San José Obrero

Mt 13, 54-58

Hoy se nos invita a contemplar a San José como trabajador y obrero, que con sus manos sostuvo a la Sagrada Familia. Muchas asociaciones y grupos también recuerdan hoy el Día del Trabajo y se solidarizan con las personas que no tienen trabajo o que sus condiciones laborales no corresponden a la dignidad de un hijo de Dios.

Duele la situación de tantas personas, sobre todo jóvenes o padres de familia que no tienen la oportunidad de estudiar ni de trabajar, o de aquellas otras personas que aunque tienen trabajo su sueldo es raquítico e injusto, o las condiciones en las que trabajan son muy deficientes.

Hoy es un día especial porque a contemplar a José y a Jesús como trabajadores, deberíamos de revalorar el trabajo, no solo como un medio de sustento sino también como un elemento muy importante en la realización personal.

En la actualidad sobre todo en las ciudades, hemos llegado a una situación en la que parece que el trabajo nos absorbe todo el tiempo y no nos deja espacio para otras actividades. Las madres de familia, los papás, los mismos hijos tienen que ocupar casi todo el día en actividades laborales y se van endureciendo y haciendo insensibles a las necesidades de los demás.

La cultura actual propone estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y la dignidad del ser humano. El poder, la riqueza y el placer se han transformado por encima del valor de la persona en la norma y el criterio decisivos en la organización social. Se mira a la persona como una tuerca más del engranaje de la producción. Tendremos que esforzarnos mucho para realzar, en estas situaciones, el valor supremo de cada hombre y de cada mujer.

Toda la sociedad debería de estar encaminada a procurar una vida digna para cada uno de sus ciudadanos.

Que este día nos comprometamos a buscar estructuras más justas; que hagamos de nuestros trabajos una fuente de vida y dignidad para cada una de las personas; que luchemos contra toda injusticia en el campo del trabajo.

Trabajemos con entusiasmo, pero mirando nuestras labores como un acercamiento a Dios Padre que siempre trabaja, que sostiene la vida, que nos cuida como hijos.

Sábado de la III Semana de Pascua

Jn 6, 60-69

El evangelio cierra el capítulo 6 de Juan. Veo en este epílogo un movimiento en cuatro tiempos:

Primer tiempo: reacción increyente de los discípulos. La reacción de muchos discípulos ante las palabras de Jesús se parece mucho a nuestra reacción: Este modo de hablar es duro. ¿No es esta la impresión que a veces tenemos y tienen otras personas con respecto al Evangelio y, sobre todo, con respecto a algunas enseñanzas de la Iglesia?

Segundo tiempo: respuesta de Jesús. Las palabras, por sí mismas, no significan nada. El Espíritu es quien da vida… Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.

Tercer tiempo: pregunta de Jesús. Cuando experimentamos el desconcierto, el cansancio, la dificultad de un compromiso sostenido, cuando se nos hace dura la fidelidad, podemos sentir dirigidas a nosotros las palabras de Jesús: ¿También ustedes quieren dejarme?

Cuarto tiempo: reacción creyente de los discípulos. La experiencia del día a día se impone a las angustias de los momentos de crisis. Pedro personaliza al creyente que somos cada uno cuando nos dejamos vivificar por el Espíritu: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes Palabras de vida eterna.

La dureza de la fe puede llevarnos al cansancio y al abandono. Son muchos los bautizados que han optado por marcharse, por buscar caminos más sencillos, por no “comprometerse”. ¿Qué creyente no ha vivido alguna vez esta tentación? Aquí vale, aunque parezca un poco irreverente, el mensaje publicitario del que abusan los fabricantes de detergentes: Busque, compare, y si encuentra algo mejor… Un creyente de hoy es el que, por más que lo intenta, no encuentra nada mejor que Jesús. Y se le nota. A veces, hasta es conveniente que corra alguna aventura de alejamiento, para que comprenda mejor el tesoro insondable que es Dios.

Viernes de la III Semana de Pascua

Jn 6, 52-59

Jesús reprocha a las personas de su tiempo que repiten la misma actitud insensata de los contemporáneos de Noé y de Lot: “comían, bebían, se casaban, compraban”, y se reían de Noé por sus previsiones y provisiones. También nosotros tenemos la tentación de entregarnos a la vida como si fuéramos eternos habitantes de este mundo. A este respecto san Palo aconseja tomar conciencia de la provisionalidad del tiempo presente: “Los que compran como si no poseyesen, los que gozan del mundo como si no disfrutasen, porque este mundo que contemplamos está para acabar”.

