaginar a Pedro queriendo imitar a Jesús en estas cosas externas, pero Jesús quiere que camine hacia Él en lo verdaderamente importante, sobre las aguas que representan el mal y la condición.

Quizás sea lo mismo que nos pase a nosotros, que empezamos a hundirnos porque no caminamos hacia Jesús llenos de fe.  Confiamos más en nuestras fuerzas que en Jesús.

Con fe, Pedro hubiera cruzado a pie todo el lago. Con fe, nosotros también seríamos capaces de los mayores milagros. Si tuviéramos un poquito de fe, nos sorprenderíamos de hasta dónde podemos llegar.

Este día acerquémonos a Jesús y pidamos con devoción que podamos caminar hacia Él por encima de todas nuestras confusiones, de nuestras maldades, de nuestras debilidades.  Que Él nos de la fuerza y la fe necesarias para mantenernos en su seguimiento.

Lunes de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 14, 13-21

Este relato del evangelio está lleno de enseñanzas, sin embargo valdría hoy la pena reflexionar en lo que quizás encontramos al centro de éste, que es: «compartir».

Es interesante cómo los apóstoles dicen: «Lo único que tenemos son cinco panes y dos pescados»… y quizás se podría agregar: «Pero estos son para que nosotros comamos». Jesús nos enseña que es precisamente en el compartir en dónde se puede experimentar la multiplicación.

En un mundo que vive cerrado sobre sí mismo, siempre ávido de atesorar, que importante es el poder experimentar que en el compartir está la felicidad y la paz del corazón. Es la experiencia que libera profundamente al hombre y lo hace ser auténtico ciudadano del Reino.

Es precisamente cuando compartimos, cuando somos capaces de romper nuestro egoísmo, y compartir con los demás los dones (materiales y espirituales), cuando podemos decir con verdad: soy libre. Las cosas tienden a sujetarnos y llegan hasta hacernos esclavos de ellas. El Ejercicio de compartir nos asegura que la redención de Cristo ha sido operada en nosotros. Contrariamente a lo que se podría pensar, la única forma de ser verdaderamente rico… es compartiendo y compartiéndonos. No dejes pasar este día sin tener esta magnifica experiencia de compartir.

Sábado de la XVII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 14, 1-12

Cuando escucho las innumerables detenciones, cuando oigo de juicios, cuando vemos las cárceles y vemos a los presos, no puedo olvidar la situación tanto de Jesús como de Juan Bautista. Ambos fueron puestos en la cárcel, considerados peligrosos para las autoridades de su tiempo, condenados como criminales y ejecutados sin un verdadero juicio. Los caprichos, los temores de los poderosos, el miedo a la verdad, y el “bien común”, parecerían ser las verdaderas causas d…e su muerte.

Hoy también hay testigos de la verdad, hoy también alzan su voz quienes no están de acuerdo con los autoritarismos y las injusticias, hoy también hay inocentes en cárceles. Sin olvidar las víctimas “colaterales” que producen las guerras estúpidas de los poderosos.

Los países débiles que se ven afectados por las decisiones de las grandes firmas y las naciones importantes, parecen no tener voz.

¿Cómo acabar con las injusticias? ¿Cómo ser fieles a la verdad? No tenemos otro camino más que el mostrado por Jesús y por Juan Bautista: levantan su voz, indican que es necesaria la conversión, son fieles a su vocación, no se dejan ni intimidar ni sobornar, pero todo lo hacen con una cierta delicadeza, sin odios, sin resentimientos, con una gran paz interior.

Contemplemos hoy el martirio que nos ofrece el evangelio de San Mateo.

Los extremos a los que es capaz de llegar un hombre dominado por su pasión, la perversidad de personas ante los testigos fieles, la manipulación de personas aduciendo falsas verdades, “a causa de su juramento”, pero frente a esto la fidelidad y el testimonio de Juan Bautista y después Jesús que retoma el testimonio ofrecido por Juan y lo hace todavía más actual.

Hoy tenemos que tener la valentía de buscar la verdad, de alzar la voz frente a las injusticias, de denunciar el pecado, sobre todo cuando hace daño a los más pequeños. La vocación y el martirio de Juan Bautista hoy se hacen presentes para impulsarnos, para darnos valor, para que también seamos coherentes con la vocación a la que fuimos llamados.

Viernes de la XVII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 54-58

El evangelio de este día nos cuenta el regreso de Jesús a su tierra.  Uno esperaría que el recibimiento fuera extraordinario y que sus paisanos lo aclamaran y aceptaran con júbilo sus palabras, pues Jesús era miembro de una pequeña comunidad a la que le ha dado brillo y renombre.  Sin embargo sucede todo lo contrario.

Al escoger Jesús anunciar su evangelio desde la pequeñez y desde lo humilde, sus mismos paisanos son incapaces de reconocerlo.  Le sucede lo mismo que a todos los profetas, por no predicar lo que el pueblo espera se gana su hostilidad.

Ellos esperarían un mesías victorioso y poderoso, en cambio la persona de Jesús es igual en todo a cualquier hijo de vecino.  Lo conocen desde pequeño, recordarán episodios de su infancia y habla como ellos.

Es cierto, ahora predica un evangelio con una autoridad que no le conocían, pero la cercanía que ha tenido con Él, los hace dudar.  Un gran misterio la libertad.  Ante los mismos prodigio hay quienes reaccionan con gran fe y entusiasmo y hay quienes ponen todas las objeciones y se niegan ha aceptarlo. 

