1 Re 19, 9a. 11-16
El profeta Elías opinaba de sí mismo que era un fracaso, porque no había podido alejar a su pueblo de la idolatría. Todo desalentado, suspiraba por morir, pues Dios le parecía alejado. Entonces Dios le dijo que se fuera a las montañas, porque ahí, El, el Señor, iba a pasar. Aparentemente, Elías esperaba una maravillosa manifestación. Pero no encontró a Dios ni en un fuerte viento, ni en un imponente fuego, ni en un terremoto. Azorado, Elías sintió la presencia de Dios en una suave brisa que parecía murmullo. Vemos pues, como Dios sin grandes demostraciones y a su manera, El cumple los planes que tiene para Israel.
A veces deseamos que Dios intervenga dramáticamente en nuestros asuntos humanos. ¿Por qué no ha de intervenir él con su poder para evitar la destrucción de millones de vidas humanas mediante el aborto? ¿Por qué no se preocupa suficientemente por nosotros y nos proporciona una curación milagrosa para el tremendo cáncer? ¿Por qué no evita los espantosos desastres naturales, como los terremotos y los huracanes?
A veces nos extrañamos de que Dios parece no escuchar nuestras oraciones.
Para estas y similares preguntas no encontramos repuestas humanas satisfactorias. Estamos en la misma situación de Elías. Pensamos que Dios debe hacer las cosas a nuestra manera, pero debemos aceptar que Él va a hacer las cosas a su manera. Para llegar a esta aceptación tenemos que tener mucha fe y mucha humildad. La fe nos estimula a creer que todas las cosas están bajo el control de Dios; la humildad nos ayuda a comprender que su forma de control es mejor para nosotros.
Mt 5, 27-32
En el evangelio de hoy Jesús nos enseña que vale la pena sacrificarlo todo a fin de conservar el tesoro del amor de Dios, que nos resucitará de entre los muertos. Jesús sabe muy bien que las leyes del matrimonio son difíciles. Lo mismo que las leyes de la pureza del corazón. Y sabiéndolo, nos pide que busquemos los valores de arriba, y que seamos fieles a su amor.