No se trata de amargarnos la existencia pensando siempre en la muerte. Un rasgo del cristiano es la alegría. Jesús nos da la razón suprema: “voy a prepararos el lugar para que estéis donde yo estoy”. Esto pone alegría en la vida, porque despeja el interrogante: “¿qué será de mí después de la muerte?” que, por lo menos de forma inconsciente, atormenta al que no tiene esperanza.

Además, somos unos privilegiados por saber el tema del examen final. Jesús señala que se nos preguntará: Estuve hambriento, desnudo, encarcelado, sin trabajo… ¿me tendiste la mano, saliste al paso de mi sufrimiento? “En el atardecer de la vida se nos examinará del amor”. Saber el tema del examen y no aprobar sería una negligencia imperdonable. En esto nos va la vida eterna.

El futuro glorioso se genera viviendo con sentido de entrega. El que guarde su vida para sí, la perderá; el que la entregue con generosidad, la acumulará. De ahí la importancia de vivir cada día como si fuera el último, con responsabilidad y alegría.

Jueves de la III Semana de Pascua

Jn 6, 44-51

Unos fariseos se acercan a  Jesús para preguntarle cuándo va a llegar el reino de Dios. El reino de Dios es esa sociedad de hombres y mujeres que nombran a Dios como el Rey y Señor de sus vidas. Ese reino de Dios ya ha empezado en nuestra travesía terrena, pero al lado de Dios hay otros reyes que llaman a la puerta de los corazones humanos para reinar en ellos, como el dinero, el prestigio, el placer… y de hecho reinan en bastantes corazones humanos, pero llegará un día en que solo existirá el reinado de Dios, lo que llamamos cielo. Todos los otros reyes desaparecerán de la esfera humana. En ese reino, en su segunda y definitiva etapa, solo reinará el Amor, solo reinará Dios. “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios con ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte, ni habrá llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado”.

Lo cierto es que Jesús no responde con claridad a la pregunta de los fariseos: “Como el fulgor del relámpago brilla de un horizontes a otro, así será el Hijo del Hombre en su día”. Nos basta saber la promesa de Jesús de que el reino de Dios en su plenitud existirá. 

Miércoles de la III Semana de Pascua

Hech 8, 1-8 ; Jn 6, 35-40

Tertuliano, uno de los primeros Padres de la Iglesia, que murió alrededor del año 230, declaraba: «La sangre de los mártires es semilla de cristianos».  Es una forma poética de declarar que la Iglesia crece a través del sufrimiento, especialmente del sufrimiento de la persecución.  La persecución contra la primitiva Iglesia, que se inició con el martirio de san Esteban, produjo la primera extensión de la fe más allá de Jerusalén.  Aquel fue el principio de la Iglesia verdaderamente católica, puesto que, a partir de ese momento, la fe se predicó y se recibió en toda Judea y Samaria, en Asia Menor y Grecia, y finalmente, en Roma y hasta los últimos rincones del mundo, como Jesús lo había predicho poco antes de su ascensión al cielo.

La fe fue difundida por los hombres y mujeres decididos, que soportaron muchos sufrimientos y con frecuencia el martirio, para que Cristo fuera conocido y amado.  En los planes de Dios hay un misterio que somos incapaces de comprender; pero, por alguna razón, los sufrimientos desempeñan un papel muy importante en la predicación del Evangelio y en ponerlo en práctica.  Jesús mismo tuvo que soportar la crucifixión y la muerte por nuestra salvación.  En realidad, la Eucaristía misma es el fruto de su muerte en la cruz.  Él nos da el regalo de la Eucaristía para que podamos obtener la vida eterna, pero el precio de la vida es la muerte.

Cada vida humana va engranada con el sufrimiento, físico, mental o emocional.  A nosotros, personas de fe, se nos pide que veamos la mano amorosa de Dios, que quiere conseguir sus propios fines por medio de todas las formas de sufrimiento que debamos soportar.  Durante este tiempo de Pascua, en el que seguimos celebrando la resurrección de Cristo, debemos tener presente que para Él, la gloria provino del sufrimiento, la alegría provino del dolor y la vida provino de la muerte.  Nosotros seguimos las huellas de Cristo, lo que fue cierto para Él es también cierto para nosotros.  Porque en la fe abrazamos la cruz del sufrimiento, resucitaremos a la gloria.  Dice una frase perenne: «A la luz por medio de la cruz».

