Lc 17,11-19
Me parece que una de las cosas que se han ido perdiendo en nuestros días es el valor de la gratitud. Solo piensa ¿cuántas veces al día dices «gracias»?
Vivimos en un mundo tan mecánico que se nos olvida que detrás de la mayoría de los dones o beneficios que recibimos está alguna persona a la que seguramente le haría mucho bien recibir un «gracias».
Dios es nuestra fuerza. Pienso en los diez leprosos del Evangelio curados por Jesús: salen a su encuentro, se detienen a lo lejos y le dicen a gritos: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Ellos Están enfermos, necesitados de amor y de fuerza, y buscan a alguien que los cure. Y Jesús responde liberándolos a todos de su enfermedad.
Aquí, llama la atención, sin embargo, que solamente uno regrese alabando a Dios a grandes gritos y dando gracias. Jesús mismo lo indica: diez han dado gritos para alcanzar la curación y uno solo ha vuelto a dar gracias a Dios a gritos y reconocer que en Él está nuestra fuerza. Saber agradecer, dar gloria a Dios por lo que hace por nosotros.
Miremos a María: después de la Anunciación, lo primero que hace es un gesto de caridad hacia su anciana pariente Isabel; y las primeras palabras que pronuncia son: «Proclama mi alma la grandeza del Señor», o sea, un cántico de alabanza y de acción de gracias a Dios no sólo por lo que ha hecho en Ella, sino por lo que ha hecho en toda la historia de salvación. Todo es don suyo.
Si nosotros podemos entender que todo es don de Dios, ¡cuánta felicidad hay en nuestro corazón! Todo es don suyo ¡Él es nuestra fuerza! ¡Decir gracias es tan fácil, y sin embargo tan difícil!
¿Cuántas veces nos decimos gracias en la familia? Es una de las palabras claves de la convivencia. «Permiso», «disculpa», «gracias»: si en una familia se dicen estas tres palabras, la familia va adelante. «Permiso», «perdóname», «gracias».
¿Cuántas veces decimos «gracias» en familia? ¿Cuántas veces damos las gracias a quien nos ayuda, se acerca a nosotros, nos acompaña en la vida?
Muchas veces damos todo por sentado. Y así hacemos también con Dios. Es fácil dirigirse al Señor para pedirle algo, pero ir a agradecerle: «Uy, no me dan ganas».