Continuamos celebrando hoy el Misterio de la Navidad, que no consiste solamente en el hecho del nacimiento del Hijo de Dios en el Portal de Belén. El misterio de la Navidad consiste en la proclamación de que Dios ha venido hasta nosotros para ofrecernos a todos la salvación.
Hoy estamos celebrando la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa manifestación: es la fiesta de la manifestación de Dios a todos los hombres.
Fijémonos en el hecho de que Dios no quiso manifestarse solamente al Pueblo de Israel. Dios quiso manifestarse también a toda la humanidad y lo hizo a través de esas personas venidas de países lejanos para adorar al Señor.
La Epifanía nos recuerda que todos hemos sido llamados a compartir la vida divina. Nos muestra cómo Dios ama a toda la humanidad, sea de la nación que sea. Dios no desprecia a ningún ser humano. Todos hemos sido llamados a ser hijos en el Hijo único del Padre.
Los Magos han visto surgir una estrella muy especial y han interpretado ese signo como el anuncio del nacimiento de Aquel que había de venir a salvar a la humanidad. No se quedan quietos con el saber que ha nacido el redentor de la humanidad, sino que se ponen en camino para ir a adorarlo.
Con la llegada de los Magos de Oriente a los pies de Jesús, la salvación adquiere una dimensión universal. De esta manera se muestra claramente que Cristo ha venido hasta nosotros para ofrecernos a todos la salvación. Pero necesitamos acercarnos a Él y adorarlo, o sea, reconocer que Él es nuestro único Señor y salvador.
Nosotros los cristianos necesitamos recuperar hoy el sentido de la adoración, necesitamos descubrir el sentido profundo que tiene el hecho de adorar a Dios. Adorar quiere decir reconocer la infinita grandeza de Dios y nuestra realidad de criaturas.
Adorar significa ponernos en las manos del Señor para que Él haga de cada uno de nosotros lo que sea su voluntad. Adorar significa servir a Dios con todo lo que nosotros somos y tenemos. Adorar significa reconocer que sin Dios no podemos hacer nada.
Este sentido de adoración es lo que debe impregnar toda nuestra vida cristiana. El amor a Dios es el que nos lleva a la adoración. La adoración se muestra de una manera concreta en nuestra manera de comportarnos en la Iglesia y fuera de ella. En nuestra actitud en la oración. En nuestra manera de recibir los sacramentos. A veces pareciera como que no nos damos cuenta ni somos conscientes de que estamos en la presencia del mismo Dios.
Los magos vinieron de Oriente para adorar al Mesías. Valdría la pena que nos preguntáramos cada uno de nosotros a quién adoramos, a quién o a qué damos culto y reverencia, ante quién o ante qué somos capaces de postrarnos por tierra.
Los Magos le ofrecieron oro porque era rey, incienso porque era hijo de Dios y mirra porque, como hombre que era, le iba hacer falta unos treinta años más tarde. ¿Qué le ofrecemos nosotros al Señor?
Esta actitud generosa, nos dice el Evangelio, recibe una gran recompensa. La primera de ellas es regresar a su tierra por otro camino. Un camino nuevo. Una vida nueva. Encontraron un nuevo sentido para su vida. Ellos se convierten en portadores de un mensaje de esperanza para todos los pueblos.
No tengamos miedo de que Cristo venga a cambiar algunas o todas las cosas de nuestra vida. Si lo hace es para nuestro bien. Cristo quiere siempre lo mejor para nosotros. Démosle el mejor de nuestros dones que es nuestro corazón y Él nos enriquecerá con la plenitud de su gracia.
Cuando nosotros, como los Magos, nos encontramos de verdad con Jesús y lo reconocemos como nuestro Dios y nuestro Señor, nos convertimos en estrellas para guiar a otros hasta Jesús.
La estrella que los Magos de Oriente descubrieron les animó a dejar su casa, su tierra, sus ocupaciones y a ponerse en camino. Es cierto que la señal no siempre aparecía muy clara; incluso hubo momentos en los que desaparecía. Pero los fue guiando hasta el encuentro con Jesús.
Hoy, como siempre, en medio de una multitud de señales y de seducciones, los cristianos estamos llamados a convertirnos en una estrella, en una señal de la salvación universal que Dios viene a traernos.
¿Qué señales damos hoy? ¿Nuestra vida anima a los demás a seguir a Cristo? ¿Nuestra manera de comportarnos muestra a los demás el verdadero camino que hemos de seguir?
Pidamos hoy a Jesús que nos conceda la gracia de saber adorarlo de todo corazón, de dejarlo entrar en nuestra vida para que Él, a través de nosotros se manifieste a tantas personas que andan por la vida en medio de la desorientación y del desánimo.