Jn 8, 21-30
La serpiente ciertamente no es un animal simpático: siempre está asociado al mal. Hasta en la revelación la serpiente es precisamente el animal que usa el diablo para inducir al pecado. En el Apocalipsis se llama al diablo “serpiente antigua”, la que desde el inicio muerde, envenena, destruye, mata. Por eso no puede tener éxito. Si quiere tener éxito como alguien que ofrece cosas hermosas, eso son fantasías: las creemos y por eso pecamos. Es lo que le pasó al pueblo de Israel: no soportó el viaje. Estaba cansado. Y el pueblo habló contra Dios y contra Moisés. Es siempre la misma música, ¿no? «¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náuseas ese pan sin sustancia» (Nm 21,4). Y la imaginación –lo hemos leído en los días pasados– va siempre a Egipto: “Allí estábamos bien, comíamos bien…”. Y parece que el Señor no soportó al pueblo en ese momento. Se enfadó: la ira de Dios se deja ver, a veces… Entonces, «el Señor envió contra el pueblo serpientes abrasadoras, que los mordían, y murieron muchos de Israel» (Nm 21,5). En aquel momento, la serpiente es siempre la imagen del mal: el pueblo ve en la serpiente el pecado, ve en la serpiente lo que ha hecho mal. Y viene a Moisés y dice: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes» (Nm 21,7). Se arrepiente. Esa es la historia en el desierto. Moisés rezó por el pueblo y el Señor dijo a Moisés: «Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla» (Nm 21,8).
A mí se me ocurre pensar: pero eso, ¿no es una idolatría? Está la serpiente allí, un ídolo, que me da la salud… No se entiende. Lógicamente no se entiende, porque es una profecía, un anuncio de lo que pasará. Porque hemos oído también como profecía cercana, en el Evangelio: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta». Jesús levantado: en la cruz. Moisés hace una serpiente y la levanta. Jesús será alzado, como la serpiente, para dar la salvación. Pero el núcleo de la profecía es precisamente que Jesús se hizo pecado por nosotros. No pecó: se hizo pecado. Como dice San Pedro en su Carta: “Cargó con nuestros pecados”. Y cuando miramos el crucifijo, pensamos en el Señor que sufre: todo eso es cierto. Pero nos paramos antes de llegar al centro de esa verdad: en ese momento, Tú pareces el pecador más grande, te has hecho pecado. Tomó sobre sí todos nuestros pecados, se anonadó. La cruz, cierto, es un suplicio, es la venganza de los doctores de la Ley, de los que no querían a Jesús: todo eso es cierto. Pero la verdad que viene de Dios es que Él vino al mundo para cargar con nuestros pecados hasta hacerse pecado, todo pecado. Nuestros pecados están ahí.
Debemos habituarnos a mira al crucifijo bajo esta luz, que es la más verdadera, es la luz de la redención. En Jesús hecho pecado vemos la derrota total de Cristo. No disimula morir, no aparenta sufrir, solo, abandonado… “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Una serpiente: yo soy alzado como una serpiente, como eso que es todo pecado.
No es fácil entender esto y, si lo pensamos, jamás llegaremos a una conclusión. Solo contemplar, rezar y dar gracias.