Viernes de la XIX Semana del Tiempo Ordinario (Par)

Mt 19,3-12


Situando históricamente la pregunta que los fariseos dirigen a Jesús: “¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?”, hay que decir que en aquella época, dentro de la religión judía, había dos escuelas que presentaban distintas respuestas. La del rabino Hillel que admitía el divorcio por cualquier causa, por ejemplo porque la mujer había dejado quemar la comida. Y la del rabino Shammai que solo lo admitía en caso de adulterio por parte de la mujer.  

En la vida cristiana, el matrimonio es el sacramento de amor entre un hombre y una mujer. La gracia sacramental del matrimonio consiste en la ayuda que Jesús les otorga para que puedan vivir ese mutuo amor que se prometen y que pide fidelidad y permanencia. Cuando los fariseos aducen ante Jesús que Moisés admitió el divorcio, Jesús les replicó: “Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestra mujeres; pero al principio no era así”… “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.

San Pablo, en su época, ante el peligro que podía sufrir un cristiano de perder la fe al casarse con un no creyente, permitió separarse: “Si la parte no creyente quiere separarse, que se separe. En tales casos no está ligado el hermano o la hermana: para vivir en paz os llamó Dios. Pues ¿qué sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? Y ¿qué sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer?” (1Cor, 7,15-16).