Lunes de la III Semana de Pascua

Jn 6, 22-29

Todos tenemos una” barca” para desplazarnos por la vida, un desplazamiento material o un desplazamiento espiritual pero todos nos movemos y buscamos. ¿Qué, a quién?

Hay una búsqueda de bienes materiales, normal.  Hay preocupación grande por la situación económica que deja tras de sí esta crisis sanitaria. Mucho sufrimiento, muchas familias pasándolo muy mal. “no tienen que comer” La multiplicación de los panes supuso colaboración de los apóstoles. Hoy también hay muchas personas empeñadas en dar de comer, aliviar el sufrimiento humano al cual es sensible Jesús, rostro amoroso y misericordioso de Dios, y pide nuestros panes y peces para compartir. Puede que hoy nos dijera: y vosotros ¿no podéis hacer algo?

Y dejando la tierra firme, por fin encuentran a Jesús, encontrar a Jesús, dialogar con El, ha supuesto una pequeña desinstalación, un ponerse en camino, iniciar un movimiento de búsqueda. Y Él nos ayuda a orientar nuestras búsquedas. Nos sitúa frente a nosotros mismos y nos pregunta ¿por qué me buscáis? ¿No habéis descubierto todavía que el hombre no se sacia sólo con los bienes materiales? Si hoy hay una parte de la sociedad con dificultades económicas para sobrevivir o salir adelante, hay otra parte de la sociedad en la que, a pesar de la sobreabundancia de bienes materiales, no encuentran el sentido de su vida. 

Recordamos a San Agustín “nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” ¿A quién y para qué buscamos?

Dialogando

Y Jesús, como un admirable pedagogo, después de dejar al descubierto sus motivaciones iniciales, la ambigüedad de sus deseos va conduciendo a sus oyentes, a nosotros hoy, al descubrimiento de otro Pan, otro Alimento, otros valores “Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura hasta la vida eterna” El alimento que sacia al hombre es un alimento espiritual, que nos viene dado a través de Jesús “os lo dará el Hijo del hombre…”

Y ¿qué tenemos que hacer? ¿qué méritos tenemos que presentar para que ese alimento que es Jesús y su mensaje llegue a nosotros? ¿Qué tenemos que hacer para que nos ayude a crecer como creyentes comprometidos en hacer Vida su Palabra?

Y le preguntan directamente a Jesús: ¿Maestro dinos qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios? ¿Qué tenemos que hacer para ser gratos a Dios?

Y Jesús no les da un listado de obras para hacer. Nos sitúa en otro nivel, en otra dimensión. Como primer movimiento no está en hacer sino en dejar a Dios hacer su obra en nosotros. La auténtica obra de Dios es la que Dios realiza en el creyente, en ti y en mí, en todos los que están dispuestos a creer en Jesús como el enviado de Dios. Es una llamada a nosotros, quizá creyentes de siempre, a reavivar y reafirmar la fe en Él.  

Es la fe en Jesús, en la capacidad transformadora de su Palabra, la que nos permite acoger el don de la Eucaristía, a la que apunta este texto, como Pan de Vida, como alimento que nos llena de vitalidad espiritual y refuerza nuestro compromiso por vivir su Vida y construir su Reino, en sintonía con tantos hombres y mujeres que buscan también a Jesús, unos quizá sin saberlo, otros por sus milagros, otros quizá cansados, desanimados, han atracado su barca en la orilla.

Señor que nunca me canse de buscarte, de reconocer que a veces mis búsquedas no han sido del todo desinteresadas, hay tantas necesidades, en mi vida, a mi alrededor, pero que no me canse de acudir a Ti porque si tengo la paciencia de escucharte, de dialogar contigo, me irás conduciendo hacia la verdad de mi Fe en Ti.

Sábado de la II Semana de Pascua

Jn 6, 16-21

La  tarde  va  cayendo y  la  noche  sea adueña  de nuestras  vidas, de las  vidas  de los apóstoles en los que la decepción,  la oscuridad, la incertidumbre, el miedo, han hecho mella.

Bajan al lago, cogen una barca y entran mar adentro. Dejando a Jesús atrás.

Un fuerte viento se levanta y la navegación se hace más peligrosa, el miedo crece. Los apóstoles están desanimados, desolados.

Pero pasados unos cinco kilómetros, Jesús sale a su encuentro, va caminando por las aguas, y al verlo los discípulos vuelven a sentir miedo, hasta que lo reconocen.