Se negaban a creer en Él, es la triste realidad que comprueba Jesús.  Se necesita tener el corazón dispuesto para acoger a Jesús a través de los acontecimientos más pequeños.  Se necesita tomar las aptitudes de los niños que se maravillan ante los prodigios.  Se necesita tener la sabiduría de los simples y humildes para captar la grandiosidad del misterio.  Sus paisanos no están dispuestos a hacerlo y buscan excusas que los liberen de la responsabilidad.

Hoy, también nosotros podemos caer en esas mismas artimañas para excusarnos de nuestro compromiso.  Hoy, también podemos decir que el Evangelio es proclamado por personas ignorantes.  Hoy, también podemos decir que no vemos los milagros.  Hoy, también podemos cerrar el corazón.

Jesús no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos contra el Evangelio.

El primer paso para recibir a Jesús es tener el corazón dispuesto.  En este día, seguramente tendremos oportunidades para encontrarnos con el Señor, no las desperdiciemos por parecernos muy familiares.

Hoy el Señor nos hablará, no hagamos oídos sordos por provenir el mensaje de personas o situaciones sencillas.

¿Estamos dispuesto a recibir a ese Jesús cercano, sencillo y muy nuestro?  Quizás en el rostro de una persona simple y sencilla se presente hoy Jesús.

Marta, María y Lázaro

Jn 11, 19-27

Jesús era un buen amigo de estos tres hermanos: Lázaro, Marta y María. Marta amaba a su hermano Lázaro y llora su muerte. Ahora viene Jesús a su casa y Marta salió a su encuentro y su saludo primero es lo que llevaba muy dentro de su corazón, le expresa el dolor por la muerte de su hermano y su seguridad de que si hubiese estado allí, Jesús no le habría dejado morir. Sigue el diálogo entre ellos hasta que llega a un punto muy alto. Jesús es rotundo al afirmar: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mi aunque muera vivirá”. Después, estando también por medio María, Jesús resucita a Lázaro.

Pero la frase que acaba de pronunciar Jesús va más allá de esta resurrección de Lázaro, que verá de nuevo la muerte, y es entonces cuando Jesús le resucitará a una vida que vencerá a la muerte y vivirá para siempre.

En este evangelio y con ocasión de la muerte de Lázaro, Jesús nos ofrece una de sus verdades más sublimes y consoladoras. Dios nos ha regalado la vida humana. En un primer tiempo esa vida regalada tiene momentos buenos y momento de los otros, hay en ella alegrías y dolores. Pero después de este primer tiempo, Dios va a hacer que en nuestra vida humana desparezca todo lo que nos hace sufrir, cualquier atisbo de tristeza, para hacer que en ella reine solo la alegría y la alegría total y para siempre. Así es nuestro Dios y la vida que nos ha regalado, y es lo que nos ha recordado hoy Jesús en su encuentro con Marta, cuyo fiesta celebramos.

Miércoles de la XVII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 44-46

En los encuentros juveniles buscamos fortalecer a los jóvenes con diferentes temas acordes con su realidad que ellos mismos proponen. Me llamó la atención que insistían en uno: “Los valores y el joven”. Es sorprendente que ellos mismos se den cuenta que algo no funciona en el estilo de vida que ellos están siguiendo y que muchos les proponen, pero a la hora de buscar cuáles son los valores que realmente los sostienen no es fácil descubrir bases sólidas que puedan dar fortaleza y claridad a estos jóvenes.

Son conscientes de que hay mucha falsedad en los valores que propone el mundo, que no pueden regirse por los estándares que proponen los medios de comunicación, que se valora muy poco a la persona y que se le mira en términos de consumismo y mercadotecnia, pero después ellos mismos (creo que a todos nosotros también nos pasa), caen en esas mismas trampas y espejismos que denuncian.

El Papa en Brasil los ha invitado a que no se dejen deslumbrar por estos nuevos ídolos, sino que busquen los verdaderos valores.

Cada vez es más arduo transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un recto comportamiento. Con frecuencia se preguntan si es un bien la propia vida y qué sentido tiene su existencia. Actitudes fatalistas o de desprecio por la propia persona son frecuentes entre ellos.

El “tesoro” del Reino no ha sido descubierto y nosotros no somos capaces de ofrecer a los jóvenes lo que es nuestro deber transmitirles, y estamos en deuda con ellos en lo que respecta a aquellos verdaderos valores que dan fundamento a la vida.

Jesucristo hoy nos propone una revisión y descubrir cuál es el tesoro de nuestra vida y por cuáles valores estamos dispuestos a dejarlo todo. Los jóvenes sobre todo deberían ser sensibles al valor de la vida y de la presencia de Dios en medio de ellos, pero cuando la vida se aprecia tan poco, cuando se manipula la existencia y la muerte, cuando se juega con las personas como si fueran mercancías, cuando son más importantes los intereses de los poderosos que las costumbres, las culturas y las riquezas de los pueblos, se desmoronan los valores que se intentaba conculcar.

Hoy tenemos que hacernos un fuerte cuestionamiento sobre qué es lo que para nosotros tiene un verdadero valor y cuáles son los valores que están aprendiendo los jóvenes, cuáles son sus verdaderos maestros o “educadores” que están influyendo más en su forma de ser y de pensar y cómo dan respuesta a los cuestionantes fundamentales de la vida.

¿Podemos decir que estamos presentando y ofreciendo la posibilidad de un encuentro con el verdadero tesoro, la perla más valiosa, que es el Reino de los cielos?