Le acogen en su barca y vuelve a ellos la tranquilidad, desaparece el miedo, ya no se sienten ni solos ni desilusionados, sino felices de volver a tener al Señor con ellos. Quizá sí pudieron sentir un poco de vergüenza y tristeza ante su desconfianza, su falta de fe. Pero Jesús no les  abandona,  Él es el Buen Pastor  que  acude  en busca  de su rebaño, no lo deja que se vaya a la deriva,  lo coge de su mano y  les  fortalece para seguir  navegando por las  aguas y  llegar a  la orilla.

Hoy día quizá también estamos como los  apóstoles, nos  adentramos en la oscuridad llenos de  desesperanza, nuestra  fe  se ha vuelto débil, desconfiamos, ¿nos  sentimos  acaso abandonados por Jesús?, o por  el contrario, ¿acaso no  somos nosotros los que huimos, al no  ver  lo que  queremos ver en Él? Entramos en crisis y queremos abandonar  y  es en esos momentos en los que  debemos  luchar  por salir a la Luz, seguir  remando sin abandonar, sabiendo que Él llegara en cualquier  momento  a salvarnos, se  acerca  y nos  dice : soy yo no tengáis miedo. Palabras de las que debemos fiarnos. Él no viene a echarnos una fuerte reprimenda por nuestras huidas, por nuestra  falta  de fe, todo lo contrario  viene  a darnos su amor incondicional y  a  salvarnos.

Somos  elegidos al igual que los apóstoles  para  continuar  su  obra,  para  seguir  construyendo  el Reino de Dios, para  llevar  el Evangelio por todo el mundo.

Debemos enfrentarnos a nuestros miedos, vencer nuestras inseguridades, afianzar nuestra fe. Jesús sale siempre a nuestro encuentro, camina junto a nosotros, porque Él es nuestra fuerza, nuestra confianza, nuestro mayor alimento, la Luz que nos guía. Nunca dejará que nos perdamos en la oscuridad de la noche, que nuestra barca se hunda, la barca de nuestra iglesia.

Él es el Camino que nos lleva a la Verdad, para que su Vida brille en el mundo apagando toda oscuridad.

Viernes de la II Semana de Pascua

Jn 6, 1-15

Este relato aparece reflejado en los cuatro evangelios. Más o menos tienen el mismo contexto. En todos ellos parte del hecho de que Jesús “tuvo compasión”, es decir, ante la situación de las personas y ante el despoblado y que era tarde, Jesús movido por compasión, invitó a compartir.

Este signo o milagro en San Juan sirve al evangelista para el discurso donde Jesús se identifica como el pan de vida. Quizá por eso la liturgia nos lo ponga en este tiempo pascual, pues la presencia del Resucitado la descubrieron en el partir y compartir el pan, es decir en la Eucaristía.

El relato es una catequesis y una experiencia de vida. Jesús invita a sus discípulos a que descubran lo que tienen, no solo ellos, sino todos los que están reunidos. Parece, aparentemente poco, pero cuando se comparte entre todos, llega para todos y sobra. Muchas veces en nuestra vida hemos experimentado esta realidad. Poner en común lo que se tiene para el servicio de los demás tiene efecto multiplicador, siempre que sea como una exigencia de compasión. Una exigencia de humanización Es demostrar nuestro seguimiento de Jesús.

¡Es una pena que esto no se dé y aún haya personas que pasen hambre, necesidad y otros malgastemos y tiremos nuestros alimentos! Poniéndolos al servicio de la humanidad, llega para todos y sobra.

El contacto con Jesús y el ejemplo de los discípulos, que empujó a poner cada uno lo que poseía para poderlo compartir, es una manera de cumplir la misión eclesial. Nuestra misión es de servicio a la humanidad y prestamos el servicio, cuando somos conscientes de cuáles son las necesidades de las personas, en qué situaciones están nuestros hermanos y hermanas, cuáles son nuestros medios. Quitar nuestros miedos y egoísmos y responder, como Jesús, desde la compasión y la generosidad.

Ese es el signo que estamos llamados a realizar. Contamos con la ayuda de Dios Padre, como Jesús que contó con la ayuda del Padre Dios.

Jueves de la II Semana de Pascua

Jn 3, 31-36

San Juan aprovecha el diálogo con Nicodemo, para asegurar a quien aún dudaba, la gran diferencia que existe entre Jesús y Juan Bautista y todos los profetas.  Las obras que había realizado el Bautista habían suscitado la conversión de muchos de sus seguidores y había despertado las esperanzas en un pueblo que estaba sin esperanza.

Sus discípulos se habían entusiasmado y cuando aparece Jesús es difícil comprender cuál es su verdadera misión.

En la enseñanza que nos ofrece el evangelio de san Juan, podemos descubrir las dificultades que aún vivían las primeras comunidades.  Por eso la insistencia en presentar a Juan Bautista y su bautismo como un camino para llegar al verdadero bautismo de Jesús.

En el diálogo que acabamos de escuchar, coloca a Jesús como el verdadero Testigo que habla en nombre de Dios, que le ha concedido su espíritu y presenta su bautismo como el verdadero camino para acercarse a Jesús.

Quizás, ahora, nosotros tendríamos que reflexionar y tratar de descubrir qué significa para nosotros la presencia de Jesús y cuáles son las consecuencias prácticas al sabernos bautizados.

La clara distinción de dos mundos muy diferentes: el que viene de lo alto y el que viene de la tierra, nos coloca en la necesidad de definirnos.  No es que renunciemos a vivir y a compartir la lucha de la humanidad por una vida mejor y más plena, al contrario, lo que se nos invita es a mirar que criterios asumimos y cuáles son las bases de nuestra lucha.  Si ponemos criterios de poder, de dinero, de placer, seguiremos indudablemente amarrados a este mundo de la tierra.  Si, por el contrario, ponemos como base de nuestro actual, los mismos criterios de Jesús: la voluntad del Padre, la dignidad de hijos de Dios, de cada una de las personas, la construcción de una sola familia, nos llevarán a manifestarnos como verdaderos discípulos de Jesús.

Lo que no se vale es que nos digamos sus discípulos, pero a la hora de actuar y vivir nos rijamos por los criterios del mundo, que nos presentemos como cristianos y bautizados y adoptemos criterios y decisiones que más parecerían de quienes no han tenido nunca en su vida a Cristo.

Hoy, hagamos coherencia entre nuestra fe y nuestro actuar, que se pueda ver en nuestras obras la fe que decimos profesar.

Miércoles de la II Semana de Pascua

Jn 3, 16-21

El texto evangélico del día de hoy lo hemos visto a lo largo del año litúrgico, también en tiempo de cuaresma. Es un texto que podemos llamar clásico; y por supuesto central en el evangelio de Juan. En especial la expresión: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único”. Jesús está en diálogo con Nicodemo. No está dirigiéndose al pueblo como en los diversos discursos de Jesús, que Juan ofrece en su evangelio. Jesús está hablando con mayor intimidad, y con posibilidad de hacerse entender mejor. Nicodemo tenía una cierta preparación religiosa, y era un buscado. (No uno de los críticos que se enfrentaban a Jesús porque su predicación atentaba contra su manera de entender la religión y…organizar su vida).

Por eso la contundencia y el enorme alcance de esa afirmación.  Ese mundo, que Juan presenta en otros lugares que tiene como príncipe a Satán, ha sido amado por Dios. Tanto que les entrega al Hijo único. Lo entrega para que hagan con él lo que quieran. Y ya sabemos lo que hicieron; a pesar de que Jesús no vino a condenar al mundo, sino a salvarle. Ese mundo rechazó la salvación.

Y el texto da la razón del rechazo. Quienes le rechazaron no quisieron abrirse a la luz. Prefirieron quedar en las tinieblas, porque en “las tinieblas” la vida les era más fácil…; y podían mantener sus privilegios en la sociedad, sobre todo religiosa. Éstas, dice el texto, les impidieron abrirse a la luz. Fue una decisión autodefensiva: “no querían ser acusados por sus obras”, algo que sucedería si se abrieran a la luz. “Cuando se obra en contra de lo que se piensa, se acaba pensando cómo se obra”. Es un conocido mecanismo de defensa, la autojustificación.

¿Qué concluiríamos para nuestras vidas?:

 1º ¿Somos capaces de, a imitación de Dios, amar a nuestro mundo, y no pasarnos la vida condenándole -“el mundo está perdido”- y sí haciendo lo que de nuestra parte esté para “salvarlo”?

2º ¿Nos dejamos iluminar y guiar por la luz del evangelio, los sentimientos de Cristo, aunque dejen en mal lugar aspectos relevantes de nuestro vivir?